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Maracanazo: 5 datos sobre la mayor hazaña de la historia del fútbol en 1950

© AP Photo / APEl Estadio de fútbol Marcaná en Rio de Janeiro durante su construcción
El Estadio de fútbol Marcaná en Rio de Janeiro durante su construcción - Sputnik Mundo
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La final de la Copa del Mundo de 1950 está plagada de anécdotas típicas del fútbol de la época y que, con el paso del tiempo, ya son casi míticas. El repaso incluye la confianza de los brasileños, la empatía del capitán uruguayo y las dificultades que protagonistas de ambos bandos vivieron después.

El 16 de julio es una fecha patria no reconocida por la ley en Uruguay. No está en el calendario de los feriados oficiales uruguayos, pero todos recuerdan que ese día, en 1950, los uruguayos fueron protagonistas de la que aún se considera la mayor hazaña en la historia del fútbol: el día que Uruguay derrotó a Brasil en la final de un Mundial en lo que se denominó Maracanazo.

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La crónica deportiva recuerda que Brasil comenzó ganando con un gol del delantero Friaça. En el segundo tiempo, el extremo uruguayo Juan Alberto Schiaffino puso el empate y, a 11 minutos del final, Alcides Edgardo Ghiggia hizo el gol que enmudeció al Estadio Maracaná y selló el histórico resultado.

Sin embargo, aquella histórica final está rodeada de anécdotas increíbles que no solo ilustran a la perfección cómo se vivía al fútbol en esa época sino que también contribuyeron a catapultar ese encuentro a la categoría de leyenda.

Cinco anécdotas del Maracanazo de 1950

  • ¿Cuánta gente había en el estadio Maracanã ese día?

Cuántas personas asistieron a aquella mítica final es uno de esos elementos que, a pesar de que pueda un detalle menor en el recuerdo, sigue sin estar del todo claro. El estadio, denominado Maracaná por las aves maracaná-guazú que había en la zona, fue inaugurado oficialmente el 24 de junio de 1950 con el partido entre Brasil y México. Con una capacidad de 155.000 personas, era por lejos en el escenario con mayor capacidad del mundo en ese momento.

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El récord de público se alcanzó en el encuentro definitivo entre Brasil y Uruguay del 16 de julio. Y ahí empiezan las discrepancias: la cifra oficial que aún maneja la FIFA indica que hubo en el lugar 173.850 espectadores, ya una cifra histórica en ese momento. Sin embargo, la mayoría de las crónicas del encuentro se quedan con la cifra de 199.854, comprensible dado que las mismas crónicas señalan que había mucha más gente de la que estaba prevista en las gradas.

Esa última cifra sea la que haya popularizado que el día en que Uruguay dejó a Brasil sin festejo había más de 200.000 almas en el Estadio Maracaná, según recoge la propia FIFA en algunos artículos conmemorativos de la fecha.

  • La prensa brasileña daba el triunfo por descontado

El día anterior al partido, las portadas de los diarios brasileños se mostraban más optimistas que nunca. El periódico brasileño O Mundo publicó una foto del equipo brasileño con el título: "Estos son los campeones del mundo".

Quizás apostando a la rebeldía de los uruguayos, el cónsul de Uruguay en Brasil compró veinte ejemplares del periódico y los llevó a la concentración celeste, en el hotel Augusto´s Paissandu de la ciudad brasileña. El capitán de Uruguay, Obdulio Varela, hizo honor al carácter que lo hacía famoso y colocó los diarios en el piso por los baños del hotel utilizados por los futbolistas.

Antes de irse, escribió con tiza en los espejos: "Pisen y orinen en estos periódicos".

  • En vez de celebrar, Obdulio Varela bebió con los brasileños

El final de aquel partido dejó también una mítica anécdota que es repetida entre los uruguayos casi como una enseñanza sobre la necesidad de disfrutar los triunfos con humildad. En efecto, mientras futbolistas y dirigentes uruguayos daban rienda suelta al festejo en la concentración celeste, el capitán se escabulló y salió a tomar alcohol, una pasión menos oculta entre los futbolistas de la época.

Varela pasó la noche bares de Rio de Janeiro, bebiendo cerveza a la par de los brasileños que lloraban o protestaban por el resultado del partido, lejos de imaginarse que estaban junto a uno de los artífices de la hazaña.

Si bien la anécdota se convirtió casi en una leyenda pocas veces confirmada por Obdulio Varela (que falleció en 1996), el escritor uruguayo Eduardo Galeano la recogió en un emotivo relato.

  • La desgracia de Barbosa

Uno de los aspectos más tristes de aquella final fue la tragedia que recaería sobre Moacir Barbosa, el portero de Brasil en esa final. Si bien el equipo brasileño tenía 11 integrantes, la forma en que el disparo decisivo de Ghiggia lo sorprendió y se coló en la portería lo seguiría de por vida.

El propio Barbosa contó antes de morir en el año 2000 que el fútbol le cerró muchas puertas tras esa fatídica final. Es recordado el episodio que se dio en 1993, cuando el entonces entrenador brasileño Mario Zagallo le negó la entrada a la concentración brasileña, que se preparaba para un partido definitorio contra Uruguay en el Maracaná por las Eliminatorias Sudamericanas para la Copa del Mundo de 1994. Según el entrenador brasileño, Barbosa podía darle mala suerte al equipo brasileño.

Se atribuye a Barbosa una triste pero célebre frase: "La máxima pena para un crimen en Brasil es de 30 años. Yo pago por aquel gol hace 50".

  • Mucha gloria, poco dinero

El fútbol en 1950 estaba lejos de tener el profesionalismo que tiene en la actualidad. Por eso, no es de extrañar que las estrellas del Maracanazo no terminaran sus vidas en la opulencia que caracteriza a las grandes estrellas del fútbol de estos tiempos.

El caso más triste es el de Ruben Morán, un joven delantero uruguayo que fue titular en la victoria de Uruguay frente a Brasil con 20 años. El futbolista no volvió a ser convocado para campeonatos siguientes y no tuvo mayores posibilidades de éxito en el fútbol doméstico. Falleció en 1978 con 47 años, sumido en la depresión y casi en la indigencia.

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Pero incluso otras estrellas de aquel equipo no pasaron demasiado bien sus últimos años. Era habitual que en aquella época los futbolistas más destacados fueran premiados con empleos públicos pero aún así no escapaban a las dificultades económicas de cualquier mortal. Así, no fueron pocos los campeones que acabaron vendiendo las medallas obtenidas en su carrera.

El gran Obdulio Varela, por ejemplo, murió en 1996. Si bien percibía una jubilación por haber sido funcionario público, aún queda el recuerdo de la humildad en la que vivía. De hecho, dejó de ir a ver partidos del fútbol luego de que la Asociación Uruguaya de Fútbol se negara a entregarle las entradas y lo obligara a pagar por ellas. Tras su muerte, la familia de Varela debió vender sus zapatos y camisetas.

Alcides Ghiggia, autor del gol decisivo, también debió vender algunas medallas de su carrera en 2002, año en que una fuerte crisis económica afectaba a Uruguay. Entre las subastadas no estaba la de 1950 pero sí varios recuerdos históricos de su gloria. La AUF no tenía dinero para ofertar y las preseas quedaron en manos de coleccionistas. El trofeo Golden Foot que Ghiggia había ganado en 1950 también fue subastado pero, afortunadamente para los uruguayos, fue adquirido por un banco estatal que luego lo donó al Museo del Fútbol de Uruguay.

Roque Máspoli, portero de aquella selección, fue otro de los que debió deshacerse de recuerdos de su época de oro con la celeste debido a los apremios económicos.

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