¿QUIÉN PERDIÓ LA GUERRA?

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Vladimir Simonov, RIA Novosti. Ahora que la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU puso fin a la contienda entre Israel y Hezbollah que duró 34 días, cada una de las parte se apresura a declararse ganadora.

Vladimir Simonov, RIA Novosti. Ahora que la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU puso fin a la contienda entre Israel y Hezbollah que duró 34 días, cada una de las parte se apresura a declararse ganadora.

El jeque Nasrullah, líder de Hezbollah, se adjudica una "histórica victoria estratégica". El primer ministro Ehud Olmert, por su parte, no deja de afirmar que al extenuar a Hezbollah, fue precisamente Israel que salió airoso de la guerra. Y hasta George Bush (cómo se podía prescindir del presidente norteamericano en un asunto tan importante) canta loas al papel rector desempeñado por la diplomacia de su país en la redacción de la resolución Nº 1701.

Pero nadie se pregunta acerca de quiénes en realidad son los vencidos.

No importa a quién declare la Historia ganador de la última contienda en Oriente Próximo (en caso de que lo haya), ya es evidente que perdieron la guerra aquellos que tenían con ésta una relación indirecta: los habitantes civiles del Líbano e Israel. Aquellos que perdieron a sus familiares, hogares y, tal vez, lo más caro: la esperanza de vivir en paz.

Según los datos facilitados por el Ministerio de Defensa de Israel, el conflicto se cobró las vidas de 114 militares y 43 civiles israelíes. Las víctimas entre la población civil del Líbano sobrepasan mucho las mil. Por lo que a las bajas sufridas por los combatientes de Hezbollah, ningún analista imparcial se ocupó de calcularlas, pero aun cuando lo hubiera hecho, difícilmente Hezbollah aceptara cualesquiera cifras.

Esta desproporción de las bajas sufridas por ambas partes podría evidenciar, desde luego, lo inadecuado de la acción militar de Israel que respondió con todo un mes de bombardeos e invasión de blindados al secuestro de dos soldados suyos. Pero enfoquemos la situación a través del prisma de una familia israelí que durante semanas permaneció en un refugio, digamos, en Haifa. ¡Cuán horripilante es repartir entre los niños la escasa agua potable que queda y tratar de pegar ojo en pausas entre ataques misilísticos!

Los sufrimientos y el dolor humanos no se prestan a cálculos aritméticos.

Esta característica común de los infortunios que la guerra acarreó para los habitantes civiles del Líbano e Israel halla su expresión, entre otras cosas, en que el número de refugiados en ambos países es más  o menos igual. Según la información proporcionada por  la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) y el Gobierno del Líbano, los bombardeos israelíes obligaron a refugiarse en Siria a 700-900 mil libaneses. La organización internacional DDHH Human Rights Watch catalogó entre los desplazados (por temor a los misiles de Hezbollah, agreguemos) también a unos 500 mil israelíes.

Fue en esto en lo que deberían haber reflexionado el primer ministro Ehud Olmert y el jeque Nasrullah cuando el primero daba las órdenes de ampliar la operación del ejército israelí y el segundo sancionaba el empleo de misiles de largo alcance suministrados desde Siria e Irán. Decenas de miles de refugiados que han invadido hoy los caminos del Líbano representan una grave sentencia acusatoria a los máximos dirigentes de ambos países que arrastraron a sus pueblos en esta matanza, no importan los argumentos históricos, patrióticos u otras que aduzcan para justificar sus acciones.

Según ha calculado el Gobierno libanés, un mes de bombardeos israelíes le costó a su país $2.500 millones. Pero el importe definitivo de los daños causados será, por supuesto, mucho mayor. El Líbano de hoy, sin puentes, carreteras, escuelas y hospitales, se parece a un minusválido que perdió sus extremidades.

Añádase a ello los $50.000 millones invertidos en el último decenio en la reconstrucción del Líbano tras la guerra civil de los años 1975-1989.

Pero será mucho más fácil reconstruir carreteras y aeródromos que recuperar la confianza de inversores. La guerra les dio tanto susto que el presupuesto público del Líbano corre el riesgo de ser reducido en unos $600 millones, mientras la economía nacional en su conjunto perdería unos $2.000 millones. Son sumas críticas para el Líbano, si recordamos que su PIB correspondiente a 2005 se tasa en unos $24.000 millones.

Lo que realmente necesita hoy el Líbano no son resoluciones vagas y estériles de la ONU sino fuertes inyecciones financieras de la comunidad internacional para reconstruir obras que ni siquiera podemos enumerar en este artículo. Se trata precisamente de ayuda y no de créditos. Para comenzar, bastarían $3.000 millones, según opinan prestigiosos economistas libaneses. ¿Y qué opina sobre el particular la comunidad internacional? Eso lo mostrará la conferencia sobre reconstrucción del Líbano, a celebrarse el 31 de agosto próximo en Estocolmo con la participación de 60 países donadores.

¿Pero no será prematuro desescombrar las ruinas y amasar hormigón? Fijémonos en esta declaración hecha por el primer ministro Ehud Olmert durante la reunión del gabinete israelí ya después del alto al fuego:

"Continuaremos persiguiéndolos (a los líderes de Hezbollah) siempre y por doquier, sin pedir perdón ni autorización".

Cuando los refugiados regresaron a la localidad libanesa de Bint Jbeil, encontraron allí ruinas, silencio fúnebre y cadáver de una mujer envuelto en polietileno que permaneció allí dos semanas. De veras no había nadie a quien pedir perdón ni permiso.

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