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Y al décimo día, resucitó: una mujer es dada por muerta erróneamente en España

© AP Photo / Emilio MorenattiTrabajadores de una morgue recogen el cuerpo de una víctima de COVID-19 de un hogar de mayores en Barcelona, ​​España.
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Rogelia Blanco, de 85 años, se contagió de COVID-19 en una residencia de Galicia. Después de varias jornadas luchando contra el virus, avisaron a la familia de que había fallecido cuando en realidad no era ella.
La llamada dejó aturdido a Julio Ruiz-Jiménez. Su tía, le aseguraban con asombro, estaba viva. La información no habría sido llamativa si no fuera porque 10 días antes le habían comunicado lo contrario. Rogelia Blanco, una mujer de 85 años, se contagió de COVID-19 en una residencia de Galicia, al norte de España. Estuvo ingresada, luchando contra el virus, hasta que avisaron a la familia de su fallecimiento. Pero en realidad todo fue una equivocación: quien había recibido sepultura no era ella.
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Todo dentro de los avatares —ya habituales— de esta pandemia. Hasta que, el 13 de enero avisaron de la defunción. "Nos contaron lo del traslado y que estaba bien. Al principio decían que cantaba y lo llevaba bien. Yo sabía que era ella porque sé cómo es y pegaba con su carácter", rememora Ruiz-Jiménez. Hasta que la alegría se convirtió en tristeza. "Nos comunicaron que había muerto y organizamos el funeral con las restricciones del virus. Cargamos el ataúd, pero estaba sellado y no la vimos", agrega el sobrino.
​Comenzaron los trámites propios de un lance así. Y llegó la sorpresa: a los 10 días, el 23 de enero, les llamaron de nuevo desde la residencia. Su tía estaba allí. Viva. Su marido, que no había dejado de llorar ni de temblar. ¿Qué había pasado? En realidad, tal y como les aclararon, la fallecida había sido su compañera, Conchita. Las dos iban en la misma ambulancia y, en algún momento del tratamiento, se habían mezclado las identidades.
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"Fue una chapuza. Y encima dicen que los servicios sociales pagaron el funeral. Y lo hicimos nosotros, los sobrinos", insiste Julio Ruiz-Jiménez, que acusa a la cadena de geriátricos de "mafia" y lamenta la suerte de la otra familia, con una persona fallecida sin saberlo y enterrada en otro pueblo. Además, el sobrino está dando marcha atrás a todo el papeleo iniciado tras el fallecimiento y tratando de volver a la normalidad.
Desde la Fundación San Rosendo, encargada de unos 70 geriátricos, también sienten la confusión y lo catalogan como un "desafortunado incidente". En conversación con Sputnik detallan con aflicción que fue "un cúmulo de cosas". Primero, el contexto. En plena tercera ola de COVID-19 en España, con la vacunación en proceso y con una estrategia para paliar mayores consecuencias que incluye un centro dedicado al virus con profesionales 24 horas, aislado y con entrada y salida aparte.
​Según comentan, tanto Rogelia como Conchita fueron en la misma ambulancia hasta Pereiro de Aguiar. En el trayecto de unos 200 kilómetros, tuvieron un accidente. Y al llegar se les instaló en la misma habitación. En algún instante indeterminado, los encargados confundieron las identidades y fueron informando erróneamente a los familiares de cada una de las pacientes. "Es un hecho puntual de entre los más de 100 traslados que se han realizado desde el pasado mes de diciembre", defienden.
"Tras conocer el error, se procedió inmediatamente a informar a las familias y ha enviado un escrito a los juzgados de Orense y Viveiro para advertir de los hechos e iniciar los trámites para repararlos", esgrimen en un comunicado.
Advierten a su vez que han "reforzado las medidas de control y seguimiento de los usuarios que se trasladen de una residencia a otra" con "una identificación más visual para las personas mayores". Y concluyen la nota con el deseo de transmitir un mensaje de "tranquilidad y confianza" que Julio Ruiz-Jiménez cuestiona: "Esto se ha destapado porque mi tía sobrevivió. ¿Quién sabe cuántas familias tienen a desconocidos en sus nichos?", se pregunta.
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Su sobrino aún no la ha visto en persona, solo en foto. Pero recuerda cómo tuvo que darle la noticia de que estaba viva a su tío, en estado delicado. "Fui con un médico, por si acaso. Y se quedó temblando", repite. Rogelia, sin embargo, no se ha enterado de nada.
"Como es muy alegre, se ríe cuando se lo contamos. Aunque encima no se entera muy bien porque casi no oye", sentencia, sin querer que el caso vaya más allá y exponiendo la necesidad de darle luz para que no ocurra en más ocasiones y, sobre todo, se reviertan los perjuicios provocados a la otra familia.
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