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Espionaje, Guerra Fría, revoluciones y comunismo: la compleja relación entre la URSS y México

© AFP 2023 / Alexander NemenovUn emblema de la Unión Soviética que fue removido tras su desintegración y hoy figura en un parque de memoria en Moscú.
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La geopolítica arrojó a México al centro del mundo durante el siglo XX por el acomodo de poderes entre las dos principales potencias que a lo largo de varias décadas se disputaron el mundo: la Unión Soviética y Estados Unidos.
El 30 de diciembre de 1922, apenas media década después del triunfo de la Revolución bolchevique que puso fin al zarismo en Rusia, se fundó la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), un Estado federado que, además de conjuntar a varias naciones, buscaba expendir el programa marxista leninista de emancipación de la clase obrera por el mundo.
En tanto, desde la consolidación de su independencia en 1776, Estados Unidos inició un proyecto expansionista de costa a costa en el norte del continente americano, con una influencia que fue en aumento y que alcanzó una cúspide tras la derrota de la amenaza nazi en 1945, que dio lugar a un fenómeno identificado como la Guerra Fría: la disputa de una capacidad de influencia planetaria desde Moscú o Washington.
Entre estos dos polos, por sus más de 3.000 kilómetros de frontera con uno y su cercanía ideológica, política, cultural y artística con otro, México jugó un papel de cruce donde se vio influenciado de manera compleja por ambos actores.
Sputnik conversó con el historiador mexicano Harim Gutiérrez para desgranar algunos de los principales momentos de la influencia y el tenso intercambio entre la Ciudad de México y Moscú a lo largo del siglo XX.
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Un México de gobiernos "sovietizantes"

El país latinoamericano fue uno de los primeros del mundo en reconocer al Gobierno soviético, tras el surgimiento del Estado federalista a finales de 1922, recuerda el profesor de la Universidad Autónoma Metropolitana campus Xochimilco (UAM-X).
México reconoció a la URSS en 1924, cuando era presidente el general Álvaro Obregón. "Y la relación fue sobresaliente porque la Unión Soviética mandó como embajadora a México a Alexandra Kollontai, a una comunista muy destacada y que además fue una de las primeras mujeres en el mundo que tuvo el rango de embajadora", mencionó.
Durante la década de 1920, la relación entre la Ciudad de México y Moscú se condujo en muy buenos términos, lo que provocó una preocupación a los vecinos estadounidenses, que en esa y la siguiente década calificaron a los Gobiernos mexicanos de orientación nacionalista como "sovietizantes". Fue el caso de los presidentes Plutarco Elías Calles y Lázaro Cárdenas, puntualiza.
"Se decía que los gobiernos revolucionarios querían convertir a México en otra Unión Soviética, pero la realidad era otra", pues, por ejemplo, el presidente Emilio Portes Gil, operativo bajo la influencia de Calles, era muy anticomunista, e incluso durante su gestión incluso se rompieron relaciones con la Unión Soviética en 1930.
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En las primeras dos décadas de vida de la URSS, la derecha mexicana antirrevolucionaria, en coordinación con los intereses estadounidenses, pintaba al país latinoamericano como "una especie de cabeza de puente soviético en América Latina" para acusar un exceso de influencia de Moscú en los asuntos mexicanos.
Y para más complicación de la experiencia mexicana, si bien las relaciones diplomáticas entre la URSS y México eran buenas, "paradójicamente, en el ámbito interno el Partido Comunista Mexicano (PCM) era perseguido", describe Gutiérrez. Si bien la organización política no fue formalmente prohibida, "el Gobierno mexicano no quería que los comunistas tomaran el poder y sufrieron una represión constante, (el PCM) sufrió el acoso constante del régimen de la revolución, que no quería compartir el poder ni con la oposición de derecha ni con la oposición de izquierda".
Así, a México lo atravesaba una paradoja, pues por un lado Washington y la derecha mexicana acusaban al Gobierno del país latinoamericano de ser prosoviético y por el otro las organizaciones de izquierda que explícitamente seguían los lineamientos ideológicos de Moscú sufrían el arrinconamiento de las autoridades mexicanas.
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La restauración del enlace ante la amenaza nazi

A pesar de que Lázaro Cárdenas es identificado como un presidente de orientación socialista por diferentes políticas suyas, como la nacionalización del petróleo en 1938, no fue él quien restauró el vínculo diplomático entre el país latinoamericano y la Unión Soviética. La reconexión sucedió en 1942, recuerda el historiador, en plena Segunda Guerra Mundial, cuando México se adhirió a la declaración de guerra de los países aliados contra la Alemania nazi.
Así, la desinformación promovida desde Washington y la derecha mexicana en la década anterior empezó a moderarse en los primeros años de la década de 1940, cuando Estados Unidos, la Unión Soviética y México tenían un enemigo común en el nazismo de Adolf Hitler. De 1942 a 1945 los estadounidenses dejaron de lado el anticomunismo habitual, subraya el historiador, y presentaron a la Unión Soviética como una fuerza positiva porque en ese momento llevaba el mayor peso en la resistencia contra los nazis.
"También en los medios de comunicación de Estados Unidos se suavizó un poco la propaganda anticomunista y la Unión Soviética también fue presentada de una manera muy favorable" incluso en cortos animados de la productora Warner Brothers.
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La Guerra Fría: México entre dos aguas

Una vez que Hitler fue derrotado, en abril de 1945, las dos grandes potencias del mundo, Washington y Moscú, protagonizaron un largo periodo de tensiones geopolíticas conocido como la Guerra Fría, y Estados Unidos retomó su discurso anticomunista, al que se vio arrastrado el periodismo en México.
Sin embargo, la diplomacia mexicana generaría una relación particular con ese escenario: desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta la década de 1970, el Gobierno de México sería anticomunista en su política interna.

"Pero, por razones de conveniencia política, trata de mantener relaciones cordiales con la Unión Soviética. El Gobierno mexicano, en el campo internacional, necesitaba equilibrar el enorme predominio que tiene Estados Unidos en nuestro país" y una manera de hacerlo era sostener una relativa cercanía con Moscú, recuerda el historiador.

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"Para demostrar que en política exterior seguían una línea independiente de Estados Unidos", apunta el universitario, y al mismo tiempo a Washington no le convenía aplicar un intervencionismo duro y descarado contra México, como sí hizo en otros países latinoamericanos como Guatemala, Panamá o República Dominicana.
Esto, entre otras cosas, porque el territorio y la población de México son muy grandes y sus problemas internos repercuten de manera directa en la vida estadounidense a través de fenómenos como la migración. Así, "el Gobierno de Estados Unidos le daba un grado de libertad en su política exterior a México superior al que tenían otros países de América Latina, por eso le toleraba una cercanía con la Unión Soviética".
Con la excepción de Cuba, en la región latinoamericana solo México tenía una relación relativamente estrecha con Moscú ante los ojos de Washington, considera el historiador.

Anticomunismo e intercambio cultural

Por un lado, las autoridades mexicanas mantenían bajo presión a los militantes comunistas del país, pero por otro sus artistas, intelectuales e impulsores culturales sostenían una muy buena relación con la Unión Soviética, recuerda Harim Gutiérrez.
El arte mexicano se expuso en el territorio soviético, artistas como el muralista Diego Rivera viajó a Moscú y se presentaron otros intercambios; sin embargo, la relación en otros ámbitos, como el económico, estaba más acotada.
Ante la distancia entre Rusia y México, el país latinoamericano enfocaba sus proyecciones comerciales en el ámbito local, mientras que la Unión Soviética tenía poco que ofrecer en materia de exportaciones de productos manufacturados y materias primas.
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México era entonces un importante productor de minerales y petróleo, por lo que difícilmente se interesaría en importarlo de la URSS, señala el historiador, y si bien el Estado federado podía ofrecer equipo militar, ese intercambio no iba a ser tolerado por la potencia hegemónica regional, Estados Unidos.

Una conspiración internacional para deponer al PRI

Ya en la década de 1960 se desató una labor propagandística muy fuerte en contra del Partido Comunista Mexicano que lo acusaba de articular una conspiración internacional para deponer al Partido Revolucionario Institucional (PRI).
Al PCM "se le acusaba de ser una organización de traidores que querían imponer una dictadura, como la de Stalin, en México", una maniobra en la que los medios de comunicación del país latinoamericanos exageraron muchísimo la capacidad de influencia del organismo comunista y de la propia URSS a través del mismo.
Como ejemplo, el historiador recuerda al gobierno de Adolfo López Mateos, presidente de México entre 1958 y 1964, quien por un lado mantuvo muy buenas relaciones con Moscú pero por otro encarceló a la figura más visible del Partido Comunista Mexicano entonces: el pintor y revolucionario David Alfaro Siqueiros.
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"Entonces era el artista más famoso del país. Y precisamente a Siqueiros se le acusó de traidor a la patria y de alguien que quería someter a México a los designios soviéticos, pero eso eran más bien unas piezas de propaganda útiles para el régimen de la revolución aquí y para los Estados Unidos", apunta.

"En la práctica, la Unión Soviética no tenía interés en derribar a los Gobiernos mexicanos", agregó. En cambio, Moscú consideraba funcional a su perspectiva la continuidad del régimen mexicano, por lo que no apoyó movimientos revolucionarios en el país latinoamericano.

Incluso la línea soviética dictada al PCM, asevera Gutiérrez, recomendaba recorrer un camino al socialismo en México desde la vía pacífica, sin respaldo por levantamientos armados.
Otro punto de fortaleza para el PRI fue que la Cuba revolucionaria tampoco buscaba enemistarse con el estilo gubernamental mexicano, en un escenario donde, tras el triunfo del movimiento liderado por el comandante Fidel Castro, México fue el único país que no rompió relaciones con La Habana, pese al descontento de Washington.
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Asimismo, a la Unión Soviética le interesaba contribuir a la continuidad política mexicana porque el país latinoamericano era un importante centro de operaciones para sus tareas de espionaje, un clima retratado desde la ficción por el diplomático Rafael Bernal en su novela El complot mongol, publicada precisamente en 1969.
"A la Unión Soviética no le convenía enemistarse con el Gobierno mexicano porque eso le iba a quitar una libertad de acción que tenían sus agentes secretos en México y que era una base privilegiada para sus operaciones en contra de Estados Unidos", apunta Harim Gutiérrez.

Relaciones de amistad tensas, pero perdurables

Pese a las tensiones regionales, la Unión Soviética y México encontraron la manera de conducir buenas relaciones binacionales, al grado de que los presidentes Luis Echeverría y José López Portillo, gobernantes entre 1970 y 1982, visitaron el Estado federado.
"La influencia soviética en México siguió siendo muy fuerte porque a partir de los años 60 hay una expansión muy fuerte de las ideas marxistas en las universidades mexicanas, y estas se convierten en un lugar muy adecuado para recibir la influencia" de la URSS, apunta.
Otra manera de Moscú de fomentar su presencia en Latinoamérica eran los libros de texto traducidos al español en suelo soviético y trasladados al hemisferio occidental, recuerda el historiador.
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Química, física e ingeniería eran disciplinas donde tenían un rol destacado las ediciones soviéticas, como puede rastrearse a la fecha en distintas bibliotecas universitarias, describe el docente de la UAM-X.
Aparte de su utilidad formativa directa, estos materiales educativos, estima, también cumplían una función política, pues así Moscú mostraba alternativas concretas, intelectuales, científicas, a la ruta capitalista.
Otro foco central de la cooperación soviética no solo con México sino con el ámbito latinoamericano, recuerda Gutiérrez, es la Universidad Patricio Lumumba, que lleva el nombre del primer mandatario de la República Democrática del Congo tras la conquista de su independencia. Operativa con ese nombre entre 1960 y 1992, hoy se llama Universidad Rusa de la Amistad de los Pueblos y fue un espacio de intercambio entre la URSS y estudiantes de distintos rincones del mundo.

Influencia más allá de la URSS

Una vez que, a finales del siglo XX, se disolvió la alianza internacional que en 1922 dio lugar a la Unión Soviética, en el Occidente capitalista proliferaron los discursos que acusaban la demostración de que el pensamiento marxista leninista era insolvente para comprender la realidad y solventar el desarrollo social.
Uno de los principales ideólogos de esta clase de posturas es el politólogo Francis Fukuyama, quien en 1992 aseveró que la humanidad había alcanzado el fin de la historia en el sentido de que se había superado la dicotomía de la Guerra Fría entre el modelo capitalista y el comunista, en favor del primero.
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Sin embargo, a 30 años de aquellos episodios, las izquierdas latinoamericanas retoman categorías comunes a la historia soviética, como la lucha de clases, la necesidad de la colectivización y la defensa de los derechos sociales en manos de entidades públicas.
Gutiérrez analiza que los movimientos latinoamericanos de izquierda sufrieron un golpe muy fuerte con la disolución de la URSS al inicio de la década de 1990, que en el caso cubano desató incluso una crisis económica y social, conocida como el Periodo especial, que impidió que La Habana siguiera apoyando otros procesos emancipatorios, como hizo durante la independencia de Angola, consolidada en 1975.
Sin embargo, las condiciones sociales y económicas de los países latinoamericanos hicieron propicia la continuidad de movimientos izquierdistas en busca de alternativas al modelo neoliberal, a pesar de la desaparición de la Unión Soviética, apunta el historiador.
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Estas izquierdas, matiza, sí reconocen la herencia soviética, pero también buscan articular su propio camino político, en un panorama donde no hay un ejemplo anticapitalista tan fuerte como en las décadas anteriores.
De todos modos, hay una tendencia entre los movimientos latinoamericanistas de apoyar a Rusia porque, más allá de sus características particulares contemporáneas, es uno de los más ostensibles rivales de Estados Unidos en la mesa internacional, junto con China, pondera Gutiérrez, lo que genera simpatía entre estos proyectos políticos, entre los que es fuerte la huella del injerencismo de Washington.
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