La atención de todo el planeta centrada en el desarrollo de vacunas contra el COVID-19 desafía cuánto sabemos en realidad sobre el funcionamiento de este tipo de inmunización creada a finales del siglo XVIII. En síntesis, solemos creer que el gran secreto de las vacunas es el antígeno, es decir, la sustancia que se inyecta para provocar la generación de anticuerpos. Sin embargo, hay otro componente fundamental.
En palabras simples, los adyuvantes son sustancias incluidas en las vacunas que, si bien no forman parte del antígeno, colaboran con él asegurando que el cuerpo genera una reacción inmunológica lo suficientemente potente y generalizada para asegurar la inmunidad.
Para eso, los adyuvantes permiten activar a las células dendríticas, un tipo de células presente en diversos tejidos del cuerpo que se pone en acción al detectar algún elemento externo como, por ejemplo, un virus o una bacteria.
Tradicionalmente, la medicina se ha valido de sales de aluminio como adyuvante. Un artículo del Centro de Control y Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) de Estados Unidos consigna que desde la década de 1930 los adyuvantes más utilizados han sido el hidróxido de aluminio, el fosfato de aluminio y el alumbre de potasio.
Sin embargo, este tipo de adyuvantes han presentado algunas limitaciones y en las últimas décadas los científicos han trabajado en nuevos tipos de adyuvantes que generan respuestas inmunológicas más específicas en relación al antígeno utilizado. De esa forma, se logran vacunas más efectivas.
"Solo pensamos en los adyuvantes cuando hay una necesidad imperiosa como esta pandemia, por ejemplo", comentó Bali Pulendran, un investigador de la Universidad de Stanford, a la cadena de medios NPR.
El mismo artículo recoge la inquietud de Corey Casper, CEO del Instituto de Investigación de Enfermedades Infecciosas de la Universidad de Washington, quien reclama un cambio en la forma de pensar a la hora de encarar la carrera por una vacuna ante cada nueva enfermedad infecciosa.
"Cada vez que surge una nueva infección hay una carrera para desarrollar una nueva vacuna. Pero ¿qué pasa si pudieras aportar el adyuvante solo y no tuvieras que desarrollar una vacuna?", cuestiona Casper, recordando que los adyuvantes pueden ser almacenados para hacer "millones de dosis" a la espera de una próxima pandemia.
Sin embargo, no es tan sencillo. No solo porque la aplicación de adyuvantes debe hacerse de forma cuidadosa ya que pueden provocar efectos secundarios como fiebre o inflamación, sino porque qué adyuvante utiliza cada desarrollador de vacuna no suele ser una información compartida por los investigadores.
La posibilidad de que los desarrolladores de vacunas se vean más volcados a compartir este "ingrediente secreto" de las vacunas podría acelerar el proceso de fabricación de vacunas para las próximas enfermedades, un tiempo que para el COVID-19 ya ha sido récord y que tiene a la vacuna rusa Sputnik V a la cabeza.