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Una guía por el Mictlán, el recinto sagrado de los muertos en la mitología mexicana

CC BY 2.0 / David Goehring / Perros y Gatos MuertosMascotas en un altar durante celebración del Día de Muertos
Mascotas en un altar durante celebración del Día de Muertos  - Sputnik Mundo, 1920, 28.10.2021
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Las calles de la Ciudad de México abundan ya en flores de cempasúchil, uno de los íconos centrales de la ceremonia de Día de Muertos, pero, ¿en qué consisten los símbolos, espacios mitológicos y raíces indígenas de esta tradición viva hasta nuestros días?
Sputnik conversó con el maestro en estudios mesoamericanos Ignacio de la Garza, egresado y docente de la Facultad de Filosofía y Letras (FFyL) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) sobre el Mictlán, el lugar de los muertos de los antiguos nahuas y su trascendencia en la vida simbólica, espiritual y cultural de ese pueblo.
"La muerte era una parte fundamental de la vida, misma que dinamizaba el cosmos y permitía la continuidad de la existencia al dejar que lo muerto, lo podrido, lo excrementado fueran procesados por la tierra y reciclados. Lo muerto se transformaba en nueva vida", explica el universitario.
"El Mictlán era el lugar donde lo anterior ocurría, situado en el interior de la tierra", ilustra.
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De la Garza explica que ese recinto no era el único al que podían transitar los difuntos después de la vida, su destino dependía de la forma en que morían.
"Los dioses crearon a la humanidad para que esta trabajara y los adorara, y estar muerto no era un pretexto para dejar de hacerlo, simplemente se transformaban en otras entidades, perdiendo poco a poco su personalidad que habían tenido en vida para convertirse en deidades, animales, plantas o fenómenos meteorológicos", expone.
La casa del sol, Tonatiuh ichan, era el destino de quienes morían de forma gloriosa: en batalla, en la piedra de sacrificios, en expediciones comerciales, en el primer parto o con méritos sociales como los de los tlahtoani, los gobernantes de la sociedad mexica, los sacerdotes y otros altos cargos.
Estos dignatarios, explica el especialista en cultura mesoamericana, acompañaban al sol en su caminar diario y en su lucha para evitar que las deidades de la noche devoraran el mundo y a la humanidad. Así, contribuían a mantener el orden cósmico y a evitar que los dioses se transformaran o actuaran con demasiada libertad.
"El otro lugar al que iban los muertos era el Tlalocan, el lugar de Tláloc, ubicado en las montañas, donde se encontraban las riquezas y los alimentos del mundo y desde donde salía el agua y la fertilidad", desarrolla el académico del colegio de letras hispánicas de la FFyL.
Este lugar era el destino de quienes morían por enfermedades entendidas como acuáticas, señala De la Garza, como la gota o la hidropesía, los ahogados, los golpeados por un rayo, los accidentados o los asesinados por algunas criaturas ligadas a dioses acuáticos como el Ahuitzotl, una especie de perro acuático.
Los residentes del Tlalocan devendrían poco a poco en tlaloques, ayudantes del dios del agua y la tierra, Tláloc, encargados de llevar la lluvia, los vientos y las nubes por el mundo, además de custodiar y distribuir la comida y las riquezas.
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También era posible arribar después de la vida al Cincalco, la casa del maíz, destino de los suicidados y los sacrificados al dios Xipe Tótec, "nuestro señor desollado", vinculados al crecimiento del maíz, abunda el también doctorante en historia.
"Finalmente, otro sitio del que sabemos era el Chichihualcuauhco, el árbol de senos, a donde iban los niños que aún no habían probado maíz, y donde se transformarían al parecer en avecillas y estarían esperando a volver a ser enviados a nacer en la tierra", dice.

Un lugar para la muerte común, de geografía cambiante y misteriosa

Todos los que morían sin ser elegidos para hacerlo de alguna de las maneras anteriores iban al Mictlán, explica De la Garza.
"Todos estos lugares no estaban totalmente separados e incluso parece ser estaban intercomunicados y, en ocasiones, hasta se llegaban a confundir unos y otros", apunta.
"El Mictlán era descrito como un lugar misterioso, sin puertas ni ventanas, del cual nada se podía decir con destreza, sin embargo había gente muy poderosa, sabia o especial, como los sabios, los gobernantes más poderosos, los curanderos, los nahuales, que podían conocer a través de los sueños aquellos sitios donde moraban los dioses", describe el universitario.
El lugar de los muertos era reinado por una pareja de dioses, Mictlantecuhtli y Mictecacíhuatl, el señor y la señora del lugar de los muertos, respectivamente.
Se trata de una geografía amplia, misteriosa, oscura y cambiante, explica el académico, con ríos, montañas, páramos, habitaciones, construcciones, un clima hostil con vientos intensos y fríos, además de una flora y fauna amenazantes, con arbustos espinosos y animales salvajes.
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Los informantes de fray Bernardino de Sahagún, autor de la Historia general de las cosas de Nueva España, publicada en el siglo XVI, le indicaron que había un lugar donde las montañas chocaban entre sí, una montaña de obsidiana, un lugar donde el viento cortaba como navajas de obsidiana o que de tan fuerte levantaba piedras, pedernales y tierra.
"Un lugar donde habitaba una lagartija que devoraba a la gente, varios ríos, entre los cuales había uno en particular que debía ser cruzado con la ayuda de un perro, y el lugar donde residían Mictlantecuhtli y Mictecacíhuatl. Estos lugares no se encontrarían fijos en un sitio en específico, sino que cambiarían su ubicación, existiendo ciertos puntos de referencia a través de los cuales los difuntos, así como los curanderos y nahuales que viajaban allá, podrían orientarse", abunda De la Garza.
"Es posible que el Mictlán fuera concebido como una inversión nocturna del mundo de los vivos, donde los seres que allá estaban iban siendo descarnados. Los habitantes del lugar quedaban en los huesos, o estaban deformes, o se transformaban en animales como insectos, ciempiés, arañas o quizá aves nocturnas, como el búho o el tecolote", expone.
Lo que ya no podía comerse en la tierra se comía en el Mictlán, como los excrementos y lo podrido, piernas y manos, un guiso de escarabajos, entre otras posibilidades.
"En tradiciones como la quiché, plasmada en el Popol Vuh, o de pueblos contemporáneos como los nahuas de la Sierra Norte de Puebla, se concibe a dicho sitio como un espejo del mundo de los vivos, con una plaza central, un palacio o morada de los regentes del sitio, así como casas, ríos e incluso ciudades. También la sociedad de aquel sitio sería un reflejo de la de los vivos, habiendo policías, gobernantes, trabajadores, etcétera", explica.
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Incluso, dice De la Garza, hay quienes dicen que en el Mictlán existe también la Torre Latinoamericana, sólo que se extiende en sentido contrario, hacia el subsuelo.
Del Mictlán provenían algunas enfermedades, malos aires y avisos al mundo de los vivos sobre desgracias, muertes y enfermedades, explica el profesor.
"Pero los habitantes de aquel lugar también estarían trabajando, ya fuera limpiando lo podrido y excrementicio del mundo para reciclarlo y transformarlo en nueva vida o, como creen los nahuas de la cuenca del Balsas, en el estado de Guerrero, estarían trabajando junto a los vivos, como mediadores entre la humanidad y los dioses", explica.

¿Sobrevive entre nosotros el lugar de los muertos?

En muchos lugares de México se sigue concibiendo el infierno o los sitios a donde viajan después de la muerte como el Mictlán, explica el maestro en estudios latinoamericanos.
Inclusive muchos pueblos que no se autoidentifican como indígenas cultivan creencias en cuevas o encantos que permiten la comunicación con ámbitos oscuros y del inframundo, o bien relatos de apariciones de muertos o seres similares a los que se contaban en el México antiguo.
"O muy frecuentemente (se conserva) esa visión en que los muertos no se van del todo y siguen presentes de alguna manera entre los vivos, a la manera en que creían los antiguos nahuas", evalúa De la Garza.
"Tan particular es la visión de la muerte de muchos mexicanos debido a aquellas creencias que con el tiempo se fue convirtiendo en un rasgo identitario de lo mexicano, impulsado en buena medida por el nacionalismo y la construcción de este desde finales del siglo XIX y principios del XX y aun en la actualidad", apunta.
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