Diversos analistas rusos coinciden en que los disturbios en Kondopoga (Karelia) cuyos vecinos han exigido expulsar de la ciudad a los ‘caucasianos', suponen clara señal de alarma para las autoridades que están perdiendo de vista la situación real.
‘Lo primero que debería hacer el Gobierno ruso es renunciar a la explotación de las ideas patrióticas y chovinistas con fines políticos, dejar de separar a los ciudadanos en amigos y enemigos, porque es precisamente el régimen el que genera un ambiente propicio para la escalada del conflicto' - afirma Georgy Satarov, presidente de la Fundación Indem.
Dimitri Oreshkin, del grupo Mercator, opina que a futuro habrá incidentes similares a los de Kondopoga. ‘La sociedad rusa no está preparada para asimilar otras comunidades de organización más primitiva, ya se trate de la comunidad chechena o alguna otra - dice él -. Son comunidades reacias a la disolución, que tienen su propio sistema de valores y su visión del mundo. Hasta que se hayan adaptado, se va a repetir este tipo de acontecimientos'.
‘Los ánimos nacionalistas en Rusia son muy fuertes y el Gobierno tiene un alto grado de responsabilidad en esta materia - constata Sergey Ivanenko, subjefe del partido Yabloko -. También incide en ello la drástica estratificación de la sociedad en gente acomodada y gente muy pobre. La menor chispa puede provocar un incendio en esas condiciones. La prensa es igual de responsable: cuando los problemas reales son silenciados y se machaca todos los días que todo anda perfecto, la gente termina despistada'.
‘En pequeñas ciudades como Kondopoga la gente se ve humillada en plano social - señala Mikhail Leontiev, politólogo y presentador de televisión -. De ahí, la xenofobia y la exaltación. Claro que la población allí vive mejor que hace una década pero, igual, lo pasa mal, prácticamente en la miseria, si lo comparamos con la situación de los inmigrantes. Al resentimiento social se ha sumado un componente étnico, y es una bomba de potencia terrible por debajo de Rusia'.
