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¿Por qué ha pasado Woody Allen de ser un genio a ser un apestado?

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El escritor español Edu Galán, psicólogo y cofundador de la revista Mongolia, reflexiona en un ensayo sobre cómo ha cambiado la sociedad a través del caso del director neoyorquino, que acaba de cumplir 85 años.
La cuestión no radica en si es inocente. La cuestión es por qué la opinión pública ya ha determinado que es culpable, a pesar de no tener nuevos datos ni sentencias. Por qué ha pasado de ser considerado un genio a convertirse en un apestado. Por qué se le han caído contratos o hay actrices que se niegan a participar en sus películas. En El Síndrome Woody Allen, Edu Galán (Oviedo, 1980) trata de analizar qué ha ocurrido en unos años para que la reputación de un tipo como el célebre director neoyorquino se haya desmoronado.
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Allen, para poner en antecedentes, se separó de la actriz Mia Farrow en 1991. Y en 1992 fue acusado por ella de abusar de Dylan, hija adoptiva de ambos. Tenían otros dos vástagos: Ronan, biológico, y Moses. A la vez, el cineasta empezaba una relación con Soon-Yi, de 22 años e hija adoptiva de Mia Farrow y André Previn. Los años fueron pasando. El rencor aumentó. Las declaraciones subieron el tono y, resumiendo mucho, se resolvió sin ninguna condena: un juez exoneró a Allen y el suceso se diluyó, quedando como simple carnaza del papel cuché.
​​Hasta 2017. La llegada del movimiento #MeToo lo volvió a poner en la picota. Entre sus jaleadores, Ronan Farrow. Periodista de formación, su hijo escribió un libro, Depredadores, donde investigaba la figura de Harvey Wenstein y los silencios del poder en torno a sus abusos. También deslizaba algún dardo hacia su padre. Su cabeza se ofreció de nuevo a las huestes. Intérpretes como Mira Sorvino o Kate Winslet se arrepintieron de aparecer en sus filmes.
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Y Edu Galán tuvo una duda: en 2008, este escritor y el profesor Juan Pastor habían realizado un curso sobre la obra de Woody Allen en la Universidad de Oviedo. Lo repitieron en 2009, con éxito de matriculaciones. Por aquellos días de 2018, sin embargo, las redes sociales ligaban términos como "proxeneta" al nombre del autor de Manhattan. La escultura dedicada al cineasta en esa ciudad (por su premio Príncipe de Asturias) amaneció con un mensaje: "Fuera pederastas de nuestra ciudad". Su productora canceló un estreno y la editorial con quien iba a imprimir sus memorias le dio la espalda. Y se preguntó: ¿Podría dar unas clases parecidas sin el boicot de la muchedumbre, sin los insultos en Twitter?
Seguramente, no. Por eso quiso analizar el motivo. Y alcanzó varias conclusiones. El síndrome al que se refiere en el título es un conjunto de síntomas que implica valoraciones emocionales por encima del raciocinio, un sistema que te hace creer poderoso y el altavoz sin filtro de las aplicaciones virtuales. Así lo explica Galán a Sputnik: "Todo empezó con el #MeToo, que era una respuesta al abuso de los poderes de Hollywood con determinadas actrices. Se le coloca a Allen el arquetipo de hombre poderoso frente a su hija o su exmujer. Se usa esa plantilla con él, pero no encaja porque su exmujer, Mia Farrow, tenía el mismo estatus".
​La empujan contra el director siendo "mentira y una falta de respeto para las verdaderas víctimas", según Galán. "Utilizan narrativamente el caso como una historia emocional que vende muchísimo en redes sociales, que vende muchísimo a los convencidos, pero que es un atentado contra la presunción de inocencia y el estado de derecho", prosigue el autor, que ve incluso una falta contra las relaciones humanas: "Ya no es una víctima real, sino que se siente víctima, y desmerece a las de verdad".
No quiere decir el articulista de medios como elDiario.es o Zenda que no existan sucesos así o que sean todos mentira. Al revés: Edu Galán cree que ha habido una falta de escucha a las mujeres que denunciaban abusos y que eso empieza a transformarse. Pero de ahí se ha pasado a la fórmula del "Hermana, yo sí te creo" que "pone a unos ciudadanos por encima de otros solo por su género". "Otros hemos sido maltratados históricamente por nuestra clase social y no matamos a un rico cada lunes", arguye sobre esta lapidación en bloque.
"Creo que hay que dejar de instrumentalizar a las víctimas de una forma ideológica. Sobre todo cuando las usas para lograr tu objetivo y luego las ignoras", zanja.
El germen, arguye, no es solo la solidaridad o el progreso de la sociedad. Es el neoliberalismo y sus mandatos: "Se nos dice que somos protagonistas de nuestro destino. Y eso es una bazofia descomunal: no eres protagonista de nada, solo puedes serlo un poco si eres hijo de Trump. Te dan móviles y juguetes para que creas que te escuchan. Te dan una almohadilla en el teclado para que hagas hashtags y te creas activista. Es un placebo de la sociedad de mercado", protesta.
​Galán se opone a lo que denomina "la centralidad de los sentimientos". "Se nos repite que nuestros sentimientos son los que mandan", reflexiona, "y el libro se revela contra la opinión constante, se pone de lado de los que no queremos tener razón ni que nos la den". Postura que choca con la posmodernidad, sujeta a algoritmos que solo nos encauzan en un flujo de pensamiento único.
"Con las redes sociales se construye todo en torno al cortoplacismo, a los mensajes rápidos, al clic fácil. Esa forma de comunicarse ha infectado todos los ámbitos: el derecho, la política… Y creo que esa manera de ver la vida no es real. Se tienen que estudiar las cosas", apunta.
Mensajes virales que hacen mucho ruido y producen desde cancelaciones de unas jornadas educativas hasta el ostracismo de un creador. Ha pasado con cómicos como Jorge Cremades, con escritoras como J. K. Rowling o con el propio Allen: "A mí me dan igual ellos. Lo que me preocupa es que se cree un clima en el que tu profesión es un campo minado donde te juegas el empleo por no decir lo que quiere el 100% de la población". 
"Juegan estos grupos con causas muy respetables para lograr un fin y hacen que, si tú no los apoyas, seas culpable tanto o más que la obra de propagar la violación, la violencia de género y el antirracismo. Si me dices que una obra propaga el racismo te diría que necesito datos", comenta Galán.
En El Síndrome de Woody Allen alude a esas listas negras que había el siglo pasado por culpa de gobiernos autoritarios y que escrutaban cada aspecto. Ahora, ese análisis reprobatorio no es político sino que viene "removido por las turbas" y las consecuencias "son muy parecidas: desgracias personales, suicidios… Un horror". Galán no se mete en la disyuntiva sobre separar la obra del autor.
Ve que, en ocasiones, es una relación muy cercana y que distinguirla amputaría parte de la cultura. "Abogo por dejar el paternalismo y que cada uno sea maduro y que entienda las circunstancias de cada época", concluye, sin responder al interrogante sobre si Allen es culpable o inocente: eso es cosa de jueces y no de quienes boicotearían un curso universitario sobre él.
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