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Kalinka y pepinos salados: el desafío de mantener las tradiciones rusas en un pueblo uruguayo

Kalinka y pepinos salados: el desafío de mantener las tradiciones rusas en un pueblo uruguayo
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Conocemos la historia de Basilio e Iván, uruguayos descendientes de rusos que celebran su cultura familiar en la ciudad de San Javier y que trabajan en la conservación de las tradiciones.
En cada semilla sembrada y cada verdura cosechada en su campo temprano en la mañana, Basilio Guchin aplica las enseñanzas que su abuelo trajo de Rusia, sobre cómo trabajar la tierra.
Esas y otras enseñanzas son las que transmitió a su hija de 17 años, quien plasma la herencia en sus movimientos cada vez que baila junto a sus compañeros del Conjunto Kalinka.
Este grupo de danza también está integrado por Iván Zagorodko, de 25 años, nieto de la bailarina que lo fundó, y quien siente la cultura como propia.
Ellos viven en San Javier, una pequeña ciudad al lado del Río Uruguay, a 367 kilómetros al oeste de la capital Montevideo, nacida como una colonia rusa a mediados del 1913.
Hoy aloja a unas 1.700 personas y cada 27 de julio sus pobladores celebran el aniversario de fundación de la localidad.
"Bailo desde los dos años y llevo más de 10 bailando. (...) Me lo inculcó mi abuela, la adoraba mucho. Me encantan las danzas, las coreografías y la indumentaria, y me quedé ahí", relató Iván.
Su abuela, Elena Jlakin, es uruguaya, hija de inmigrantes rusos. Pero en 1956, a los 19 años, viajó a Rusia para estudiar danzas clásicas y populares, becada por la escuela Coreográfica del Gran Teatro Académico de la Unión Soviética.
Participó también en el Teatro Bolshoi de Moscú, y dos años después volvió a Uruguay para enseñar todo lo aprendido y desarrollarse como bailarina.
Así fue que impulsó el Conjunto Kalinka, reconocido grupo de danzas típicas, y recorrió el país con sus estudiantes exhibiendo su arte. Hoy su nieto preserva algunas de las coreografías creadas por ella, con el fin de mantener su recuerdo vivo.
"El típico kalinka es una melodía muy alegre que fácilmente te llega al corazón, es movido y a la vez muy alegre", comentó Iván sobre su danza favorita.
Después de cumplir 20 años, Iván obtuvo una beca para ir a estudiar Arquitectura a Rusia, donde vivió durante un año y medio. Si bien durante ese tiempo no pudo bailar, "escuchaba a veces algo de música tradicional y se me movía el cuerpo, ya es costumbre", recuerda entre risas.
Al regresar a Uruguay, retomó su actividad con Kalinka. Pero hoy vuelve a sentir la tristeza de tener que abandonar la danza. En San Javier la falta de oportunidades laborales hace que los jóvenes terminen la secundaria y deban migrar a otras ciudades para estudiar en la universidad o conseguir un empleo.
Esta es la situación a la que se enfrenta Iván, quien ama bailar, pero deberá abandonar el grupo y mudarse a otro lugar para conseguir un sustento y terminar su carrera de fotografía. "Tendré que mudarme y dejar de bailar, me duele mucho", lamentó.
Quienes aún permanecen en San Javier y encontraron una forma de subsistir, también siguen en esa ardua tarea de mantener viva la cultura de sus antepasados. Esto es lo que une a Iván con Basilio, de 57 años, productor rural residente con su familia en San Javier.
Nieto de inmigrantes, sus abuelos llegaron a Uruguay en 1913 y hoy él, junto a su esposa y su hija, están unidos a la Fundación Máximo Gorki en su ciudad, que se dedica a realizar tareas culturales y sociales de diverso tipo con la comunidad y difunde la cultura rusa.
"Ahora tengo una chacrita de 65 hectáreas y hacemos de todo: un poco de ganadería, criamos animales y tengo quinta también. Se hace pepino salado, tradicional de los rusos y otros trabajitos que me enseñaron mis padres cuando era niño, con mis abuelos ellos trabajaban en todo eso, y yo sigo", comentó.
Su hija de 17 años es una de las referentes en el grupo de danza Kalinka y enseña a los más pequeños a bailar. Ninguno de ellos conoce Rusia, pero tienen vivas las tradiciones, como si hubieran vivido alguna vez allí. Basilio
"Mis padres me dejaron, de sus costumbres, sobre todo la comida, de conservar alimentos. (...) Siempre me viene a la memoria cuando yo era chico e iba con mis padres a la casa de mis abuelos y hablaban ruso y ucraniano", recordó.
2022 es un año especial para los pobladores de San Javier. Tras la pandemia, vuelven a hacer sus festejos con motivo del aniversario de la ciudad. Y hacia allí llegarán cientos de personas de diferentes partes del Uruguay, como cada año, descendientes y no descendientes de rusos, para compartir la cultura y disfrutar en familia una jornada diferente.
Iván y Basilio, al igual que sus vecinos, se preparan de gala para recibirlos y disfrutar de una jornada que estará llena de recuerdos familiares.
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