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Humor, creatividad y sencillez. Tres ingredientes, que sustentados en el rigor del análisis de destacados expertos internacionales, son la clave para acercarte al complejo mundo de la economía y las finanzas. Javier Benítez presenta el programa. 15 minutos, todos los jueves.

"El sindicalismo oficialista no defiende los intereses de la clase trabajadora"

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Condenados a la precariedad. Así están los jóvenes del presente tras la sucesión de crisis desatadas en los últimos tiempos. No obstante, esta situación que padecen no sólo se remite a la actual provocada por la pandemia del coronavirus, ni tampoco tiene su punto de partida en la que se inició en 2008. La condena atraviesa a varias generaciones.

Sueños de 'libertad'

Las nuevas generaciones, sobre todo en Europa, han 'sabido' de boca de sus políticos ya a partir de los años 2012-2013, que la crisis que atormentaba al mundo desde los años 2007-2008, ya tocaba su fin: hablaban de que todo había acabado, de brotes verdes, de luz al final del túnel. Pero ese discurso chocaba de frente con la realidad.

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Llegados a 2020, y con unos datos que mostraban una realidad que no eran las que se vendían desde filas gobernantes, acerca de que la crisis desatada en la primera década del milenio estaba más que superada, algo en principio tan irrelevante como un microorganismo llegó para terminar golpeando en el suelo a los países que ya estaban en la lona, y pese a que la cuenta del referee de este combate feroz ya pasó de diez hace rato, sigue castigando sin piedad.

Esto convierte a la ya de por sí dura realidad que arrastraban las franjas etarias más atacadas, los jóvenes, en una infamia sin final. Y es que esta situación casi apocalíptica no sólo se remite a quienes hoy salen de la Universidad al mercado laboral: ya los que salían a partir de 2007 y que en el presente van camino a cumplir los 40 años, han vivido la mayoría de esta etapa productiva de la vida, en la más profunda esterilidad.

"Es evidente que hay varias generaciones perdidas", denuncia tajante el economista José Luis Carretero Miramar, quien bucea un poco más profundo en su concepto.

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"Lo que pasa es que una [crisis] fue perdida desde el punto de vista socio-histórico, y la otra lo ha sido ya desde el punto de vista puramente económico", abunda el especialista. Incide en que el problema comienza básicamente en la crisis de la década de 1970 cuando se empiezan a desplegar las dinámicas neoliberales de desarrollo de las economías, que explicitaban una puesta en marcha de medidas como el desmantelamiento del Estado del bienestar, la privatización de los servicios públicos, la bajada generalizada de los salarios por la vía de la flexibilidad laboral, etc.

"Esto fue un poco enmascarado por el consumo, entonces la generación que llegamos a la mayoría de edad prácticamente cuando cae el muro de Berlín, somos una generación que ya de por sí habíamos perdido gran parte de las perspectivas históricas que habían tenido las generaciones anteriores", sintetiza.

Promesas vs realidad

El economista advierte que, contrariamente a lo que los padres de esa generación decían a sus hijos sobre lo circunstancial de la coyuntura, y aseguraban que con el paso del tiempo podrían labrarse un porvenir asentándose en buenos puestos de trabajo, no fue lo que vio su generación.

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"Vimos cómo se iba solidificando poco a poco esa dinámica de precariedad, cómo poco a poco los grandes servicios públicos que formaban parte de ese modelo social europeo del que tanto se hablaba, iba desapareciendo, etc. Pero el problema fundamental viene para la generación subsiguiente", avisa el experto, y lo explica:

"Si la generación que ahora tenemos 40 o 50 años no vio cumplidas las promesas que se les hicieron cuando eran jóvenes, la generación que ahora tiene 20 o 30 años, lo que está viendo claramente es una situación de descomposición y degradación acelerada del mundo social que se supone que le iba a rodear", denuncia.

En este sentido, apunta a que se han sucedido dos grandes crisis sistémicas muy importantes, que son algo más que coyunturales, que son la del 2008 y la actual del coronavirus. "Entonces, esta gente ya no ha visto la precariedad como algo episódico o temporal, una especie de peaje que se tenía que pagar por llegar a un mercado laboral o a una situación laboral más o menos estable, sino que ve la precariedad como una especie de condena de por vida".

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El experto observa que "los millenials, las generaciones novedosas han visto una situación de hundimiento absoluto de los Estados de bienestar, de políticas de austeridad casi omnicomprensivas, omnipotentes, ubicuas, que están un poco por todas partes, tienen una mentalidad en la que ya se les ha imbuido directamente la idea de que la seguridad social pública va a desaparecer, de que los sistemas públicos de educación son absolutamente ineficaces y están absolutamente degradados: una idea de que no existe el progreso".

"Lo que tenemos ahora son trabajadores que alternan períodos de desempleo muy grandes, con subvenciones o prestaciones que cada vez son inferiores, con un baile acelerado de puestos de trabajo", advierte. Añade que "a estas generaciones se les está imbuyendo de una narrativa de fatalismo, de que todo va a ir siempre a peor, de que no existe ningún tipo de solución, que obviamente lo que pretende es desarmarles y evitar su legítima rebeldía".

¿Quién dijo que todo está perdido?

Carretero Miramar señala que en España "estamos en unas circunstancias en las que los jóvenes tienen una situación realmente dura frente a sí, en la que la propia economía española parece a punto de deslizarse —y esto puede pasar en relación con la crisis del coronavirus— en una situación en la que pasa a ser una economía dependiente, de tercer mundo como las que vemos en gran parte de América Latina, en África o en Asia".

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Sin embargo, el economista ve una genuina luz de esperanza, pero que todo dependerá de cómo lo encaren los propios protagonistas, es decir, los jóvenes. "Yo creo que lo que se puede hacer es partir de la base de auto organización de las clases populares: generar una dinámica en que estos jóvenes puedan empezar a actuar para defender sus intereses, tanto en los centros de trabajo, como en el conjunto de la sociedad. Tienen que poder articular mecanismos de interrelación entre ellos donde puedan generar una potencia política sindical cultural propia que les permita hacer frente a todo esto. Y esto parte de la base de entender o de superar esa dinámica del fatalismo. Esto tiene solución y pasa necesaria y exclusivamente por que la gente y estos jóvenes tomen sus destinos en sus propias manos".

Entonces, el economista lanza una reflexión lapidaria: los jóvenes "tienen que organizar y generar mecanismos de sindicalismo alternativo combativo que vaya más allá del sindicalismo oficialista que se ha demostrado como un sindicalismo de concertación que no defiende realmente los intereses de la clase trabajadora", sentencia.

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