En medio de un paradisíaco punto en la localidad de El Chote, en el municipio de Papantla, al norte del estado de Veracruz, la familia García Castaño abrió las puertas de su casa para recibir a Sputnik y relatar una historia personal que es, a su vez, reflejo de un proceso más amplio que puede hallarse con pequeñas variaciones en distintos puntos de México.
Sin embargo, como se relata en este artículo, esa capacidad de resistencia sufrió un primer golpe tras la entrada en vigor del Tratado de libre comercio de América del Norte (TLCAN) en 1994 y vive ahora un segundo embate que busca consagrar un ajuste estructural que cambie para siempre estas formas tradicionales.


La propuesta para reformar la Ley Federal de Variedades Vegetales que está a estudio de la Cámara de diputados en la Ciudad de México, prohíbe el libre intercambio de semillas entre los campesinos, en pos de reconocer los derechos de obtentor de variedades vegetales protegidas a un cúmulo de empresas monopólicas del mercado de la semilla que exigen garantías para cobrar regalías por el desarrollo de plantas como la vainilla, privatizando el trabajo de generaciones y familias invisibles, como la que brindó el testimonio que se presenta a continuación.
Generaciones de artesanos vainilleros
"Mi padre Anacleto García de la Cruz y mi madre, Agustina Méndez Morales eran originarios de Coatzintla y ya desde mi abuelo eran productores de vainilla. Antiguamente, casi todos aquí eran productores de vainilla", dice a Sputnik, Alejandrino García, para empezar a contar una historia que hunde sus raíces siglos atrás.
Fueron los Totonacos como Don Alejandrino quienes entraron en una sutil relación con las necesidades de esta delicada planta, que se domesticó para la producción en los actuales municipios veracruzanos de Cazones, Coatzintla, Tihuatlán, Papantla, Tecolutla, Zamora, Espinal, Coahuitlán y Coyutla.
El clima particular de esta zona —que combina la humedad que le da su proximidad con la llanura costera mientras del otro lado tiene el clima de la Sierra de Papantla— parieron una diversidad natural que se volvió amable para el común de la humanidad gracias al esfuerzo de los pueblos que la habitaron desde el período clásico tardío, en el año 800 D.C.
"La vainilla necesita de mucho cuidado: hay que darle su limpieza, cuidar que no se le pegue la plaga, alternarla con sol y sombra, quitarle las ramas si está a la sombra, cuidar que no la queme el sereno ni el frío, también que no le pegue fuerte el aire. Es delicada la planta, precisa un trabajo de artesano", explicó don Alejandrino a Sputnik.
Recordó como su padre relataba la crisis vivida entre los años 1950 y 1952, cuando una helada secó totalmente la producción de esta planta, pero también contaba que gracias al esfuerzo mancomunado de los productores de la zona, recuperaron la vainilla de una probable extinción. Para cuando el niño Alejandrino empezó a aprender los modos gentiles que la vainilla requiere, su familia tenía 12 hectáreas de terreno dedicados exclusivamente a ella.
La vainilla tiene dos temporadas de siembra: la óptima en el mes de julio y una siembra en marzo-abril en la que "se batalla mucho para que no llueva" —señaló don Alejandrino— explicando a continuación que esta planta crece como una enredadera y que por eso, necesita de tutores o bejucos que, a los tres años —como si fuera un niño— se le retiran para que siga su camino por sí misma.
Tiene otro requisito particular: la vainilla se poliniza a mano. "Se fecunda en el mes de abril, de manera escalonada", uno a uno los bastoncitos que serán luego el material para la cosecha. Como era una planta codiciada y objeto de robos, "se polinizaba alto para evitar que el ratero se llevara las plantas antes de la floración", explicó Alejandrino.
"Decía mi papá que en los años de 1930 la vainilla se pagaba con oro y se pudo vivir de ese trabajo hasta fines de la década de 1970. Pero luego, empezó a variar el precio y eso se volvió una política que llegó a pagar entre 15 y 18 pesos [0,67 y 0,8 dólares respectivamente] el kilo de vainilla verde". Y con la baja del precio —apuntó Alejandrino— todo lo que se hacía de manera natural empezó a ser sustituido con químicos para la abaratar la producción.
Deudas y fluctuación de precios
Alejandrino recuerda el inicio del Libre Comercio en México con la llegada de los créditos agrícolas para sostener la producción, que desde que los precios variaban día con día, la producción de la vainilla y su comercialización de manera autónoma —como habían hecho los campesinos durante las décadas en que llegaron a cobrar el fruto de su trabajo en oro— se volvió insostenible.

Así, esos campesinos que habían pedido el préstamo ofrecido por el Gobierno con copias de las escrituras de sus tierras como garantía de pago entraron en crisis: o conseguían dinero o perdían sus tierras. Entraron en más créditos, incluso en aquellos que promovieron el abandono de la vainilla por el cultivo de plantas de pimienta.
Así, decenas de campesinos altamente especializados en el tratamiento sutil que la planta requería, tiraron sus plantas vainilleras y asumieron el cultivo sustituto para poder pagar los adeudos contraídos. Para comienzos del milenio, la vainilla había reducido drásticamente su presencia en los suelos de la región del Totonacapan.
Pero don Alejandrino rechazó créditos y así respondió al preguntársele por qué:
"Era un gancho del Gobierno y yo le decía a los compañeros que no lo pidieran. Uno le explica a la gente que uno no está loco porque uno conoce al Gobierno y te dan dinero para que subas rápido, y cuando estás arriba, te bajan. Los precios dependen del Gobierno y la culpa de creer en eso es del campesino, que lo engañan con un dulce. Yo peleo por mis derechos".
Aprender a volar
Don Alejandrino aprendió, como buen Totonaco, a lidiar con las alturas en la infancia. Mundialmente conocidos como los voladores de Papantla, la danza tradicional de esta región es —en realidad— una manera de volar que en esta familia, se transmitió junto a los modos sutiles de la vainilla.
"Aprendí de mi padre y sus hermanos, y ellos del abuelo. A los 13 años le dije que quería ser danzante, le dije 'Yo quiero ser como tú, que danzas'", pero como entonces solo hablaba en Totonaco y no en español, Alejandrino pronunció estas palabras durante la entrevista con Sputnik en su idioma madre.

Aprendió las danzas tradicionales en ceremonias en el monte que detalló durante la entrevista, que incluían encontrar el árbol adecuado que superase los 13 metros de altura, pasar cinco noches junto a él y, luego, limpiarlo antes de cortarlo y colocarlo en el sitio indicado a dónde trepan los danzantes.
El caporal en la cima, marca el ritmo con una pequeña flauta mientras los otros cuatro danzantes se descuelgan y giran en lo alto, atados de la cabeza por sogas —que originalmente se hacían con bejucos— representando un rito prehispánico excepcional que aún se practica.
Desde 1982, él mismo empezó a enseñar a niños a volar y fundó la primera Escuela de niños voladores de la comunidad Ojital en el Chote, en 1985. Fue gestor del espacio Cumbre Tajín, que se convirtió en uno de los principales centros de difusión contemporánea de la cultura regional totonaca y, junto a sus sobrinos, creó el grupo de danza de cinco integrantes —los voladores de la familia García Castaño— que "desafían a la naturaleza en la altura" y con el que viajó por el mundo, hasta que en 2003 sufrió el accidente que lo dejó paralizado.
"Había bajado casi ocho de los 18 metros, iba a asegurar el mecate cuando me resbalé y vi cómo se desembonó la parte de arriba. Caí sentado y quedé lisiado de la mitad del cuerpo", relató.

Sin embargo, nada derrumba a un hombre cuando tiene raíces tan firmes como él.
"Los accidentes suceden donde sea y yo apoyo que esta danza se siga estudiando. Todos mis hijos la aprendieron y también mis nietos, va de generación en generación. A pesar del accidente, no me he estancado, seguimos trabajando. Esa es la vida de un danzante", concluyó.