Conocido como Alberto de Sajonia-Coburgo-Gotha, el príncipe murió en diciembre de 1861 a los 42 años. Sufrió de su dolencia durante unas cuatro semanas, desarrollando unos vagos síntomas de insomnio. También le dolían las piernas y los brazos y no tenía ganas de comer.
Dudas en torno al fallecimiento
Sin embargo, los detalles que se dieron a conocer al público sobre la enfermedad del príncipe fueron "incompletos e imprecisos", escribió el doctor Howard Markel en su columna para la cadena PBS. Según el experto, Alberto tenía un largo historial médico de calambres abdominales intermitentes, obstrucción intestinal ocasional, anorexia, diarrea, fatiga y problemas reumáticos de articulaciones.
Otros médicos incluso sugieren que el miembro de la familia real británica falleció por una forma de cáncer abdominal. Señalan que corría riesgo de desarrollar precisamente esta dolencia debido a sus genes, dado que su madre murió de cáncer de estómago a los 30 años.
El príncipe que no se aferraba a la vida
En la época previa a los primeros antibióticos y líquidos intravenosos, un ataque de fiebre tifoidea solía durar de 21 a 30 días. O el paciente moría o, si su organismo era lo suficientemente fuerte, se iba recuperando lentamente.
Varias semanas antes de morir, Alberto confesó con desesperación que no tenía ganas de vivir. Se cree que le dijo a Victoria que no se aferraba a la vida porque no le daba importancia.
"Si supiera que los que amo estarían bien atendidos, estaría listo para morir mañana... Estoy seguro de que si tuviera una enfermedad grave, me daría por vencido de inmediato. No debería luchar por la vida. No tengo voluntad para vivir", cita sus palabras el medio.
Si bien es poco probable que el misterio que rodea la causa de su muerte quede resuelto en el futuro, Alberto de Sajonia-Coburgo-Gotha entrará en los anales de la historia como una figura destacada de la era victoriana y como el príncipe que murió muy joven.