El amor a su profesión que tiene esta maestra, de 41 años, impide que sus alumnos de la Escuela Juan Bautista Yagual, ubicada en la población costera de Playas de Villamil (oeste), deserten en medio de la pandemia del COVID-19 por falta de Internet y computadoras.
Siempre tiene mascarillas adicionales, que ella mismo confecciona en las noches, por si alguno de sus alumnos la necesita.
La campana de la bicicleta, que ella mandó a confeccionar, es inconfundible. Apenas sus alumnos la escuchan, por muy lejos que estén, corren a encontrar a su maestra mientras gritan con emoción: "¡Ya llegó, ya llegó la maestra; mi profesora ya está aquí!".
El pedaleo no para
Calles asfaltadas o de tierra están en el trayecto de Espinoza, que las recorre en medio de un sol canicular.
"Cuando termino las clases virtuales para mí sería fácil cerrar mi computador, sentarme a ver una película, descansar; yo cierro la computadora para ir a buscar a los alumnos que faltaron", dice Espinoza en medio del ajetreo diario.
Las distancias para llegar hasta la casa de sus alumnos pueden variar desde unos 600 metros hasta unos tres kilómetros, pero el empeño en llegar para enseñar es el mismo y el pedaleo no para hasta encontrarlos.
Heroína de sus alumnos
El cariño y la admiración que la maestra ha despertado en sus alumnos son de tal magnitud que muchos quieren ser como ella.
Ese es el caso de Yelena Montero, una alumna de 12 años, de séptimo grado de básica, que antes de conocer a Espinoza quería ser azafata pero ahora quiere ser como su maestra y andar con su pizarra y una bicicleta enseñando a los niños.
No hay nada mejor en la vida que me digan señorita yo a usted la quiero, añade.
Una esquina, la acera o el patio de la casa de los alumnos son las improvisadas aulas en las que Espinoza imparte su clase, da las instrucciones y deja la tarea.
Una escuela con carencias
La Escuela Juan Bautista Yagual es de régimen público y como la gran mayoría de estas escuelas ubicadas en poblaciones pequeñas tiene un sinfín de necesidades.
La escuela tiene 600 alumnos. No hay un laboratorio de computación. La mayoría de los estudiantes no tiene un computador en su hogar y muchos de ellos jamás han manejado un teléfono celular o el teléfono de sus padres se recarga con unos 2 dólares por lo que sirve solo para recibir llamadas y hacer llamadas urgentes.
"El Internet es caro y a los padres de familia a veces les toca hacer un esfuerzo sobrehumano para que sus hijos puedan conectarse con un docente, pero a veces solo puede conectarse un hijo porque se le acaba la recarga", lamenta Espinoza.
"Si nos pueden ayudar, háganlo; la ayuda debe ser ahora, no mañana; mañana puede que ya no estemos. Hay que vivir por algo, no hay que vivir por vivir. Yo no quiero nada, quiero para mis alumnos", dice la maestra, que no se cansa de pedir a la empresa privada o a ciudadanos que hagan donaciones para que los estudiantes de escasos recursos puedan mantener sus estudios.
Otra empresa la contrató para realizar un comercial utilizando su imagen como ejemplo de mujer emprendedora. Ella pidió el pago en computadoras y recibió seis. Otra empresa le donó una copiadora y un proyector. Todo irá la escuela.
Ahora necesita que al aula que se destinará al laboratorio le cambien el techo, pongan aire acondicionado y fortalezcan la seguridad para evitar robos. Por supuesto más computadoras vendrían muy bien.
También es youtuber
Espinoza es una mujer polifacética: creó su propio canal de YouTube, en el cual también da consejos para operaciones combinadas de matemáticas y sobre cómo hacer divisiones. Además comparte temas de sus labores solidarias y hasta prepara, paso a paso, deliciosas recetas de cocina.
Mientras dure la pandemia y haya uno de sus estudiantes que no pueda acceder a clases por falta de Internet, la maestra Carolina no dejará que el COVID-19 frustre las aspiraciones de los colegiales.