Aunque no estaba muy esperanzado con la primera jornada, Cohelo contó que al llegar ya había una fila en la entrada de su local, principalmente mujeres que iban a comprar colores, borras o sacapuntas para sus hijos.
"Con eso no se gana mucho, porque una caja de lápices no te pasa de 600.000 bolívares [3 dólares] y eso es lo que más vendí hoy", dijo.
Tecnología
Eso de vender por Internet no ha sido para Cohelo: "No me la llevo bien con la tecnología", agrega ante la pregunta, y dice que sus dedos un poco rígidos por la artritis no le permiten usar bien ni su móvil, el medio que usa para hablar con sus hijos que hace tres años se fueron del país.
"Aquí yo estoy solo. Mis hijos se fueron a Portugal y mi mujer se me murió", relata el hombre que a pesar de haber nacido en Madeira, asegura sentirse más venezolano que muchos.
"Yo soporté esta locura con los precios, la hiperinflación, todo eso... Ahorita solo estoy esperando que termine la gente de decir que se meten esta nueva realidad con todo y nos permiten trabajar. Si es con tapabocas, será con tapabocas, pero si no abrimos quebraremos", comentó y recordó que solo le dejaron abrir medio día.
Reapertura
Mientras, la venta de repuestos de vehículos, Carlos De Abreu, también en Guarenas, "vio luz este martes [el 16 de junio]".
El hombre de 56 años contó que en los últimos días hacía ventas solo a conocidos y una que otra entrega a domicilio, pero el 16 de junio ya comenzaron a llegar mecánicos de otras zonas buscando algunos repuestos.
"Ayer [el 15 de junio] hubo menos movimiento que hoy [el 16 de junio], pero creo que esto de una semana no es rentable. Yo decidí trabajar solo, porque tenía un ayudante y una señora que me limpiaba el local y hacía el café, y sin ingresos duros no me puedo dar esos lujos. Espero que pronto lo dejen en un mes", apuntó.
En la entrada de los centros comerciales que abrieron desde el 15 de junio, también en horario restringido, se impuso la bioseguridad.
Esta vez los vigilantes dejaron colgados en su cintura los radios para ocupar sus manos con termómetros infrarrojos y tuvieron que tapar su rostro con un escudo facial y un tapabocas para protegerse del nuevo enemigo invisible.
En algunos de estos centros, todos los usuarios que obligatoriamente deben llevar tapabocas tienen que pasar por una cabina de desinfección que expulsa agua con alcohol, mientras las señales en el piso obligan a los usuarios a mirar por dónde caminan.
El Gobierno ha sido enfático en que la flexibilización de siete días no puede jamás derivar en aglomeraciones, porque eso llevaría a un aumento de casos de COVID-19 y por tanto a un inmediato retroceso del proceso de reapertura que da un poco de oxígeno a comerciantes y trabajadores.