La debilidad de las formaciones políticas europeas de izquierda les ha llevado en muchos casos a dividirse y a buscar en el ecologismo una tabla de salvación electoral. En el caso de Francia, sobre los escombros de los partidos socialista y comunista han crecido brotes verdes que no solo merman la recuperación de la izquierda tradicional, sino que, bajo el ropaje de izquierda posmoderna, restan credibilidad a las luchas sociales tan necesarias ahora como hace un siglo.
Las elecciones municipales en Francia celebradas en junio pasado arrojaron una tasa de abstención histórica, más de un 60%. De ello sacó partido el grupo "Europa Ecología Los Verdes" (EELV), que en la Asamblea Nacional es inexistente. El desencanto político con los partidos tradicionales y el temor al COVID-19 hicieron que muchos votantes, en especial los de mayor edad, que son los que tradicionalmente votan en las municipales, se quedaran en sus casas. Los "verdes" se hicieron con ciudades importantes (Lyon, Burdeos, Estrasburgo, Besançon, Grenoble, Annecy…) y contribuyeron además a mantener en la alcaldía de la capital, París, a la socialista Anne Hidalgo.
Contra el Tour de Francia, la 5G y el árbol de Navidad
El fantasma verde que recorre Francia tardó pocas semanas en dar motivos de sonrojo o de enfado. El regidor de Grenoble, Eric Piolle, se muestra contra la red 5G "porque solo sirve para ver porno en los ascensores". El alcalde de Lyon, Gregory Doucet, se expresó en contra del Tour de Francia, la competición ciclista más conocida del planeta, toda una institución en el país, un orgullo para la Francia rural y provincial que se da a conocer en el mundo gracias a esa prueba deportiva televisada. Según Doucet, el Tour contamina y es "machista". En su apoyo acudió otro ecologista, esta vez representante en París, quien afirmó que el Tour es un espectáculo "que solo ven los desempleados, repanchingados en su sofá".
Verde, tono musulmán
Otras medidas anunciadas por alcaldes verdes también causaron estupor entre muchos de sus votantes que, si bien están sinceramente comprometidos con la ecología, no entienden que los nuevos próceres incluyan, por ejemplo, la escritura inclusiva como una medida indispensable para preservar la naturaleza. Tampoco que ritos como la instalación del árbol de Navidad, una tradición de siglos que poco tiene que ver con la fe religiosa y más con el acervo cultural, sea denostada, porque se trata de "un árbol muerto", según la doctrina del nuevo alcalde de Burdeos, Pierre Hurmic.
Acabar con la Francia tradicional, con los usos y costumbres de siglos parece uno de los objetivos de algunos responsables políticos ecologistas, según denuncian sus rivales y, también, algunos de sus propios compañeros de partido. Jadot, otro miembro de EELV, que quiere presentarse como candidato a las presidenciales de 2022, teme que los ejemplos de sus compañeros ediles sean negativos para sus aspiraciones personales. Los sondeos demuestran que, efectivamente, las decisiones de los alcaldes verdes cosechan un mayoritario rechazo de la opinión pública.
La mentira y el uso del miedo
De la política norteamericana Alexandria Ocasio-Cortez, a la estudiante sueca Greta Thunberg; de los británicos de "Extention Revolution", a ongés como Greenpeace, se nos anuncia el fin del mundo en pocos años. Ponerlo en duda no es solo una concesión de pasaporte para ser desterrado al país de los climatoescépticos. Es también un pecado social para unos ideólogos que no aceptan las críticas de otros científicos quienes, sin poner en duda la necesidad de preservar el medio ambiente, subrayan los intereses de ciertos lobbies y, sobre todo, las técnicas de manipulación social que se utilizan para crear el miedo entre los ciudadanos.
En otro libro titulado Apocalyse, never (Apocalipsis, nunca), el ecologista estadounidense Michael Shellemberger, que ha pasado media vida en América Latina defendiendo causas ecológicas y sociales, pide perdón "por la manera que los ecologistas hemos empleado para engañar a la gente".
Otro ecologista de izquierda, con experiencia en la alcaldía de Francfort y exaspirante a la presidencia francesa, Daniel Cohen-Bendit, también se desliga de los "jemers verdes": "No merece la pena defender el decrecimiento económico si es para provocar una gran crisis de desempleo y pobreza. ¿Queremos salvar el clima matando a la gente?"
En todo caso, a ciertos ecologistas radicalizados lo que ocurra fuera de sus barrios neoburgueses reverdecidos parece importarles poco; de la misma manera que, mientras predican su fe por la salvación del planeta, no parecen sensibles a que los desechos electrónicos que han utilizado en su vida urbanita puedan envenenar a niños africanos y asiáticos que se dedican a recuperar los materiales nocivos con los que han sido elaborados.