Da la impresión de que los brotes de violencia en Líbano han tomado por sorpresa al Ministerio de Exteriores de Rusia. Sus representantes admiten que hay escalada del conflicto pero niegan que Moscú haya procedido a la evacuación de ciudadanos rusos desde Líbano.
Estas reacciones controvertidas se deben tanto al dinamismo de los sucesos, los cuales han desbaratado nuevamente los pronósticos oficiales, como al escaso nivel de preparación diplomática para afrontar una serie de cambios vertiginosos en un contexto que es bastante típico para la región.
Rusia lleva medio año barajando la idea de organizar en Moscú una conferencia internacional para el arreglo en Oriente Próximo y condiciona la convocatoria de este foro a la posibilidad de incluir en su agenda todas las pistas del proceso negociador: no sólo la concerniente al conflicto palestino-israelí sino también la libanesa y la siria. La violencia en Beirut pone esto último en tela de juicio. Es un secreto a voces que los acontecimientos en Líbano repercuten de manera inevitable en Siria. Todo lo anterior obstruye la celebración de la conferencia en Moscú, a pesar de que Rusia todavía no está preparada para reconocerlo.
No es la primera vez que la situación en Oriente Próximo cambia drásticamente pero la diplomacia rusa en esta ocasión no es la única que podría sentirse defraudada y, tal vez, renunciar a la convocatoria del foro en Moscú. El fiasco amenaza también al presidente de EEUU George W. Bush quien se juega su prestigio tras haber apostado por la consecución de un acuerdo palestino-israelí en lo que queda de su mandato. Cuantos siguen de cerca las gestiones de la diplomacia estadounidense en Oriente Próximo se dan cuenta de que Washington interpreta la hipotética firma de tal acuerdo como principal victoria de Bush en materia de política exterior. Otro cálculo que hoy parece ilusorio.
El mayor peligro para los esfuerzos de Bush no emana de Líbano sino de las vicisitudes de la situación política interna de Israel. El primer ministro israelí Ehud Olmert está siendo investigado por un presunto caso de corrupción y podría dimitir de un día a otro. El propio Olmert reafirma la intención de quedarse en el cargo y continuar el proceso del arreglo pero hay cosas que no dependen de su voluntad. La crisis gubernamental podría acentuarse en cualquier momento y la eventual retirada de Olmert dejaría sin efecto cuanto él ha prometido a Bush.
Así es la realidad de una región que ha dado al traste con más de un proyecto de arreglo rápido. Todas las partes implicadas en el proceso de paz, Rusia incluida, deberían replantearse por tanto su estrategia de actuación en Oriente Próximo.
