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Quim Torra: el presidente activista que no supo revitalizar el procés

© REUTERS / Albert GeaQuim Torra, el presidente de Cataluña inhabilitado
Quim Torra, el presidente de Cataluña inhabilitado - Sputnik Mundo
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MADRID (Sputnik) — Quim Torra fue investido como presidente de la Generalitat de Cataluña en mayo de 2018 en un contexto de urgencia, ya que los partidos independentistas que ganaron las elecciones seis meses antes carecían de candidatos viables a ojos de la judicatura española.

El intento por investir al expresidente Carles Puigdemont telemáticamente desde Bélgica fue frenado por la justicia española, al igual que las postulaciones al cargo del líder social Jordi Sànchez o el diputado Jordi Turull, ambos imputados en la causa por el referéndum de 2017.

Cada paso en falso acercaba la posibilidad de una repetición electoral, alejando la restitución de un Gobierno con plenos poderes en Cataluña tras la traumática intervención de su autonomía desde Madrid.

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Finalmente la apuesta fue Quim Torra, que había ocupado el discreto puesto número 11 por Barcelona en la lista del partido Junts Per Catalunya, encabezada por Puigdemont.

Aunque pueda sonar extraño, uno de los principales motivos por los que fue elegido para el cargo fue la ausencia de causas judiciales en su contra, algo que sus compañeros de lista no podían decir, ya que la mayoría de ellos estuvo involucrado en la preparación del referéndum.

Desconocido para el gran público —sobre todo fuera de Cataluña— el nuevo presidente de la Generalitat, abogado de formación, tenía un perfil más de activista que de político.

Tras trabajar durante casi veinte años para una aseguradora suiza, Torra se involucró de forma activa en la causa independentista a partir de 2009, en los albores del proceso soberanista, abriéndose paso hasta la cúpula la Asamblea Nacional Catalana (ANC) y Ómnium Cultural (OC), entidades que marcan el pulso intelectual del independentismo en Cataluña.

​Después llegó un salto casi natural a la política institucional, ocupando siempre posiciones secundarias y cargos públicos de relevancia menor hasta que fue llamado a filas por Carles Puigdemont.

Delfín de Puigdemont

Pese a la destitución de Puigdemont a manos del Gobierno español y a la tierra puesta de por medio con su huida a Bélgica, el independentismo no dejaba de considerarle como el presidente "legítimo" de Cataluña.

En ese marco, la investidura de Torra creó una dualidad: era formalmente presidente, pero solo para ocupar la silla en nombre de Puigdemont, al que él mismo seguía considerando el verdadero depositario del cargo.

De hecho, en su propia sesión de investidura Torra aclaró que se consideraba a sí mismo como un presidente "provisional", algo que además de ser una declaración de lealtad a su predecesor acabó siendo una premonición de su salida forzada del cargo.

"Nuestro presidente es Carles Puigdemont. Seremos leales al programa del 1 de octubre, a la construcción de la república", dijo en su discurso de investidura

Torra emergió como presidente de Cataluña de forma inesperada, fruto del caos institucional y judicial posterior al otoño de 2017, pero sus intenciones fueron claras desde el principio: avanzar hacia la implementación de una república catalana.

"Impulsaremos un proceso constituyente. Un gran debate real que implique a toda la ciudadanía. Diseñemos sin apriorismos el país en el que queremos vivir y que deberá concluir con la redacción de una Constitución catalana", añadió en el citado discurso.

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Sin embargo, Torra llegó al poder con un movimiento independentista fatigado, más centrado en afrontar las consecuencias judiciales del otoño de 2017 que en seguir abriendo frentes.

Su predecesor sí hizo una apuesta concreta: promulgó leyes de ruptura con España y celebró un referéndum de autodeterminación que, pese a no contar con reconocimiento legal ni en Madrid ni en otros lugares del mundo, tensionó la situación lo suficiente como para acabar con la adopción de una declaración de independencia que posteriormente quedó en papel mojado.

Torra intentó mantener el pulso institucional, pero casi nunca sus movimientos se acercaron a la magnitud de los de Puigdemont ni tuvieron fuerza suficiente como para sobrepasar el ámbito de lo simbólico, algo que se refleja perfectamente en cómo deja el cargo.

Desobediencia como hoja de ruta

El 28 de septiembre es el Tribunal Supremo ratificó la condena a un año y medio de inhabilitación que el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña le impuso a finales de diciembre por un delito de desobediencia, al negarse a retirar una pancarta de apoyo a los presos independentistas de un edificio público en periodo electoral.

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En un artículo publicado por el periódico La Vanguardia, el periodista Jordi Amat recuerda que Torra formó parte en 2016 de un centro de estudios desde el que publicó un libro titulado Los últimos 100 metros: la hoja de ruta para ganar la República Catalana.

Según apunta Amat, la tesis principal de ese libro es que "llegaría un momento en que los enfrentamientos con el Estado serían continuados y entonces la ciudadanía concienciada se instalaría en una serie de escenarios gandhianos que permitirían conseguir la independencia".

Quizás esa visión estratégica explique los actos de Torra y sus palabras durante el juicio por la pancarta, donde abrazó la desobediencia y se erigió en mártir a sabiendas del coste de ese gesto.

A las preguntas de su propio abogado sobre si desoyó las órdenes de la Junta Electoral, Torra respondió lo siguiente: "No cumplí las órdenes, o lo que es lo mismo, las desobedecí", unas palabras que posteriormente quedarían reflejadas en el fallo condenatorio.

A la espera de ver si el Tribunal Constitucional acepta su recurso de amparo, la sentencia del Tribunal Supremo es firme, lo que implica que Torra ya no es presidente de la Generalitat.

Balance

En sus 28 meses al frente del Gobierno catalán no solo se produjo un atascamiento del impulso soberanista, sino que su legado es un independentismo más dividido que hace tres años.

A nivel institucional, el paso de Torra por la Generalitat deja poco más que la constitución de una mesa de diálogo con el Gobierno español que por el momento es infructuosa y que, además, prácticamente le fue impuesta por sus socios del partido Esquerra Republicana.

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A nivel social, Torra es el responsable de romper el idilio entre los activistas independentistas y los cuerpos de seguridad catalanes, poniendo en cuestión el relato de la "revolución de las sonrisas" promovido desde hace años en Cataluña.

Mientras él mismo pedía a los Comités de Defensa de la República (CDR) "apretar" en las calles, sus policías se emplearon con contundencia en septiembre de 2019 durante las protestas por la condena a los responsables del referéndum, generando escenas de disturbios que hasta la fecha eran inéditas en el proceso independentista catalán.

En una comparecencia pública de despedida ofrecida el 28 de septiembre, el propio Torra llegó a admitir que el legado de su mandato no está a la altura de sus expectativas.

"Sin duda todavía no tenemos la república catalana independiente que nos hemos comprometido a construir de manera colectiva. No he podido avanzar más, y creedme que estaba dispuesto a asumir todas las consecuencias", afirmó.

Ahora, con Torra fuera del mapa, el vicepresidente Pere Aragonés asumirá sus funciones de forma interina mientras Cataluña intenta campear la pandemia y los partidos independentistas buscan rearmarse de cara a las próximas elecciones con sus líderes en prisión o fuera del país.

Es decir, tras casi tres años de mandato de Torra, Cataluña vuelve al punto de partida previo a su investidura: la excepcionalidad política.

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