Los curieperos preparan con esmero cada año sus fiestas de San Juan. Entre el 23 y el 25 de junio, este pueblo de calles angostas y empinadas, en el que da la impresión de que todos se conocen, se llena de júbilo y de turistas de todo el país.
Habitualmente, cuando comienzan estas fechas, entrar al pueblo, aparcar el auto o caminar sin tropezarse se convierte en una misión casi imposible. Desde que se entra a Curiepe se siente la alegría y todos caminan como bailando porque de fondo algún tambor siempre está repicando.
Este año todo fue diferente. Llegar fácilmente con el auto hasta la plaza central en la que se encuentra la iglesia del pueblo, y en donde casi todo ocurre, fue la primera señal.






Casa Tovar
La llamada Casa de San Juan Bautista, espacio de devoción que es también la vivienda de la familia Tovar, lucía esta vez desolada. En la entrada un cartel escrito a mano recordaba que era obligatorio usar tapabocas para ingresar, pues allí en su mayoría habitan personas de la tercera edad.
La imagen del santo, decorada con devoción por los habitantes de Curiepe, sale antes de la media noche a la Casa de la Cultura, donde todos bailan con sus trajes típicos blancos y rojos y lanzan fuegos artificiales. El pueblo se sumerge en una gran fiesta.
Esta vez, para evitar aglomeración, San Juan no salió. Uno a uno fueron llegando a la casa Tovar los que pagan alguna promesa por un favor cumplido, algunos con velas, otros con tortas para el cumpleaños o algún regalo.
Los pobladores se acercaban tímidamente, porque la policía y numerosos funcionarios de la Guardia Nacional (componente militar), que intentaban evitar aglomeraciones, merodeaban las principales calles del pueblo.
También hubo quienes pedían esperar: "El año que viene volveremos a celebrar y vamos a celebrar por dos, pero pese a la tristeza tenemos que esperar, la organización es nuestra para cuidarnos del coronavirus", dijo Jaisinho Urbina, de 39 años, consultor jurídico de la sociedad de San Juan.
Mientras más personas del pueblo llegaban al lugar y los cantores populares comenzaban a improvisar, los más jóvenes cogieron sus tambores y empezaron a repicar. La euforia iba apoderándose poco a poco de la gente, y ante la inesperada concentración intentaron cerrar la puerta de la casa de Tovar.
Del pueblo
"Mira, tú no puedes hacer eso", se escuchó en medio de la multitud. "Acuérdate que esta es la Casa de San Juan, ¡San Juan es del pueblo!", comenzaron algunos a gritar. Así, en medio de la algarabía, el cumpleaños se comenzó a celebrar y la puerta, aunque con custodios de la Policía Nacional, se mantuvo siempre abierta.
Todo parecía indicar que la gran misa del 24 se realizaría como siempre. El día comenzó con pocos ánimos. Solo 40 personas entre cantores, miembros de la sociedad de San Juan y dos fotógrafas pudieron entrar. Todos dentro de la iglesia debían guardar distancia.

En casi 300 años de fundación, en este pueblo nunca había visto nada igual en una fiesta de San Juan. Los pobladores se tuvieron que conformar con mirar y responder a los cantos y oraciones a través del ventanal.
Antes de que saliera el San Juan, solo un par de personas se mantenían en la entrada, pero a las 12 de medio día cuando estaba a punto de salir todo cambió. Los pobladores salieron de las casas, de las esquinas, en segundos la entrada de la iglesia estaba a rebosar.

Cuando finalmente lograron echarlos de la plaza, tras dialogar con Nora Delgado, la alcaldesa del municipio Brión del Estado Miranda (norte), al que pertenece Curiepe, todos se reunieron en La Capilla un sector alto del pueblo y ahí comenzaron a celebrar.
"Curiepe es un pueblo que resiste y ni la pandemia ni nada lo puede parar", aseguraban entre repiques los pobladores que a pesar de la adversidad lograron celebrar su fiesta de San Juan.
En este pueblo en el que todos siente en su sangre las raíces del Congo, la cultura de San Juan empieza en casi desde que nacen y concluye solo cuando ya no están.