En su encíclica, Francisco señala que la actual crisis sanitaria a causa del COVID-19 ha demostrado el fracaso del mundo para trabajar unido. Por ello, dedica un espacio de este mensaje para definir qué política sirve realmente para el bien común.
El líder de la Iglesia católica comienza por distanciarse de los populismos y los liberalismos, pues acusa que el "desprecio de los débiles puede esconderse en formas populistas, que los utilizan demagógicamente para sus fines, o en formas liberales al servicio de los intereses económicos de los poderosos".
Para el papa, el sustantivo pueblo y el adjetivo popular hacen referencia a fenómenos sociales que pretenden articular a las mayorías. No obstante, atribuyó que en muchos casos esa capacidad ha servido a ciertos líderes populares "para cautivar en orden a instrumentalizar políticamente la cultura del pueblo, con cualquier signo ideológico, al servicio de su proyecto personal y de su perpetuación en el poder".
Como síntoma de la degradación de los liderazgos populares, Francisco destaca la aparición del inmediatismo, donde se "responde a exigencias populares en orden a garantizarse votos o aprobación, pero sin avanzar en una tarea ardua y constante que genere a las personas los recursos para su propio desarrollo".
"[…] ayudar a los pobres con dinero debe ser siempre una solución provisoria para resolver urgencias. El gran objetivo debería ser siempre permitirles una vida digna a través del trabajo", explica.
Pese a esa consideración, el papa también critica las "visiones liberales individualistas" que consideran a la sociedad como "una mera suma de intereses que coexisten".
"En ciertos contextos, es frecuente acusar de populistas a todos los que defiendan los derechos de los más débiles de la sociedad. Para estas visiones, la categoría de pueblo es una mitificación de algo que en realidad no existe. Sin embargo, aquí se crea una polarización innecesaria, ya que ni la idea de pueblo ni la de prójimo son categorías puramente míticas o románticas que excluyan o desprecien la organización social, la ciencia y las instituciones de la sociedad civil", señala.
Asimismo, en relación con el objetivo general de su encíclica, el líder católico advierte que el consumismo y el individualismo son una amenaza a la fraternidad entre las personas, ya que pueden provocar que se ignore la existencia de los otros y sus derechos, lo cual consideró como fuente del resentimiento social y la violencia.
También encuentra riesgo ante la proliferación de los nacionalismos y la xenofobia, una medida que atribuyó a ciertos líderes interesados en ganarse la aprobación de determinados sectores de sus poblaciones, pero que también genera violencia, desprecio y maltratos hacia quienes tienen un origen o condición diferente.
Por otra parte, Francisco aplaudió la capacidad de los movimientos de desocupados, trabajadores precarios e informales para gestar "variadas formas de economía popular y de producción comunitaria". Desde su perspectiva, las estructuras de Gobierno en todos sus niveles pueden beneficiarse de estos ejemplos a fin de establecer una política orientada a "promover una economía que favorezca la diversidad productiva y la creatividad empresarial" que ayude a crear empleos en vez de reducirlos.
Ante esta realidad, el líder de la Iglesia católica propuso, entre otras cosas, la construcción de Estados donde los gobernantes no asuman que el mercado lo puede resolver todo, ni la política se someta a la economía. En este sentido, urgió a los líderes políticos a priorizar la generación de nuevos empleos por encima de la reducción de los costos de mano de obra.
En particular, Francisco apuntó a la necesidad de crear políticas que permitan la protección, promoción e integración de los migrantes a las sociedades de los países receptores. Finalmente, destacó la importancia de fomentar hábitos solidarios que permitan al pueblo y sus integrantes corregir las inequidades e injusticias sociales, fomentando una cultura de diálogo, tolerancia y encuentro.