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'Neorrancios' o el espejismo de la nostalgia: cuando todo tiempo pasado no siempre es mejor
'Neorrancios' o el espejismo de la nostalgia: cuando todo tiempo pasado no siempre es mejor
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Las alabanzas a otras épocas han tomado el debate público últimamente, resultando atractivas para un conjunto de gente. Sin embargo, algunas historias... 13.02.2022, Sputnik Mundo
2022-02-13T09:00+0000
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Cantaba Joaquín Sabina que no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca, jamás, sucedió. Pero la mente humana es traicionera y tiende a dulcificar el pasado. Regresamos a esas melodías que guardamos como la coronación de la amistad o el descubrimiento de un amor igual que un náufrago atraca en puerto. Lo más probable, sin embargo, es que la serpentina de entonces no fuera tanta y es el barniz de la juventud lo que coloree el recuerdo.Ese empeño en volver la vista atrás es humano, aunque puede llegar a ser peligroso si se traslada a la política. El espejismo de una época dorada conlleva, en ocasiones, al inmovilismo. O a la adoración sin sustento. El debate lleva meses en España. Sobre todo a partir de la publicación de Feria, un libro autobiográfico de la periodista Ana Iris Simón convertido en fenómeno. En él, la joven rememora esa infancia con sus abuelos feriantes y asegura que envidia la vida que tenían sus padres a su edad: ya pagaban una hipoteca en un pueblo de Castilla-La Mancha gracias a un empleo fijo y podían costearse una Thermomix.La postura de Ana Iris Simón llegó a escucharse en un acto sobre la despoblación y el reto demográfico. La autora insistió en esa idea delante del presidente de Gobierno, Pedro Sánchez. A su favor salieron pronto miembros tanto de la izquierda como de la derecha más tradicional: Santiago Abascal compareció en el Congreso con el libro entre sus manos. Unos defendían esta opinión contra la precariedad actual. Otros empuñaban los argumentos como una alabanza a los valores más clásicos de la familia o el arraigo a la tierra.Simón, no obstante, solo escribió y expuso su caso personal. Un ejemplo que, además, cuenta con unos ingredientes difíciles de encasillar en lo arcaico: padres comunistas, hermano homosexual, abuelos de trabajo nómada, bisabuelos quincalleros. El eco de su supuesta idealización del pasado, no obstante, generó un amplio debate e incluso ha conllevado la inclusión de un nuevo término en el diccionario mediático: neorrancios. Con esa palabra de título y la coletilla "sobre los peligros de la nostalgia" se acaba de editar un volumen con diferentes participantes.Analizan en él este concepto y se aportan testimonios personales para rebatirlo desde distintos marcos como la inmigración, el acceso a la vivienda o la tolerancia LGTBI. La nostalgia, apunta Begoña Gómez Urzaiz en el prólogo, es "el fracaso de la imaginación política". "Decir que se está en contra de la nostalgia no tiene mucho sentido. Es una emoción íntima y no hay ser humano ajenos a ella. Es como decir que se está en contra de los domingo por la tarde", afirma la coordinadora.Más adelante, otro de los integrantes incide en que "la nostalgia recuerda, pero también olvida" y se agrega la etiqueta de "autoayuda neorrancia" para hablar de "una salida antiprogresista al desasosiego de muchos jóvenes que no pueden llevar una vida digna y autónoma". "Esas ensoñaciones de un pasado mejor", concluyen, "descuida y oscurece los avances que, en términos de igualdad social y de oportunidades, lucha de género y bienestar social, se han dado en las últimas épocas".Todos los participantes –periodistas o profesores universitarios, en general– arremeten directa o indirectamente contra Feria. En ocasiones citan sus palabras como si se tratara de una teoría política y hablan de "novela exitosa" cuando no hay lugar para la ficción: la autora pergeña la trama en base a su familia, con nombres y apellidos reales. Se permite hasta dedicar varios párrafos a su bebé, todavía en gestación cuando escribió el libro. En Neorrancios se intercalan episodios meramente testimoniales, poniendo el foco en un colectivo determinado, con estudios sobre un asunto en cuestión (como la vivienda o el devenir de la izquierda).Uno de estos es el de Desirée Bela. La escritora, nacida en Barcelona en 1978 y descendiente de guineanos, define el título como la "referencia a generaciones rondando los 30 que no solo sienten nostalgia de la situación de sus padres, sino que caen en la defensa a capa y espada la incorrección política. Y que lamentan la cultura de la cancelación, aunque no les afecta". Olvida esta corriente, alega, que "tiempo atrás" había colectivos que no lo tuvieron fácil. Bela ve "engañoso" considerar que "un grupo reducido representa a toda la sociedad". "Siento que es necesario mirar al pasado para no reproducir los errores, pero si se analiza sin hacer un repaso crítico de lo que sucedió, obviando lo malo, hay muchas opciones de perpetuarlo", reflexiona, argumentando que la mayor parte de estos testimonios se basan en las emociones y "se convierten en paraguas para todo el mundo, universalizando unas experiencias que no tienen por qué ser comunes".Bela, de hecho, cree que no existe una diversidad en este tipo de enunciados y que provienen de "hombres blancos, normativos, cisheterosexuales, de clase media". No cuadra, dice, ni con su experiencia ni con la de su madre y, por tanto, no se siente identificada. "Muchas experiencias eran de opresión y violencia constantes. Mientras no se incorporen estas perspectivas para ofrecer una mirada mucho más completa, nos estamos perdiendo el cuadro entero", zanja quien ve el libro como "una respuesta crítica a esa visión o enaltecimiento de la nostalgia".Para Rubén Serrano, colaborador y autor de No estamos tan bien: nacer, crecer y vivir fuera de la norma en España, "la nostalgia es tan atractiva porque justamente el paquete con el que viene es absolutamente emocional: vuelta al pasado, tener hijos, la familia, la pureza de España. Y muchos no lo han vivido". Sostiene Serrano que se toma "un concepto de lo que creímos que vivieron nuestros padres" y se entretejen "cosas de la infancia y la adolescencia cuando se está sin cargos, con los amigos y tu gente" para conseguir una "llamada no solo de volver al pasado sino de desmovilizar el presente".Rubén Serrado anota que "hay un borrado claro" de parte de la sociedad y que "el problema de este discurso de la nostalgia es que es individual y desde lo particular no se puede hacer política". "El concepto neorrancio", indica, "consiste en mirar al pasado para construir nuestro futuro; coger ideas idealizadas ya caducas y que poco tienen que ver con nuestro contexto, vestirlas de sensatez y de un sentido común equidistante para presentarlas como algo legítimo a implantar". Esto, señala, "solo les sirve a unos pocos".No se relata, expresa Serrano, "cómo trabajaban nuestros padres o cómo han conseguido esa casa y se han casado con 25 años, hipotecando su vida". "Muchos ya no se quieren hipotecar porque no es posible poner sobre la mesa ese modelo. Yo no estoy dispuesto a perder mi educación pública para trabajar en la fábrica. ¿Quién te vende que hay que volver al pasado? Quienes tuvieron unas condiciones vitales y económicas muy buenas y muy por encima de la clase obrera trabajadora, que es la que quiere apelar a este discurso del pasado", insiste.Como suele ocurrir en una sociedad marcada por la polarización, elegir un bando es carne de etiqueta. Sin embargo, convergen en este magma de nostálgicos tanto la "derecha rancia" como "una izquierda rojiparda anti-identitaria", en opinión de Serrano: "Esta cree que los problemas actuales son postmodernos y lo válido es la lucha obrera española, entendiendo al obrero como un hombre blanco y no una mujer trans o un inmigrante de Senegal que cruza a buscarse la vida".Quejándose sobre la ausencia de propuestas, el columnista esgrime que el ámbito político o académico ya se empieza a apropiar de esta narración. "Es mucho más fácil idealizar y romantizar un pasado que nunca tuvimos que mirar al presente de frente y afrontarlo", concede, "a todos nos arrolla la tecnología, las pantallas, la tecnología, pero no podemos deshacernos de eso. Hay gente que ansía irse del pueblo porque no hay trabajo. Decimos que hay que volver, pero no hay ningún español trabajando en él", protesta, desoyendo esos cantos de sirena que te envían a una felicidad pretérita y, en ocasiones, ficticia.
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'Neorrancios' o el espejismo de la nostalgia: cuando todo tiempo pasado no siempre es mejor
Alberto García Palomo
Corresponsal en España
Las alabanzas a otras épocas han tomado el debate público últimamente, resultando atractivas para un conjunto de gente. Sin embargo, algunas historias personales como las que se acaban de presentar en un libro desmienten ese "discurso idealizado".
Cantaba Joaquín Sabina que no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca, jamás, sucedió. Pero la mente humana es traicionera y tiende a dulcificar el pasado. Regresamos a esas melodías que guardamos como la coronación de la amistad o el descubrimiento de un amor igual que un náufrago atraca en puerto. Lo más probable, sin embargo, es que la serpentina de entonces no fuera tanta y es el barniz de la juventud lo que coloree el recuerdo.
Ese empeño en volver la vista atrás es humano, aunque puede llegar a ser peligroso si se traslada a la política. El espejismo de una época dorada conlleva, en ocasiones, al inmovilismo. O a la adoración sin sustento. El debate lleva meses en España. Sobre todo a partir de la publicación de Feria, un libro autobiográfico de la periodista Ana Iris Simón convertido en fenómeno. En él, la joven rememora esa infancia con sus abuelos feriantes y asegura que envidia la vida que tenían sus padres a su edad: ya pagaban una hipoteca en un pueblo de Castilla-La Mancha gracias a un empleo fijo y podían costearse una Thermomix.
La postura de Ana Iris Simón llegó a escucharse en un acto
sobre la despoblación y el reto demográfico. La autora insistió en esa idea delante del presidente de Gobierno, Pedro Sánchez. A su favor
salieron pronto miembros tanto de la izquierda como de la derecha más tradicional: Santiago Abascal compareció en el Congreso con el libro entre sus manos. Unos defendían esta opinión contra la precariedad actual. Otros empuñaban los argumentos como una alabanza a los valores más clásicos de la familia o
el arraigo a la tierra.
24 de mayo 2021, 15:20 GMT
Simón, no obstante, solo
escribió y expuso su caso personal. Un ejemplo que, además, cuenta con unos ingredientes difíciles de encasillar en lo arcaico: padres comunistas, hermano homosexual, abuelos de trabajo nómada, bisabuelos quincalleros. El eco de
su supuesta idealización del pasado, no obstante, generó un amplio debate e incluso ha conllevado la inclusión de un nuevo término en el diccionario mediático:
neorrancios. Con esa palabra de título y la coletilla "sobre los peligros de la nostalgia" se acaba de editar un volumen con diferentes participantes.
Analizan en él este concepto y se aportan testimonios personales para rebatirlo desde distintos marcos como la inmigración, el acceso a la vivienda o la tolerancia LGTBI. La nostalgia, apunta Begoña Gómez Urzaiz en el prólogo, es "el fracaso de la imaginación política". "Decir que se está en contra de la nostalgia no tiene mucho sentido. Es una emoción íntima y no hay ser humano ajenos a ella. Es como decir que se está en contra de los domingo por la tarde", afirma la coordinadora.
"Lo que sí es muy legítimo es oponerse a un modo rancio de leer el presente, que se apoya de una lectura muy interesada del pasado reciente para inhibirse de la mitad de los problemas que nos acechan ahora, quedarse solo con otros de los problemas y proponer para ellos soluciones que ya no sirven", puntualiza.
Más adelante, otro de los integrantes incide en que "la nostalgia recuerda, pero también olvida" y se agrega la etiqueta de "autoayuda
neorrancia" para hablar de "una salida antiprogresista al desasosiego de
muchos jóvenes que no pueden llevar una vida digna y autónoma". "Esas ensoñaciones de un pasado mejor", concluyen, "descuida y
oscurece los avances que, en términos de igualdad social y de oportunidades, lucha de género y bienestar social, se han dado en las últimas épocas".
Todos los participantes –periodistas o profesores universitarios, en general– arremeten directa o indirectamente contra
Feria. En ocasiones citan sus palabras
como si se tratara de una teoría política y hablan de "novela exitosa" cuando no hay lugar para la ficción: la autora pergeña la trama en base a su familia, con nombres y apellidos reales. Se permite hasta dedicar varios párrafos a su bebé, todavía en gestación cuando escribió el libro. En
Neorrancios se
intercalan episodios meramente testimoniales, poniendo el foco en un colectivo determinado, con estudios sobre un asunto en cuestión (como la vivienda o el devenir de la izquierda).
Uno de estos es el de Desirée Bela. La escritora, nacida en Barcelona en 1978 y descendiente de guineanos, define el título como la "referencia a generaciones rondando los 30 que no solo sienten nostalgia de la situación de sus padres, sino que caen en la defensa a capa y espada la incorrección política. Y que lamentan la cultura de la cancelación, aunque no les afecta".
"Los problemas de la nostalgia", agrega a Sputnik, "surgen a raíz de que unas circunstancias individuales se pueden convertir en la representación de toda una sociedad o colectivo".
Olvida esta corriente, alega, que "tiempo atrás" había colectivos que no lo tuvieron fácil. Bela ve "engañoso" considerar que "un grupo reducido representa a toda la sociedad". "Siento que
es necesario mirar al pasado para no reproducir los errores, pero si se analiza sin hacer un repaso crítico de lo que sucedió, obviando lo malo, hay muchas opciones de perpetuarlo", reflexiona, argumentando que la mayor parte de estos testimonios se basan en las emociones y "se convierten en paraguas para todo el mundo,
universalizando unas experiencias que no tienen por qué ser comunes".
Bela, de hecho, cree que no existe una diversidad en este tipo de enunciados y que provienen de "hombres blancos, normativos, cisheterosexuales, de clase media". No cuadra, dice,
ni con su experiencia ni con la de su madre y, por tanto, no se siente identificada. "Muchas experiencias eran de opresión y violencia constantes. Mientras
no se incorporen estas perspectivas para ofrecer una mirada mucho más completa, nos estamos perdiendo el cuadro entero", zanja quien ve el libro como "una respuesta crítica a esa visión o enaltecimiento de la nostalgia".
Para Rubén Serrano, colaborador y autor de
No estamos tan bien: nacer, crecer y vivir fuera de la norma en España, "la nostalgia es tan atractiva porque
justamente el paquete con el que viene es absolutamente emocional: vuelta al pasado, tener hijos, la familia, la pureza de España. Y muchos no lo han vivido". Sostiene Serrano que se toma "un
concepto de lo que creímos que vivieron nuestros padres" y se entretejen "cosas de la infancia y la adolescencia cuando se está sin cargos, con los amigos y tu gente" para conseguir una "llamada no solo de volver al pasado sino de desmovilizar el presente".
13 de enero 2021, 16:06 GMT
Rubén Serrado anota que "hay un borrado claro" de parte de la sociedad y que "el problema de este discurso de la nostalgia es que es individual y desde lo particular no se puede hacer política". "El concepto neorrancio", indica, "consiste en mirar al pasado para construir nuestro futuro; coger ideas idealizadas ya caducas y que poco tienen que ver con nuestro contexto, vestirlas de sensatez y de un sentido común equidistante para presentarlas como algo legítimo a implantar". Esto, señala, "solo les sirve a unos pocos".
"Pregunta a una mujer, a una persona LGTBI, a una persona racializada. Por supuesto siguen en desventaja, pero ha habido un avance", sentencia.
No se relata, expresa Serrano, "cómo trabajaban nuestros padres o cómo han conseguido esa casa y se han casado con 25 años, hipotecando su vida". "Muchos
ya no se quieren hipotecar porque no es posible poner sobre la mesa ese modelo. Yo no estoy dispuesto a perder mi educación pública para trabajar en la fábrica. ¿Quién te vende que hay que volver al pasado? Quienes tuvieron unas condiciones vitales y económicas muy buenas y
muy por encima de la clase obrera trabajadora, que es la que quiere apelar a este discurso del pasado", insiste.
Como suele ocurrir en
una sociedad marcada por la polarización, elegir un bando es carne de etiqueta. Sin embargo, convergen en este magma de nostálgicos tanto la "derecha rancia" como "una izquierda
rojiparda anti-identitaria", en opinión de Serrano: "Esta cree que
los problemas actuales son postmodernos y lo válido es la lucha obrera española, entendiendo al obrero como un hombre blanco y
no una mujer trans o un inmigrante de Senegal que cruza a buscarse la vida".
Quejándose sobre la ausencia de propuestas, el columnista esgrime que
el ámbito político o académico ya se empieza a apropiar de esta narración. "Es mucho más
fácil idealizar y romantizar un pasado que nunca tuvimos que mirar al presente de frente y afrontarlo", concede, "a todos
nos arrolla la tecnología, las pantallas, la tecnología, pero no podemos deshacernos de eso. Hay gente que ansía irse del pueblo porque no hay trabajo. Decimos que hay que volver,
pero no hay ningún español trabajando en él", protesta, desoyendo esos cantos de sirena que te envían a una felicidad pretérita y, en ocasiones, ficticia.