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Tratamientos con ibogaína, ¿una droga que te saca de otras drogas?

CC0 / Pexels / Artem Podrez / Un tarro en manos de doctor (imagen referencial)
Un tarro en manos de doctor (imagen referencial) - Sputnik Mundo, 1920, 01.09.2022
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MONTEVIDEO (Sputnik) — ¿Cuántas cucharadas son buenas para preparar un café que me mantenga activo sin producirme efectos adversos? Esta y otras preguntas sobre dosis y sustancias tienen tantas respuestas como personas habitando la tierra, y eso es porque cada cuerpo es un universo en sí mismo.
La salida de la pandemia de COVID-19 y las afectaciones que ésta dejó en la salud mental de millones de personas en el mundo han puesto a cada persona en el centro de la escena, y han motivado la búsqueda de nuevos tratamientos, antes que medicinas.
El mismo criterio de la pregunta inicial puede aplicarse a un sinfín de elementos que existen en nuestra naturaleza, y que el ser humano estudia desde tiempos remotos para curarse, divertirse o hacer su vida más confortable.
Uno de ellos es la ibogaína, una sustancia que proviene de la corteza de la raíz de la Tabernanthe iboga, una planta que crece en el centro de África occidental (Gabón) y es utilizada en forma tradicional en ritos de paso y en ceremonias de sanación, o de la Voacanga africana, un árbol que puede alcanzar los seis metros de altura. Esta última, de la que se extrae la ibogaína GMP, es la que se utiliza con fines medicinales.
Dicha sustancia también es considerada un alcaloide con efectos alucinógenos que estimula el sistema nervioso central dando un efecto parecido al de las anfetaminas que, tomado en altas dosis, provoca alucinaciones y cuya sobredosis causa convulsiones, arritmias o incluso paros cardiorrespiratorios.

En tratamientos

Hay una herramienta que separa a la ibogaína de ser una medicina o una mera droga: el conocimiento.
"La ibogaína funciona muy bien en los mecanismos de recompensa para las adicciones, tiene un enorme resultado contra las adicciones químicas en dependientes de alcohol, opioides, crack y cocaína", explica a Sputnik el uruguayo Marco Algorta, quien acaba de abrir una clínica en las afueras de Sao Paulo que trabaja con esta sustancia, compuesta por un equipo de 12 profesionales y que, desde su apertura en julio pasado ya atendió a 22 personas.
Según estudios realizados desde 1994 por el doctor Bruno Rasmussen Chaves en más de 2.500 pacientes, la ibogaína presenta una eficacia del 78% hasta un año después del tratamiento contra las adicciones. Un número alto en comparación con los tratamientos tradicionales, que demoran meses y tienen una efectividad comprobada del 18%.
"Es una dosis fuerte, una vez sola, en un ambiente hospitalar y con un protocolo previo y posterior de psicología, también con un trabajo posterior de resignificación del viaje, para que la persona pueda incorporar a su vida cotidiana esa experiencia", describe el uruguayo.
El dosaje más extenso y con menores concentraciones también serviría para cuadros de depresión y hay observaciones avanzadas en el tratamiento de cuadros de alzhéimer.
La ibogaína trabaja alrededor del sistema serotonínico, pero además tiene reacciones en otros receptores del cuerpo humano. Los estudios clínicos que permitirían conocer todas las funciones de esta sustancia en el organismo también encuentran un obstáculo en el prohibicionismo.
En Estados Unidos, la ibogaína está más que prohibida, en lista 1 de las sustancias controladas, pero tal censura no existe en Brasil, dónde integra la lista 6. El entorno médico y el constante monitoreo de profesionales reducen a cero los riesgos de una mala dosificación. "Nunca tuvimos un solo problema con pacientes", aduce Algorta.
El tratamiento comienza con una entrevista con el equipo de psiquiatras, que evalúan si el paciente es apto para continuar y establecen la farmacopea previa de los pacientes. Luego aparecen los psicólogos, que orientan —en un mínimo de cuatro sesiones— cuales hechos se trabajarán durante la experiencia, o "el viaje", como le llama Algorta.
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Los pacientes/pasajeros de ese viaje primero pasan una noche en un hotel contiguo a la clínica. A las 8 de la mañana se internan, se realizan exámenes de sangre y orina y dos horas después toman la medicación, cuyo efecto durará hasta las cuatro o cinco de la tarde. Esa noche quedan internados y al otro día vuelven a alojarse en el hotel, cerca del equipo médico.
Durante el viaje el paciente es liberado completamente de estímulos visuales, sólo es acompañado por música, además del control profesional. Durante la introspección, que dura entre seis y ocho horas, las personas atraviesan períodos de resistencia y conflicto, un momento de perturbación y angustia que puede durar media hora y, a partir de las dos horas, comienza la recomposición, "el momento más placentero, donde se liberan las cadenas".
Un ciclo de muerte y resurrección, propio de la cultura chamánica.
La experiencia dura tres días pero continúa con un monitoreo de alrededor de un mes y medio y la entrega de un informe para que el paciente continúe con su psicólogo o psiquiatra personal.
"En la cultura occidental estamos muy pendientes de la respuesta farmacológica, creemos que cualquier sujeto va a tener la misma respuesta frente a la misma sustancia. Pero hay tres entornos: el del paciente, el sujeto paciente, y después lo farmacológico, y en esa interacción es que está la respuesta. El 80% del éxito del paciente pasa mucho más por cuestiones subjetivas que por el viaje en sí mismo", resume Algorta.
Y explica que es justamente por eso que los pacientes "entran arrastrando cadenas y salen haciendo chistes".
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