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"Perder de cara al público es el peor fantasma de Trump": las consecuencias del asalto al Capitolio

© AP Photo / Julio CortezManifestantes durante las protestas frente al Capitolio (Washington)
Manifestantes durante las protestas frente al Capitolio (Washington) - Sputnik Mundo
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El asalto al Capitolio en Washington abre informativos y portadas de todo el planeta. Un momento que aparecerá en los libros de historia y que deja entrever las dos vertientes de Estados Unidos. Un acto con el que, en cierta manera, se despide Trump y recibe a Biden, encargado de hilvanar al país.
El 6 de enero de 2021 quedará grabado en la retina de millones de estadounidenses. A través de fotografías y cámaras de televisión, observaron como centenares de personas trepaban las paredes del Capitolio. En su interior, se procedía a certificar los resultados electorales que daban la victoria al candidato demócrata Joe Biden. Sesión que tuvo que ser interrumpida, cuando los manifestantes entraron en la sede del poder legislativo. Portaban la bandera nacional. Algunos, incluso, la confederada. Ninguno de ellos cree en lo dictado por las urnas. Eran seguidores del actual presidente, Donald Trump.
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Por primera vez en 200 años, unos manifestantes asedian el Capitolio de EEUU
Las imágenes han recorrido el mundo entero. La mayor parte de líderes políticos se refieren a lo acaecido en Washington con comentarios de denuncia e incredulidad. "Esto no es una protesta, es una insurrección", dijo Biden. Para Iñigo Arbiol, director del Máster de Relaciones Internacionales y Diplomacia Empresarial de la Universidad de Deusto y experto en política estadounidense, el planeta presenció "un momento histórico". Y no solo por el ataque al Capitolio.
—Sin duda, pocos esperaban ver lo que sucedió en Washington la tarde del 6 de enero. Manifestantes gritando y corriendo por los pasillos del Capitolio. ¿Estamos ante un momento clave de la historia de Estados Unidos? Algunos lo llegan a definir como un intento de golpe de estado…
—Que un grupo de personas irrumpa en el Capitolio, un icono de la democracia estadounidense, es histórico, sí. Y más durante una sesión. Eso sí, yo no lo definiría como un golpe de estado, ya que la intención no es revertir el orden establecido. Simplemente se trata de un colectivo que considera que les han robado las elecciones y creen que es legítimo acudir de esa manera a las instituciones para defender la democracia. Eso sí, totalmente confundidos.
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Al final, lo vivido el 6 de enero es el resultado de echar leña al fuego durante cuatro años. Al fuego de la extrema derecha o del supremacismo blanco, sectores que laten en Estados Unidos. Es más, yo diría que más histórico que el asalto al Capitolio es que esta parte de la población haya encontrado a un candidato político que les represente. Además, que haya estado cuatro años en la Casa Blanca. Lo verdaderamente inédito del 6 de enero es que el presidente del país haya azuzado a los manifestantes. De esta forma, rompe con el carácter conciliador de la presidencia de Estados Unidos.
Tradicionalmente, el presidente es quien une a la mayoría de las vertientes de pensamiento del país norteamericano. Quien da calma. En este caso, Trump ha actuado de manera incitadora y eso es un problema. Actos así debilitan el carácter e imagen de la presidencia. Desgastan al propio sistema que regula la convivencia.
—Afectan a la presidencia desde un punto de vista interno, pero también a la imagen que existe de Estados Unidos fuera de sus fronteras.
—Por supuesto. El asalto al Capitolio no indica que el país sea más o menos democrático hoy que ayer. Pero, sí que puede ser más dramático a nivel de imagen externa. Y es que Estados Unidos está considerado una efigie de la democracia. Prácticamente todo el mundo mira al sistema estadounidense para transitar hacia un modelo de gobierno más democrático. Hay que recordar que Estados Unidos lleva 250 años funcionando bajo esta forma de organización política.
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De esta forma, los sucesos de Washington se hacen más llamativos. El mundo entero los ha contemplado, aunque no afectarán de la misma manera a todos. Por ejemplo, en la Unión Europea se recordará como un hecho curioso, pero no alterará su visión. Sin embargo, los países que transitan a la democracia, que se fijan en Estados Unidos, verán que ese modelo tan inspirador, pues no lo es tanto. Estas dudas pueden generar desconfianza en el propio modelo democrático, lo que abriría un hueco a sistemas políticos en los que los derechos civiles o las libertades no tienen el mismo peso. Una apertura que también pueden aprovechar países que buscan espacios de referencia.
Sin duda, el gran inconveniente es que se denuesta a la propia democracia. Es un golpe más al modelo. Entiendo que no es perfecto, que tiene problemas serios como la corrupción o las injerencias exteriores. Sin embargo, a mi parecer, sigue siendo el mejor de los sistemas de gobierno.
© AP Photo / John MinchilloManifestantes frente al Capitolio (Washington)
Manifestantes frente al Capitolio (Washington) - Sputnik Mundo
­­—Ante la problemática que ha podido generar un acto de tal magnitud en Estados Unidos, ¿cree que se podría tomar alguna medida contra el actual presidente?
—La ley estadounidense prohíbe procesar a un presidente. Es una norma construida para que este pueda tener libertad para tomar decisiones. Su lado oscuro es que no se pueda juzgar a una persona cuando incurre en actuaciones como las de Trump. Entonces, no se le puede llevar a los tribunales. Además, se tendría que probar que él ha cometido un acto ilegal. Y es que, si les ha dicho a sus seguidores que se manifiesten por no compartir una opinión, no pasa nada. Están en su derecho y es plenamente democrático, a pesar que pueda haber incitado a actos como los del 6 de enero. No serían los primeros que protestan delante de una sede del poder legislativo para cambiar la intención de voto. Si hubiese comentado claramente que tenían que tomar el Capitolio e interrumpir la votación, la situación cambiaría.
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En cuanto a sus responsabilidades, si quedasen tres años de legislatura sería otra historia. Pero quedan 23 días. En el mejor de los casos se podría dar la vigésimo quinta enmienda, que prevé el orden de sucesión y con la que el vicepresidente y una parte del gabinete pueden incapacitar al presidente. Podría darse, pero yo lo veo un poco ciencia ficción. Es cierto que mediante esta enmienda se podría incapacitar a Trump temporalmente. Después habría que ir al Congreso y acreditar dicha orden. A los cuatro días, el afectado tiene la opción de volver a acceder al cargo si demuestra que está capacitado. En el caso de Trump, creo que está perfectamente capacitado. Otro tema es que no se esté de acuerdo con su actuación.
Realmente, lo que se tendría que hacer es un impeachment, un juicio político para retirarle el cargo. No obstante, ya no hay tiempo para este procedimiento.
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Por otro lado, no creo que el Partido Republicano intervenga directamente. Ahora está en una situación muy complicada y cualquier decisión podría provocar una escisión en la formación. Que un grupo de gobernadores, senadores o alcaldes giraran hacia Trump, si se intenta agredir políticamente a su persona. Una desestructuración del partido sería muy peligrosa y más pensando que Trump se puede presentar a distintos cargos en dos años y a presidente en cuatro.
Lo que no descarto es que Trump tenga que enfrentarse a problemas legales por hechos previos a la presidencia. Es más, la Fiscalía de Nueva York ya lo está investigando. Le podía pasar como a Al Capone, que fue a la cárcel no por matar a alguien, sino por no pagar sus impuestos. Eso sí, ya lo veríamos después de dejar la Casa Blanca.
—Lo que está claro es que se prevé un enero movido en la política estadounidense…
—Yo creo que el 20 de enero Biden y Harris jurarán cargo. Al 99,99% va a suceder esto. Pero, no significa que no vayan a pasar cosas raras estos días. Tal vez algún disturbio más. Puede ser que no sucedan en Washington, sino en lugares donde estos grupos radicales se sientan más protegidos.
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El presidente ha hablado que va a garantizar la transición, pero sigue sin reconocer los resultados electorales. A pesar de que ninguna de las 65 acciones judiciales presentadas haya sido admitida a trámite por los tribunales. Nos enfrentamos a los últimos días de Donald Trump y veremos cosas jamás vistas en un proceso de transición en Estados Unidos.
Hay que tener en cuenta que más allá de la figura de presidente, Trump es una persona que no está acostumbrada a perder. No lo concibe en su vida personal, sus negocios y tampoco en la política. Ahora se enfrenta al peor de esos escenarios: la derrota. La mayor humillación para un presidente es que no sea elegido para un segundo mandato. Eso significa que no ha gestionado bien, que no ha ganado capital político para optar a esta reelección.
Quedar como un perdedor de cara al público es el peor de sus fantasmas. Entonces, va a hacer todo lo posible para denostar los resultados. Jamás va a admitir que ha perdido. Dirá que deja el poder porque los resultados están amañados o porque se lo impone la ley. Pero no va aceptar que 82 millones de personas no quieren que este ahí, frente a 76 millones.
­—Hay que decir también que el asalto al Capitolio y las posteriores reacciones muestran a un país completamente polarizado. Tanto en la política como a nivel social. ¿Será capaz Biden de recuperar el tono conciliador que usted destacaba sobre la figura del presidente en Estados Unidos?
—Sinceramente, es lo más importante. Mucho más que lo sucedido en el Capitolio. Ver si Biden se erigirá como un perfil de conciliación. Si será capaz de encontrarse con esa parte del republicanismo que acepta los resultados electorales.
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Cuando Biden se presentó a las elecciones fue criticado porque no estaba tan a la izquierda como Sanders. Se le consideraba muy centrista. Según la opinión pública, le faltaba identificarse más con los jóvenes. Pero, precisamente por lo que fue puesto en duda, es lo que le puede convertir en un gran presidente, al menos en este momento histórico. Centrista, con experiencia y tranquilizador. Puede que genere un aspecto conciliador y que acerque posturas con un sector del republicanismo que quiere reencontrarse con el resto del país. Biden tiene esa capacidad y voluntad.
Biden puede pasar a la historia como el presidente que calmó a Estados Unidos tras la era Trump. Tal vez no sea el mandatario de los grandes logros políticos, pero igual lo que necesita el país ahora es un presidente que una a la nación. Alguien que hilvane lo urbano con lo rural, el interior con las costas. Biden puede hacerlo. Eso sí, dependerá que cómo estén las partes. Cuando hay dos telas separadas, se pueden coser. Pero, si están muy rotas, a veces, no se puede hacer nada. Biden puede ser un gran sastre, pero dependerá que lo distanciada que esté la sociedad estadounidense tras la legislatura de Trump.
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