Algunos funcionarios rusos parecen rayar en la euforia a la hora de ofrecer pronósticos sobre la futura evolución del país. Dos personajes influyentes intervinieron la semana pasada con discursos muy comprometedores al respecto.
El titular de Hacienda Alexey Kudrin, durante su estancia en Yakutsk, afirmó que el actual boom de inversiones inaugura la fase del ‘milagro económico' en Rusia, cuya economía había recuperado los niveles del año 1990, se adelantó a Italia y podría dejar atrás a Francia dentro de un par de años. El vicepresidente primero del Gobierno ruso, Dimitri Medvedev, declaró a su vez en el Foro Económico de Davos que Rusia va a arrebatar este año el liderazgo a Arabia Saudita en lo que respecta a la producción del petróleo. Por añadidura, prometió la próxima adopción de una ley que hará totalmente claro y transparente el procedimiento del acceso de inversores foráneos a los sectores estratégicos de la economía rusa.
Es verdad que el PIB de Rusia, en términos absolutos, se aproxima al de Italia y, dentro de poco, será equiparable también al de Francia en caso de que mantenga su actual ritmo del crecimiento: un 6-7% en Rusia versus un 1,5-2,3% en Francia. Tampoco será difícil alcanzar a Arabia Saudita en el volumen de la producción del crudo, siempre y cuando se hagan inversiones en el sector energético. Rusia ha tenido ya liderazgo en esta materia, aparte de que es la primera productora mundial de hidrocarburos.
Sin embargo, cabe echar una mirada más detenida a las cifras para entender hasta qué punto son realistas las expectativas de un milagro económico. Según las estimaciones previas del Banco Central, Rusia acaparó el pasado año 31 mil millones de dólares en inversiones extranjeras directas, o sea, 2,5 veces más que en 2005. No obstante, el volumen de estas inversiones representa menos del 3% del producto interior bruto, y un nivel bueno es del 5-6%.
Aproximándose a las naciones europeas en valores absolutos, Rusia todavía lleva un retraso enorme a Italia y Francia en lo concerniente a los indicadores del PIB per capita, el nivel salarial o el rendimiento laboral. Para que realmente se produzca un milagro, la inversión debe multiplicarse varias veces.
Vale la pena mirar también adónde se dirigen las inversiones foráneas. En 2005, hasta un 90 por 100 de las inversiones extranjeras directas se concentró en el sector energético; un año más tarde, la cifra fue del 60-70% solamente. La nueva tendencia que se puso de manifiesto en 2006 - primero, en el proyecto Sakhalin-2 y ahora en el de Kovykta, donde ya se da por sentada la próxima incorporación de Gazprom - consiste en vender, y no adquirir participaciones en empresas rusas.
La esperada ley sobre el acceso de inversores extranjeros a los sectores estratégicos de la economía difícilmente podrá enmendar la situación. Por muy transparente, estricta y equitativa que sea la futura normativa legal, las obras más importantes en la industria energética de Rusia han sido repartidas ya, de modo que las reglas del juego en este sector dependerán de los monopolios, no de la ley.
