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Torturado y encerrado injustamente: el hombre que vivió la guerra contra el narco de Felipe Calderón

© Foto : Cortesía de Rafael Méndez ValenzuelaRafael Méndez Valenzuela
Rafael Méndez Valenzuela - Sputnik Mundo, 1920, 17.08.2022
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En 2008, Rafael Méndez Valenzuela fue detenido por la policía en un retén cercano a la Ciudad de México. En cuestión de horas, lo que parecía ser una revisión de rutina se convirtió en un cuarto de tortura. Molido a golpes por militares, fue obligado a declarar que pertenecía al crimen. Catorce años después, cuenta su historia a Sputnik.
Él sólo buscaba empleo, pero acabó encerrado 12 años en una prisión de máxima seguridad, la misma en la que estuvieron o están algunos de los capos de la droga más buscados en México y Estados Unidos, como Joaquín El Chapo Guzmán, Miguel Ángel Treviño, el Z-40 y Miguel Ángel Félix Gallardo, El Jefe de Jefes.
Su historia es la de miles de mexicanos que permanecen en las cárceles sin haber cometido delito alguno, a veces sin sentencia y con procesos judiciales enviciados. Si se busca el nombre completo de Rafael en internet, todavía se encuentran noticias que lo vinculan con La Familia Michoacana, el temido cártel del crimen organizado que generó terror durante los primeros años de la llamada guerra contra el narcotráfico, iniciada por el expresidente Felipe Calderón, y la cual ha dejado más de 300.000 muertos y más de 100.000 desaparecidos, según cifras de la ONU y de Amnistía Internacional.
Todo comenzó en enero de 2008, cuando Rafael, desempleado y recién llegado de Estados Unidos —a donde migró en busca de mayores oportunidades—, aceptó una oferta laboral que le hicieron en la calle. "¿Quieres trabajar?", le preguntaron. "Sí", respondió. En poco tiempo, le asignaron un puesto como trabajador de la construcción, para supuestamente participar en las obras de una carretera en el Estado de México. Firmó unos papeles. La peor decisión de su vida.
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"¿Entonces qué, mi chingón? ¿Te aprietas para cooperar?"

Tras varios días de incertidumbre a la espera de que comenzara su nuevo empleo, Rafael por fin fue tripulado a una camioneta que lo llevaría a la supuesta carretera en construcción. En el camino, el vehículo fue detenido por la policía local. El chofer saludó a los oficiales, gesticuló con una sonrisa cómplice y se retiró. A bordo sólo iban él y tres hombres más, que también se dirigían a las obras. Los policías les dijeron que la camioneta tenía reporte de robo. Que debían ser puestos a disposición de las autoridades.
Pero las autoridades nunca llegaron. O sí, pero no de la forma que marca la ley. Rafael fue llevado a un bosque de Valle de Bravo, zona turística donde las familias adineradas de la Ciudad de México tienen sus casas de campo y sus campos de golf. En 2008, sin embargo, ese pueblo se convirtió en uno de los centros de operación principales de varios cárteles. En segundos, Rafael comenzó a ser golpeado. Primero por policías; luego por militares. Allí comenzó su infierno, que duraría 12 años.

"En ese momento no sabía lo que pasaba. La tortura por la que pasé... En realidad todo era muy confuso. Naturalmente yo no había hecho nada, nada. Me preguntaban por gente que yo no conocía, por cosas que yo jamás había hecho", recuerda Rafael Méndez Valenzuela en entrevista con Sputnik, a propósito del libro que acaba de publicar con todas sus vivencias, Prisionero del sistema (Grijalbo, 2022).

En una habitación hedionda a orines y sangre, ese joven de entonces 20 años fue sometido a un sufrimiento físico y emocional que mucha gente sólo conoce por películas de gángsters.
Rafael dice que los soldados le trituraron los dedos, uno a uno, hasta que el dolor le provocó el desmayo. Lo golpearon en las costillas, en la cara, en el hígado, en las piernas. Y cuando apenas se recuperaba del dolor, alguien le ponía una bolsa de plástico en la cara para asfixiarlo. Y cuando le quitaban la bolsa y trataba de recuperar el aliento, volvían los golpes. Ese infierno duró horas, quizá días. Los militares le exigían que confesara, que ya sabían que tenía armas, que se dedicaba a extorsionar, que seguía las órdenes de un hombre al que apodaban El Coyote. Le sugirieron declarar que era un criminal si quería que terminara la tortura. "¿Entonces qué, mi chingón? ¿Te aprietas para cooperar?", le preguntó un policía que exhalaba un olor metálico.
Exhausto, casi muerto, Rafael decidió cooperar.
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"El diablo es azul"

Con el cuerpo deshecho y el alma rebosante de miedo, Rafael abordó un helicóptero con rumbo incierto. Él sólo recuerda el sonido de las hélices y el temor a ser arrojado al vacío. Sentía una bota militar sobre su espalda. Muy pronto se vio entre agentes de la Agencia Federal de Investigación (AFI), el extinto organismo de seguridad mexicano que, tiempo después, sería disuelto por la ineptitud y corrupción de sus operativos. Su mayor jefe, durante mucho tiempo, fue Genaro García Luna, el zar antidrogas de México que hoy es acusado por la justicia estadounidense de haber recibido millones de dólares del narcotráfico.
El viaje en helicóptero duró poco. Lo bajaron de un empujón. De repente, Rafael sólo vio muchos agentes federales y periodistas. Pese a su confusión, se dio cuenta que, evidentemente, se trataba de un montaje, como tantos que ya había visto en la televisión: "Esta tarde fue capturado uno de los líderes del Cártel de Sinaloa, con 20 kilogramos de cocaína y rifles de alto poder". Esta vez él era el criminal. Los flashes de las cámaras deslumbraban sus ojos. En las noticias, el nombre de Rafael Méndez Valenzuela apareció en los medios mexicanos, bajo el sobrenombre de El Chester, un temido integrante de La Familia Michoacana que traficaba cocaína y portaba armas con las que casi podía iniciar una guerra.
Tras 45 días de arraigo en la Ciudad de México al lado de narcotraficantes, sicarios, secuestradores, asesinos y lavadores de dinero, Rafael fue trasladado al Centro Federal de Readaptación Social Número 1, mejor conocido como el Penal del Altiplano o Penal de Almoloya, que fue hogar de algunos de los criminales más buscados en México y Estados Unidos. Aquí incluso estuvo preso Raúl Salinas de Gortari, el hermano del expresidente mexicano Carlos Salinas de Gortari.
Al llegar al penal, dice, los custodios le dejaron algo claro: "El diablo aquí viste de azul, el diablo aquí es azul y al diablo siempre se le contesta: '¡Sí, señor!'".

"Adentro valoré cada detalle de la vida en libertad: la familia, los amigos, la salud. Es un sistema penitenciario muy estricto. Viví momentos de tristeza, de desesperanza, de desilusión [...]. Por supuesto que de enojo y de ira también. Sin embargo, la ilusión de que un día saldría nunca se fue", cuenta Rafael, quien fue liberado el 11 de diciembre de 2020, en uno de los actos de redención más escandalosos del sistema de justicia de México.

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El infierno que desató Felipe Calderón

Su liberación se dio tras muchos años de lucha de la madre de Rafael, la periodista Judith Valenzuela, quien finalmente acudió personalmente a una conferencia matutina del presidente Andrés Manuel López Obrador para exigir justicia para su hijo. Pese a que la tortura de Rafael se documentó ante varios organismos defensores de los derechos humanos, no fue hasta que el presidente dio un manotazo que la justicia mexicana dijo: "Perdón, nos equivocamos".
"Mi terapia [dentro de la prisión] era escribir. Era mi forma de sobrellevar la impotencia. Todo el libro que ahora está publicado lo hice ahí adentro en hojas que escribía a forma de diario. Meses después de que me detuvieron, me dieron acceso a plumas y a una libreta y entonces comencé a escribir todo lo que pasaba ahí adentro. Lo capitulé por secciones y mi madre, como es periodista, me ayudó a armar esta obra", afirma Rafael.
En la cárcel conoció casos que, como el de él, eran producto de la inoperancia y la corrupción del sistema judicial mexicano. Recuerda mucho la situación de un hombre indígena que fue acusado de narcotráfico en Oaxaca a pesar de que ni siquiera hablaba español y no sabía a ciencia cierta de qué lo habían culpado.

"Lo detuvieron sólo porque sí, porque tenían que echar a alguien, eso fue una práctica muy común durante los años de Presidencia de Felipe Calderón. Fue el tiempo cuando se realizó ese tipo de sabotaje hacia uno, por cualquier cosa subían personas [a las patrullas] y las acusaban [de narcotráfico]", denuncia Rafael.

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En diciembre de 2006, el entonces mandatario Felipe Calderón ordenó una cruzada frontal en contra de los cárteles de la droga, a los que acusó de generar la mayor inestabilidad e inseguridad por la que atravesaba México. La medida fue ampliamente cuestionada por sus opositores políticos y por expertos en seguridad como Edgardo Buscaglia, quien aseguraba que los planes de Calderón no seguían una estrategia adecuada, ya que el narcotráfico jamás iba a terminar si no se desarticulaban, primero, sus recursos financieros.
Calderón ordenó sacar al Ejército y a la Marina a las calles para iniciar "la guerra contra el narcotráfico", en un acto que fue considerado como un acto de legitimación política tras su cuestionado triunfo en las elecciones presidenciales de 2006, en los que ganó por muy bajo margen a López Obrador, quien acusó entonces que hubo fraude electoral y desconoció al "gobierno espurio" de Calderón.
De 2006 a 2012, años en los que gobernó el político panista, los noticiarios de la televisión mexicana se llenaron de imágenes relacionadas con la guerra: detenciones de sicarios y grandes capos; incautaciones gigantescas de mariguana y cocaína; descabezados y mutilados en carreteras; enfrentamientos armados a plena luz del día. El rostro de Rafael Méndez Valenzuela figuró en la prensa mexicana como parte de esta pasarela del terror.
"Lo más difícil ahora es acoplarte a este nuevo mundo en libertad. Primero te absorben del mundo donde vives y luego te meten a un sistema que es muy duro para cualquier ser humano, más para aquellos que no están involucrados en ningún tipo de violencia o de delito. El sistema judicial necesita modificarse en México. Los altos mandos de la Suprema Corte deben analizar casos como el mío para que vean las injusticias que se cometen con internos que, en realidad, no deberían estar ahí", reflexiona Rafael.
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