Las recientes elecciones en Georgia pueden ofrecer bastantes lecciones a las grandes potencias, escribe el político ruso Vladímir Milov.
Las recientes elecciones presidenciales en Georgia demuestran a Moscú dos cosas:
Primero: incluso un mandatario tremendamente popular y que en sólo cuatro años logra radicales mejoras económicas en un país salido de dos guerras y desprovisto de recursos minerales, tiene dificultades para imponerse en la primera vuelta y es capaz de perder la votación en la capital cuando hay libertad de prensa y ciertas condiciones de trabajo para opositores políticos. Ni siquiera le ayuda el amplio uso de recursos administrativos, a los cuales Saakashvili ha recurrido sin duda alguna.
De aquí, una conclusión: Vladímir Putin y su equipo simplemente se verán obligados a mantener el control sobre los medios de comunicación, hacer un ajuste de tuercas en la vida política y aplastar totalmente a la oposición en Rusia. En este país, más que en Georgia, la popularidad y el prestigio de líderes son inflados artificialmente por la propaganda televisiva.
La segunda lección consiste en que Rusia acabará provocando un odio universal hacia sí misma, a menos que cambie su actual política exterior. En Georgia no quedan ya políticos pro-rusos. La oposición georgiana, con la que simpatizan obviamente el Gobierno y los medios de comunicación rusos, asumen en realidad una postura mucho más drástica en relación con Moscú y con respecto a las posibles fórmulas de solución en Abjasia y Osetia del Sur.
Rusia dice que es Washington el que influye sobre la situación en Georgia. ¿Acaso podía ser de otra manera? Washington le proporciona asistencia y esperanza de protección, mientras que Rusia viene con propaganda agresiva, embargo y bloqueo.
La tercera lección va destinada a EEUU: Si Washington, en vez de prestar seria atención al fomento de las democracias jóvenes, sigue dejando este proceso a discreción de arribistas mediocres del Departamento de Estado, hace la vista gorda ante las evidentes tendencias autoritarias en tales países y se empeña en presentar cuanto allí sucede como "triunfo de la democracia", la reputación de EEUU como principal contrapeso ante el autoritarismo se echará a perder definitivamente.
