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Politólogos destacan analogías entre la Rusia de Putin y la Argentina de Perón. Vedomosti

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"Oligarcas y el capital extranjero están tramando de nuevo la contra-revolución. Porque el extranjero espera que cuando caiga Perón otra vez él será dueño de toda nuestra nación". Este pasaje no entró en la versión oficial de la Marcha Peronista, redactada hace seis décadas, pero tampoco perdió actualidad, si uno pasa algún rato zapeando entre canales de la televisión rusa, constata Fiódor Lukiánov, director de la revista "Rusia dentro de la política global" ("Rossiya v globalnoi politike").

 

Siguiendo a otro politólogo ruso, Dmitri Badovski, quien hace poco publicó en el diario Vedomosti un artículo titulado "La marcha peronista", Lukiánov repara en las similitudes que existen entre la Argentina de Juan Domingo Perón y la situación actual de Rusia.

No estaría mal que los ideólogos del movimiento "A favor de Putin" se familiarizan con "Las veinte verdades peronistas", señala el articulista. Por ejemplo, ésta: "Ningún peronista debe sentirse más de lo que es ni menos de lo que debe ser; cuando un peronista comienza a sentirse más de lo que es, empieza a convertirse en oligarca". O ésta otra: "Constituimos un gobierno centralizado, un Estado organizado y un pueblo libre". Y, por último, para disipar las sospechas de que hay un culto a la personalidad: "El peronista trabaja para el Movimiento. El que en su nombre sirve a un círculo o a un caudillo, lo es sólo de nombre".

Cualquier paralelo entre la Rusia moderna y la Argentina de los años 40-50 del siglo pasado es convencional, pero sí ayuda a definir el rasgo típico de un modelo que hoy se publicita ampliamente. Su esencia radica en el deseo de nivelar a las instituciones políticas y sociales y vincular el acontecer político a la personalidad del líder, así como a las estructuras y organizaciones relacionadas con él. En el caso del caudillo, la legitimidad emana directamente de la voluntad popular mientras que las demás piezas de la maquinaria política se alimentan de los reflejos de aquella legitimidad, dentro de lo que el líder se lo permite.

Dicho sistema puede  describirse también con otra frase acertada - "cualquier cosa menos instituciones" - fórmula que el presidente de la Comisión Europea, Romano Prodi, aplicó en su día a la integración entre la UE y Rusia.

"Cualquier cosa menos instituciones" significa que la vida política existe pero no es acondicionada por cierto reglamento de interacción entre los sujetos de aquélla sino por los objetivos nacionales que marca el máximo dignatario. Las instituciones que estorban pierden su autonomía y, de hecho, quedan al margen de la toma de decisiones.

La experiencia de Argentina demuestra dos cosas: primero, la sostenibilidad de tal sistema deja mucho que desear; y, segundo, cuando echas las instituciones por la puerta, te entran por la ventana. Juan Domingo Perón fue derribado en 1955 por una "institución" que se llamaba junta militar.

Puestos a buscar analogías en Latinoamérica, recordemos también al dirigente paraguayo Alfredo Stroessner, amigo de Perón. El Partido Colorado, por el que Stroessner fue elegido presidente en ocho ocasiones, ostenta el récord mundial de continuidad en el poder: 60 años. Este monopolio generó un aparato hipertrofiado: 200.000 funcionarios públicos por 6 millones de habitantes, de los cuales el 85% milita en el Partido Colorado. La lucha enérgica contra la corrupción es la consigna que usa cualquier candidato de turno a la presidencia paraguaya por esta organización.

Jorge Luís Borges dijo un día que los peronistas "no son buenos ni malos, simplemente son incorregibles".

Los ajetreos político-ideológicos que se observan actualmente en Rusia obedecen al deseo de reformatear el espacio político de una manera que garantice la estabilidad y la continuidad.  Y es justamente el objetivo que nunca se consigue con tales métodos a juzgar por la experiencia de América Latina, concluye Lukiánov.

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