Rusia se enfrenta con suficientes problemas internos de discriminación étnica y racial, señala en su editorial de hoy el diario Vedomosti al comentar la apertura de la segunda Conferencia de la ONU contra el Racismo.
Antes ya de inaugurarse este foro, conocido como Durban II, su lista de participantes y sus posibles resultados generaban algunas interrogantes. Varios países, entre ellos, EEUU, Italia, Canadá y Alemania, rehusaron participar del todo mientras que otros, como Francia y Gran Bretaña, se limitaron a enviar observadores.
Las expectativas negativas que precedieron al foro se justificaron plenamente cuando el presidente de Irán, Mahmud Ahmadineyad, calificó en su discurso a Israel como "régimen racista", después de lo cual algunas delegaciones se retiraron de la sala. El escándalo difícilmente afectará a la imagen de Rusia que preside esta conferencia. Otra cosa, escribe Vedomosti, es que en Rusia no faltan problemas internos en lo que concierne a la discriminación étnica y racial.
No hay guetos en Moscú u otras ciudades rusas pero sí se escuchan las voces a favor de su creación. Las víctimas de los ultranacionalistas pasaron de 50 muertos y 218 heridos en el año 2004 a 66 y 522, respectivamente, en 2006, y a 97 y 428, en 2008.
Expertos atribuyen este aumento a la mejora de estadísticas relativas a la investigación de crímenes raciales pero el hecho no elimina el problema clave: el Estado ruso carece de una política única en materia étnica.
Algunos departamentos y funcionarios se encargan de confeccionar programas encaminados a fomentar la tolerancia y facilitar la regularización de los inmigrantes mientras que otros ponen un signo de igualdad entre la inmigración y la delincuencia importada, y unos terceros, en claro intento de dirigir los ánimos nacionalistas, hacen circular entre los jóvenes versiones remodeladas de consignas xenófobas tipo "¡Nuestra moneda para nuestra gente!" o maquetas simbólicas de un pasaje de vuelta para el inmigrante.
Cualquier economía que funciona normalmente usa la mano de obra importada en empleos poco atractivos para la población local. La presencia masiva de forasteros siempre genera la tensión. Lo importante es que el Estado y la sociedad no dejen explotar las diferencias de aspecto, cultura y costumbres entre los aborígenes y los recién llegados, y pongan freno a cualquier propaganda de pogromos. Se requiere un largo y paciente proceso de educación de los sentimientos. Es necesario imbuirles a los inmigrantes el respeto hacia las leyes y la cultura de su nueva patria; y a la población local, la tolerancia hacia el peculiar modo de vida de sus nuevos vecinos, aunque no siempre parezcan bienvenidos.
