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Ganan las mujeres en Madrid: ¿ha cambiado el paradigma político español?

© Europa Press / Cézaro De LucaMónica García, líder de Más Madrid, en una imagen de la campaña para las elecciones del 4 de mayo de 2021
Mónica García, líder de Más Madrid, en una imagen de la campaña para las elecciones del 4 de mayo de 2021 - Sputnik Mundo, 1920, 06.05.2021
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Los comicios en esta comunidad autónoma han reforzado a las líderes femeninas de los partidos. La alternancia de poderes puede suponer una normalización de género en el país, aunque aún quede camino.
Isabel Díaz Ayuso arrasó en las elecciones del 4 de mayo de la Comunidad de Madrid. A lomos del Partido Popular, ese partido donde ejercía de community manager antes que de reina, la candidata se llevó una mayoría casi absoluta que le permite mantenerse al frente de la Asamblea hasta los siguientes comicios. Junto a ella, subieron Mónica García, de Más Madrid, y Rocío Monasterio, de Vox. El PSOE de Ángel Gabilondo perdió a gran parte de su electorado y Unidas Podemos, recogido del desastre por Pablo Iglesias, no bajó en escaños (al revés, sumó tres) pero sí perdió a su fundador y rostro omnipresente: el exvicepresidente dimitió de su puesto y anunció que abandonaba la política activa.
Queda Isabel Serra al cargo de su testigo en el caso autonómico y Yolanda Díaz en el nacional. Como en el caso de otros abandonos recientes, las mujeres han tomado el testigo. Inés Arrimadas, por ejemplo, es de las pocas supervivientes de ese castillo de naipes llamado Ciudadanos, encabezado durante sus mejores tiempos por Albert Rivera. Y la guardia pretoriana de Pedro Sánchez, el presidente del Gobierno, se compone en su mayoría de ministras y cargos en femenino: Carmen Calvo, Nadia Calviño, Teresa Rivera, Irene Montero o Ione Belarra, entre otras protagonistas del panorama actual.
Este "peso" femenino es un "motivo de orgullo para mujeres y también para hombres", tal y como expresó Pedro Sánchez cuando Iglesias dejó su cartera, y coloca a España como sexto país del mundo con mayor proporción de mujeres en el Gobierno (el cuarto entre los países de la Unión Europea). "Con independencia de las preferencias políticas de cada cual, todos los españoles podemos sentirnos orgullosos al comprobar cómo nuestro país vuelve a ser una referencia internacional en derechos y libertades", afirmó el presidente.
¿Significa este trasvase de poderes un cambio de paradigma en el panorama español? ¿Se ha acompasado la igualdad de derechos con una mayor presencia femenina? Después de los comicios en Madrid, hay quien ha resaltado esta lectura paralela a los resultados oficiales. De hecho, en la campaña ya se pudieron observar elementos de género más allá de las alusiones a las feminazis en mítines de Vox. Díaz Ayuso explotó su imagen de "espontánea" e "independiente" que quiere dar desde el púlpito de un partido conservador. Monasterio tachó a Mónica García de "amargada", como insulto y como tópico masculino.
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Y la responsable de Más Madrid se ha descrito como "médica" y "madre" a lo largo de estas semanas, quizás para enfatizar esa postura ligada a los cuidados, la ternura o la preocupación. De hecho, fue García la que, después de que Pablo Iglesias se echase a un lado en el Congreso, declinara una coalición y hablara sobre la "política de testosterona". El relevo paulatino en las formaciones más recientes se ha convertido en una corriente natural, sin presas, y en el único retén para algunos puntos del mapa: Ada Colau, por ejemplo, alcanzó la alcaldía de Barcelona con su marca personal. Igual que lo hizo Manuela Carmena en Madrid o Mónica Oltra en Valencia, al mando de Compromís y de un gobierno a medias que aún resiste con firmeza.
Ninguna de ellas es pionera. En España ya se habían grabado a fuego los nombres propios de otras mujeres con un papel importante en la historia patria, aunque estuvieran ligadas a ciudades periféricas. Valga el ejemplo de Rita Barberá en Valencia o Teófila Martínez en Cádiz. En esta ocasión, sin embargo, el movimiento parece tener otro color. El cambio es el cauce natural de una corriente con años de tradición y lucha, que se ha hecho patente a la hora de desbancar a un líder como Pablo Iglesias o a premiar la franqueza de Mónica García. El fundador de Unidas Podemos ya ha dejado caer varias veces que el país merece una presidenta de Gobierno, señalando a su sucesora.
"Parece que es así, pero no lanzaría las campanas al vuelo", ataja Marta Fraile Maldonado, investigadora del CSIC. "De hecho, cuando hacemos algún informe nos faltan muchos números de observación de mujeres porque no hay datos", confiesa esta especialista en el estudio de la opinión pública y el comportamiento político desde una perspectiva de género. Fraile analiza esta deriva como un trecho más del camino iniciado hace una década, con el Movimiento 15-M. "Se creó una conciencia y una necesidad de poner las reivindicaciones feministas o de igualdad en la agenda política", arguye.
Aquella explosión ciudadana se acompañaba de otra cualidad: el acceso de las mujeres a una formación similar a la del hombre iba adquiriendo tintes prácticos. Las mujeres, apunta Fraile, alcanzan la primera línea en cargos de responsabilidad. "Aunque han venido muchas veces un poco de carambola", explica, "cuando un partido estaba desgastado o con juicios abiertos, se ponía una cara femenina". Ese cambio, aduce, desviaba la opinión pública y ocultaba la corrupción o los desastres de la agrupación.
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El caso de Ayuso puede observarse en este sentido. Con un PP tocado a distintos niveles, Pablo Casado le otorgó el liderazgo a sabiendas de una victoria poco probable. Los extremistas de Vox y los moderados de Ciudadanos iban erosionando su feudo y la madrileña iba directa a un cataclismo. Sin embargo, las alianzas la pusieron al frente de la Comunidad y ahora es ella la que reflota al partido. "No es el ejemplo típicamente femenino porque se ha dedicado a explotar su faceta más chulesca. Quizás ser mujer le ha dado cierta libertad, pero detrás hay una estrategia concreta que ha sabido utilizar", anota Fraile, que incluye a Monasterio: su rol ha sido de mamporrera al compás del soniquete ultra impreso por su formación.
"Se suele relacionar lo femenino a la empatía, la tranquilidad o la pedagogía, aunque sea también con la contundencia", anota Fraile, que coloca en esta clasificación a Mónica García: "Se identifica con eso, lejos de las políticas grandilocuentes o con un estilo más insultón, igual que Gabilondo. Aunque me da miedo hablar en esos términos de género porque están un poco endiablados".
La autora de varios volúmenes sobre política y juventud o economía cree que se siguen hilando coordenadas para diferenciar entre mujeres y hombres, a pesar de que hay más variedad. "Quizás se empieza a normalizar. Y cuando sobrepasa un umbral ya hay un punto de inflexión, pero creo que sigue habiendo obstáculos", sopesa la experta, que enfatiza la velocidad de la política en España y la incapacidad para formular juicios o previsiones a largo plazo. "Sí que se suele pensar que cuando están las mujeres hay más prioridad por ciertos temas y conexión con ciertos colectivos", cavila.
También ocurre lo contrario: que a las mujeres se las evalúa con otro rasero. "Se dice que si eres mujer tienes que ser el doble de buena y te van a criticar el doble", recuerda. "Y en política seguimos con muchos prejuicios, porque es una esfera tradicionalmente masculina", agrega Fraile. Muchos aún tienen en mente las palabras sobre el físico de Leire Pajín —en el ejecutivo de José Luis Rodríguez Zapatero— o esas insinuaciones persistentes sobre cómo habrá logrado el puesto.
Lorena García Maldonado, periodista de El Español, subrayaba esta deriva en una columna postelectoral del 5 de mayo. Se refería a esa mutación del abanico político rememorando la "cómica y ya obsoleta imagen de Iglesias, Errejón y Ramón Espinar sonriendo al tendío con sus cromosomas XY bien puestos" delante de un cartel con el nombre femenino de su partido. "Parece que fue otra vida", reseña, aludiendo a otra espina de la formación morada: esa llamada a manifestarse con la silueta de Pablo Iglesias y la palabra Vuelve destacado la sílaba él.
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"Sentó como un tiro en el estómago de la derecha irascible y de la izquierda feminista, ese 'él' que en el siglo XXI ya resultaba trasnochado, ególatra y rebozado de un testiculario bien campanudito incapaz de identificar al mundo moderno. A una España de mujeres líderes con los ojos abiertos a las que los pechos jamás les han molestado para trabajar duro. Para responder a los pleitos disponibles y dispuestas, claro, pero también para iniciarlos. Para golpear más fuerte porque golpean primero. Cuidado, que aquí ha llegado mamá. Que ahora les toca el turno a ELLAS. Que comienza el matriarcado", anota.
"Bien es cierto", continúa García Maldonado, "que tampoco hacía falta esta sangría para que nos quedara claro que los viejos pronombres también se agotan, que hay un futuro de hembras férreas que saben hacer y que hacen mucho más en la política patria que rebautizar el nombre de su partido". Lo hemos visto en la jornada de votación de la Comunidad de Madrid, pero viene de lejos. "¿Fin del patriarcado?", se pregunta Fraile, "si es porque se ven más faldas y colores, vale; pero lo fundamental es ver cómo han llegado y para qué. Que haya más o menos mujeres no tiene por qué ser mejor en cuanto a derechos".
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