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RUSIA HOY: PUEBLOS, MINORÍAS ÉTNICAS Y NACIONALIDADES EN LAS PUERTAS DEL MUNDO POSNACIONAL

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Los estudios realizados sobre la forma en que las sociedades se vinculan al territorio en el que habitan o al cual hacen referencia sus tradiciones y culturas ha despertado inquietud con respecto a las características de éstas y a la manera en que pueden ser clasificadas.

Héctor Dupuy

1. Las configuraciones culturales

Los estudios realizados sobre la forma en que las sociedades se vinculan al territorio en el que habitan o al cual hacen referencia sus tradiciones y culturas ha despertado inquietud con respecto a las características de éstas y a la manera en que pueden ser clasificadas. El tema no pasa solamente por disquisiciones académicas, sino que tiene que ver, de una manera más o menos directa, con el actual debatas sobre las condiciones en que se desarrolla la expansión de una cultura global, el resurgimiento de fuertes particularismos étnicos y las posibilidades reales para impulsar formas de convivencia cultural y alejar el fantasma de la discriminación, presente hoy en muchos de los países del planeta.

Como un aporte a este debate, nos proponemos hacer un repaso de uno de los Estados que ha desarrollado mayores casos de diferencias étnicas, Rusia. Su historia presenta una importante gama de situaciones en lo que hace a las relaciones entre los grupos humanos interactuantes. Su geografía es uno de los casos más complejos de variedad y complejidad étnica de la actualidad. Su política etnolingüística es uno de los mayores desafíos.

Para iniciar este análisis no podemos olvidar el largo camino desarrollado por las ciencias sociales y humanas al tratar de establecer lógicas de clasificación y tipificación de las comunidades. Una vez abandonada por la antropología la perspectiva eminentemente biológica división en "razas", entre otras cuestiones por su profundo desprecio por la variable cultural como pauta esencial de sus referencias tipológicas, se imponen los intentos por definir formas que definan las características que, en la actualidad, presentan las comunidades modernas, es decir lo que podríamos llamar configuraciones culturales. "Pueblos", "grupos étnicos" o "etnolingüísticas", "mayorías o minorías étnicas" son algunas de las denominaciones que se han buscado para tal fin. Sin embargo, la realidad política de los dos últimos siglos ha impuesto una forma de definir a los grupos humanos en su relación con las instituciones estatales desarrolladas en todo el planeta y a las identidades que se han generado entre los individuos y el espacio que habitan: "la nación".

 

La nación, configuración cultural moderna

Sin duda, la nación ha surgido como la forma más concreta de definir a los grupos humanos. Es innegable su practicidad a la hora de vincularlos con los recortes territoriales impuestos política e institucionalmente en todo el planeta. Pero también ha logrado convertirse en una fuerte impronta en cuanto a la identidad y cohesión generada al interior de esas sociedades y al carácter diferenciador alcanzado con relación a los otros grupos humanos.

Sin embargo, a diferencia de otros tipos de configuraciones culturales que han surgido al calor de la ocupación conjunta de un territorio, de vinculaciones de parentesco, de la pertenencia a clanes ancestrales, la nación es una construcción reciente, tiene un origen político y se ha llevado a cabo a partir de una concepción prediseñada, imaginada por filósofos idealistas del gran movimiento europeo de la Ilustración.

A pesar de este origen tan específico en cuanto a tiempo y espacio, la nación se convirtió en el modelo político cultural dominante para la definitiva organización del mundo del siglo XX. Las sociedades de los más diversos continentes y regiones del planeta se pusieron en la tarea de realizar, cada uno a su turno, su propia construcción nacional, junto con la organización estatal correspondiente, llegando a constituirse en la unidad político cultural por excelencia, el Estado nacional.

 

Propiedades de la nación

 

A diferencia del Estado, su socio en la construcción europea moderna, provisto de una población, un territorio y un sistema jurídico político como condición sine qua non, la nación ha sido motivo de fuertes discusiones acerca de sus atributos más determinantes, tales como la historia común, el idioma y, particularmente, el territorio reivindicado como natural y propio. Más allá de las disputas acerca de estos conceptos, creo que debemos pensar en algunas de las propiedades desarrolladas a lo largo de su corta existencia:

- la nación surge de un hecho revolucionario que enfrenta a un pueblo con una opresión manifiesta. Esta propiedad puede parecernos muy relativa, en algunos casos, al analizar los hechos concretos de la historia; sin embargo, la construcción histórica que hagan sus apologistas tendrá se centrará en una alabanza a los héroes y mártires de la patria frente al "tirano". (Ziegler. 1980)

- la nación constituye lo que podemos llamara una "comunidad imaginada" (Anderson. 1993), ya que, a diferencia de las otras comunidades, su cohesión no deviene de la adhesión y solidaridad cotidiana y del conocimiento de sus miembros, sino de un realidad construida y enseñada, lo cual no reduce los niveles de consolidación.

- la nación se ha construido para unificar -en contra de un opresor común- a toda la población que vive -o pretende vivir- en un mismo territorio, a partir de vinculaciones teóricas preestablecidas (historia, tradición, paisajes, etc.). Esto le asigna tres atributos básicos: es transclasista, transétnica y transregional. Es decir, se constituye con y por encima de todas las clases sociales, los grupos étnicos o las particularidades culturales de sus regiones. Esto no significa que, como construcción de la modernidad capitalista, no haya sido cooptada o apropiada por una clase social, la burguesía, algún grupo cultural mayoritario o minoritario y se haya construido en beneficio de alguna o algunas regiones favorecidas por los intereses del mercado internacional. (Dupuy. 2006)

- la nación tiende a construir su identidad a partir de un "otro" opuesto, que posibilita la construcción y cohesión del "nosotros". Si bien en un principio este "otro" puede ser el opresor, la afirmación y, a veces, expansión territorial y su práctica social hace que la nación busque fuera o dentro de sus límites un nuevo "otro" que le permite mantener viva la llama identitaria.

 

Crisis de la nación, ¿en las puertas de un mundo posnacional?

 

En la actualidad el concepto de nación parece haber entrado en un proceso de erosión o descomposición. Ha sido puesto en tela de juicio en cuanto a su universalidad, tildándoselo de anacrónico o desvinculado de la realidad. (Baechler, 1997)

Bajo esta premisa, al menos de duda, otros autores optan por apresurar la firma de actas de defunción. Destaca Appadurai: "... a lo largo de lo seis años que me llevó escribir estos capítulos, he llegado al convencimiento de que el Estado-nación, como forma política moderna compleja se encuentra en su hora final." (Appadurai; 2001: 34).

Esta idea de agonía de la nación o del Estado-nación se apoya, para estos autores, como dijéramos, en la imagen de la erosión y la descomposición. En otros términos, apartando, aunque no obviando, la situación del Estado moderno frente a la globalización, podríamos afirmar que, en mayor  o menor medida, las nación vive una profunda crisis de identidades, debido a la reestructuración económica del capitalismo, con la profundización de su dimensión planetaria, acompañada de un verdadero proceso de mundialización cultural. Este proceso iría en contra de todo tipo de particularismo o sostenimiento de las condiciones culturales de la nación.

Asimismo, Appadurai menciona la importancia de los "flujos culturales globales" derivados del orden complejo de la nueva economía cultural y de la imposición del carácter mercantil de la cultura en el ámbito de un mercado mundial. (Appadurai. 2001)

Otro tipo de procesos que afectan las bases de sustentación teóricas de la nación son los movimientos migratorios mundiales como generadores del asentamiento, más o menos permanentes, de "comunidades diaspóricas" alentando el nacimiento de verdaderas patrias inventadas por los grupos desterritorializados. (Appadurai. 2001) Esto nos podría llevar a la sensación de encontrarnos a las puertas de un "mundo posnacional", en el cual las configuraciones culturales sería de otro tipo muy diferente a las planteadas por el imaginario moderno. Somos conscientes que el imaginario nacional todavía tiene mucha presencia en las formas de cohesionar ala población, en especial en relación a conceptos tan sentidos como el territorio y la historia.

Por otra parte, la aparición de movimientos políticos que apelan a lo que se da en llamar "nacionalismos étnicos" puede presentarse con la apariencia de un renacimiento de la nación, en los cuales el territorio es un ícono esencial para la recuperación de imaginarios colectivos.

Como destacáramos en un trabajo anterior "... en estos nuevos movimientos, la identidad nacional apoyada en el ícono territorial puede estar en un plano muy secundario, frente a reclamos más sentidos como los relacionados con el acceso a esferas de poder, mayores niveles de justicia, de autodeterminación, alcanzar necesidades básicas insatisfechas o llamados de atención hacia un Estado que abandona responsabilidades sociales indelegables en otras estructuras de la sociedad."

El llamado a la identidad nacional, "... aún presente en los subconscientes colectivos y en los sentimientos solidarios de los pueblos, es una excelente herramienta para aunar voluntades detrás de propuestas más difusas o complejas. Asimismo, la existencia de un "otro" enfrentado, rival tradicional de las mitologías nacionales, también resulta de gran utilidad para jugar con los odios y los temores colectivos."

"Así, nuevos sectores sociales -de referencia étnica y regional-, que buscan alcanzar esferas de poder superiores, intentan utilizar la identidad nacional para apropiarse de sus beneficios sociales. Por otra parte, los poderes hegemónicos y los medios masivos de comunicación se hacen eco de estos planteos, intentando mostrar los riesgos de estas tendencias en espacios lejanos al de los principales consumidores del mercado intelectual." (Dupuy, 2007: 5-6)

Como se puede distinguir, esta "nación" está bastante alejada de las concepciones "transétnicas" y "transregionales" originarias.

 

2. La nación rusa. De la "cárcel de los pueblos" al "imperio soviético"

 

Parece evidente la afirmación de que la nación rusa se ha ido desarrollando a la par de su construcción imperial. Este concepto se refuerza con el análisis histórico, en especial de la gran transformación política e intelectual que significó el reinado de Pedro el Grande (1689-1725), como continuidad de un proceso de construcción y transformación territorial hincado por príncipes anteriores, de la talla de Iván III (s. XV) e Iván el Terrible (s. XVI). La transformación planteada se apoyaba en la superioridad rusa sobre numerosos pueblos asentados, desde épocas muy diferentes, sobre un territorio de expansión superior a los 22 millones de km2. Prácticamente, las dimensiones de un continente.

Sus transformaciones se apoyaron en una apología de la grandeza del espacio conquistado, de la monarquía, de la nación (bajo el concepto de "raza"). El imperio se consideraba heredero del principado eslavo de Kiev (en realidad, fundado por Rurik, un varego, o sea de origen escandinavo) y resignificaba el término tradicional Rossija, estableciendo su identidad con el nuevo concepto de Estado moderno que Pedro quería implantar. (Berelowitch. 1997).

El Imperio ruso así creado (la Rossija petroviana) se expandió sobre esa gran extensión de dimensión continental, abracando pueblos de muy diversos orígenes, culturas y características étnicas. El carácter imperial impuso su impronta sobre una cantidad extraordinaria de pueblos, sometiéndolos bajo los principios de la rusificación.

Esta construcción parece reunir varias de las propiedades asignadas a la nación. Con respecto al "tirano" opresor, debe recordarse la importancia histórica asignada a la "reconquista" territorial de los espacios ocupados por las invasiones de los mongoles -tártaros en el nombre despectivo del  patriotismo ruso-.

Se estableció así lo que se dio en llamara la "cárcel de los pueblos". Contra ella se alzó la revolución bolchevique. "El Imperio de los Zares era una ‘prisión de los pueblos" y Lenin la abrió. Pero la historia nunca es tan simple. El Imperio muestra signos de debilidad desde comienzos del siglo XX, porque entonces todos los pueblos dominados comienzan a sentir su dominación y meditan sobre los medios de escapar. El genio de Lenin es haber captado la dimensión de esas voluntades de emancipación. Es también haber comprendido que, gracias a esas voluntades de emancipación, que no tenían nada que ver con la clase obrera, pudo asegurar el triunfo de los obreros en su país." (Carrère d'Encausse. 1978: 11)

Sin embargo, la gran apertura de la "cárcel de los pueblos" no va a significar el fin de la vocación imperial rusa. Por una parte, muchos de los pueblos liberados (ucranianos, rusos blancos, georgianos, armenios, azeríes, kazajos, uzbecos, turkmenos, kirguizes, tayikos...) constituyen Estados independientes que pronto vuelven a caer bajo la órbita del poder ruso, cuando Stalin inicia su política de confederarlos en un gran estado soviético, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas -URSS- . En segundo lugar, la propia República Soviética Rusa, surgida de la Revolución de 1917, está constituida por un gran número de pueblos no rusos, de muy diversas filiaciones etnolingüísticas, a los cuales Stalin otorga un nuevo carácter "nacional". Por último, en el interior de todos estos territorios -de la República Rusa y de la URSS- conviven gran cantidad de individuos de otras naciones: polacos, alemanes, mongoles, etc.

Tanto la URSS como la República Soviética Rusa incorporaron a estos pueblos con la denominación ambigua y de escaso fundamento académico de "nacionalidades". Parecía una manera de asignarles el papel de "naciones", aunque parecía acordado de antemano que la iniciativa nacional seguiría estando en manos de la clase obrera de la nación rusa, protagonista privilegiada de la revolución.

Sobre este aspecto, es importante diferenciar dos etapas en la política lingüística de la URSS. (Kriajeva Kouzmina, 2007) La primera, desarrollada por la revolución hasta los años '30, se basaba en una promoción de la diversidad, buscando eliminar la discriminación hacia los no rusos y reducir las tensiones interétnicas, asegurando la estabilidad del Estado multiétnico. Así se permitía que, en las escuelas, se enseñara la ideología comunista en las lenguas maternas.

Esta política permitió el surgimiento de grandes etnias, que habían estado oprimidas por el zarismo, alcanzando a desarrollar un verdadero sentimiento nacional de base proletaria. Por otra parte, los grupos étnicos más reducidos, más oprimidos bajo el zarismo, pudieron avanzar en camino similar a los pueblos más destacados.

De todas maneras, debe hacerse notar que esta política no estuvo alejada de las manipulaciones del estalinismo. Así, a pesar del profundo estudio antropológico y lingüístico llevado a cabo por los académicos soviéticos para ordenar el complejo "puzzle" étnico y poder establecer toda una gama de jerarquías en cuanto a pueblos con mayor o menor identidad, el poder soviético se dedicó a establecer la organización de esa jerarquía en base a la afinidad y fidelidad de las élites revolucionarias con el régimen. De allí surgió una división política federal constituida por repúblicas confederadas, repúblicas autónomas, territorios autónomos (krajs), distritos nacionales autónomos (okrugs), regiones autónomas.

A partir de la década de 1930, la política lingüística soviética cambió, impulsando una nueva perspectiva integracionista basada en el patriotismo soviético. La tendencia era la de acercar y fusionar a todos los pueblos en una sola nación soviética. Si bien el concepto parecía estar basada en la equiparación intercultural, en realidad las medidas concretas tendieron a una aculturación y rusificación a largo plazo (Kriajeva Kouzmina, 2007). Esta política estaba acompañada de una "rusificación" de las estructuras políticas, imponiendo políticos rusos para acompañar a los dirigentes "nacionales" de los mandos de los Estados y Partidos comunistas locales o regionales (Carrère d'Encausse. 1978). Así, al momento de desaparecer la URSS, el ruso era utilizado con gran amplitud en todos los medios de comunicación y en la mayor parte de la vida cotidiana de los pueblos no rusos.

 

3. Situación actual de los pueblos de la Federación Rusa

 

El proceso de caída y descomposición que sufrió la URSS durante los años '80 implico un amplio movimiento de los pueblos no rusos -aparte del proceso entre los propios rusos (Castells, 1992)- por alcanzar una nueva emancipación. Encabezados por los pueblos de los Estados bálticos -Estonia, Letonia y Lituania-, el despertar de los pueblos implico un nuevo renacimiento nacional, lo cual trajo nuevos problemas identitarios, algunos de extrema gravedad -Nagorno-Karabaj, Tayikistán, etc.-. La conciencia nacional tomó a partir de entonces la forma de los denominados "nacionalismos étnicos": fuertemente aferrados a la conciencia nacional recuperada, empezaron a exigir lo que nunca se habían atrevido a insinuar en las otras etapas de la historia soviética.

La disgregación de la URSS hizo surgir una nueva Rusia. Se trata de una Federación de territorios autónomos, algunos de los cuales están integrados por grupos etnolingüísticos particulares. Lo novedoso es que, por primera vez desde su existencia como Estado en expansión, su territorio no se extiende a todo el espacio tradicional -el zarista o el soviético- sino solamente al de la antigua República Socialista Federativa Soviética Rusa, miembro de la ex URSS.

Además, este Estado nuevo, más allá de su poderío potencial, necesita ser legitimado ante la comunidad intertnacional y frente a su propio pueblo en base a una actitud de manifiesta vocación democrática. Para ello ha establecido que sus distintas divisiones administrativas cuenten con igual nivel de autonomía, más allá de sus denominaciones. Se trata de: repúblicas federadas, distritos nacionales autónomos y una región autónoma, de base étnica, y territorios autónomos, regiones y ciudades federadas, de base no étnica, es decir que su población es mayoritariamente rusa.

A pesar de tal decisión, el gobierno ruso debió enfrentar, desde su primer día independiente, uno de los conflictos étnicos más sangrientos, el de Chechenia. El "nacionalismo étnico" de esta pequeña república autónoma del Cáucaso septentrional se combino con un fundamentalismo islámico wahabita, alentado por la organización Al-Qaeda. El resultado fue una guerra prolongada en la cual ambos bandos, los guerrilleros insurgentes y las fuerzas del ejército ruso, fueron protagonistas del terrorismo más despiadado.

Para tratar de atenuar las culpas de tal desastre, las instituciones rusas han impulsado una política lingüística basada en una amplia legislación, iniciada en 1996 con la Ley de Autonomías Culturales y el Marco Nacional de la Política en Materia de Nacionalidades, ampliada con numerosos actos legislativos relacionados con la educación, los medios, la cultura, las asociaciones, las religiones, etc., y enmarcada la firma y ratificación de las principales convenciones internacionales sobre protección de minorías nacionales. Una serie de Programas, organizados en "marcos regionales de política nacional" según las particularidades culturales de sus pueblos, están dirigidos a algunas de las comunidades más sensibles: los pueblos turcos del Volga (tátaros, bashkires, chuvaches) y de las repúblicas siberianas (Saja-Yakutia y Tuva), mongoles de Kalmikia y Buriatia, fino-uigures del Ártico (carelios y komis) y del Volga (maris, udmurtios y morduinos), pero también en territorios y regiones rusas con minorías importantes (Kriajeva Kouzmina, 2007).

Sin embargo, la situación dista de ser totalmente alentadora. Si bien el riesgo de estallidos étnicos al estilo del checheno parece más o menos bajo control, los grupos étnicos, mayoritarios o minoritarios, se encuentran en situaciones críticas y de latente inquietud.

En primer lugar, la existencia de "nacionalidades titulares" -mayoritarias o principales en cada república, distrito o región autónoma- oculta la inmensa y muy variada gama de minorías dentro de cada circunscripción. Los propios rusos son minoría en muchos de estos espacios político administrativos de base étnica. Algunas de esas minorías se encuentran en situación crítica en cuanto a la posibilidad de mantener sus lenguas y pautas culturales, tras la gran andanada de rusificación de la etapa soviética y de nacionalismo de las etnias titulares del período inmediato posterior. En algunas circunscripciones, la tensión entre las lenguas nacionales y el ruso han presentado picos críticos en los años '90, tendiendo hacia una cierta tolerancia en los años más recientes. (Kriajeva Kouzmina, 2007). Por último, la aplicación de la legislación por parte de las autoridades de la Federación se encuentra limitada en algunos casos debido a restricciones económicas vinculadas a la crisis fundacional y a la del "efecto vodka" de mediados de los '90.

La perspectiva nacional, así, no está del todo resuelta. Más si tenemos en cuenta los pronósticos sombríos de los autores que presagian una cercana era posnacional. Será entonces la hora de ver en qué se convierten los orgullos y las identidades regionales, vinculadas a una historia y una geografía de afectos tradicionales y cómo actúan las comunidades que vayan llegando desde destinos globales, como lo están haciendo en otra regiones del planeta.

No cabe duda que en país grande los problemas de este tipo se potencian y multiplican. Sin embargo, la realidad institucional rusa parece dispuesta a enfrentar todas estas dificultades a fin de alcanzar un objetivo nacional vinculado a su definitiva legitimación internacional e interna y a su latente vocación de recuperar la posición de potencia, perdida por su antecesora, la URSS.

  

Bibliografía

  • - ANDERSON, Benedict (1993) Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacioalismo. México: Fondo de Cultura Económica.
  • - APPADURAI, Arjún (2001) La modernidad desbordada. Dimensiones culturales de la globalización. Montevideo-Buenos Aires, Trilce-Fondo de Cultura Económica.
  • - BAECHLER, Jean (1997) "La universalidad de la nación", en: GAUCHET, M., MENENT, P. y ROSANVALLON, P. (dir.) Nación y Modernidad. Buenos Aires: Nueva Visión, 1997. Pp. 9 a 28.
  • - BERELOWITCH, Wladimir (1997) "Imperio y nación: el renacimiento de la identidad rusa en la época de Pedro el Grande", en: GAUCHET, M., MENENT, P. y ROSANVALLON, P. (dir.) Nación y Modernidad. Buenos Aires: Nueva Visión, 1997. Pp. 29 a 42.
  • - CARRÈRE D'ENCAUSSE, Hélène. (1978) L'Empire éclaté. La révolte des nations en U.R.S.S. París: Flammarion.
  • - CASTELLS, Manuel (1992) La nueva revolución rusa. Madrid: Sistema.
  • - DUPUY, Héctor (2006) "La nación al filo de la modernidad" en VIII Jornadas de Investigación. La Plata, Centro de Investigaciones Geográficas y Departamento de Geografía, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, Universidad Nacional de La Plata. CD.
  • - DUPUY, Héctor (2007) "La nación y un debate político-cultural en torno al territorio: el caso de los Balcanes Occidentales". En: IX Jornadas de Investigación. La Plata: Centro de Investigaciones Geográficas y Departamento de Geografía - Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación - UNLP, CD.
  • - KRIAJEVA KOUZMINA, Nadejda (2007) "La diversité linguistique en Russie: quel avenir?", en: Wackermann, Gabriel (dir.). La Russie. Approche géographique. París: Ellipses. Pp. 93 a 105.
  • - ZIEGLER, Jean (1980) Main basse sur l'Afrique. La recolonisation. [1]París: Ed. du Seuil
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