En Sudán no se espera una revolución

© RIA Novosti . Andrey Stenin / Acceder al contenido multimediaDisturbios en Egipto
Disturbios en Egipto - Sputnik Mundo
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Parece que las autoridades del Sudán no temen que, tras Túnez y Egipto, estalle una revolución en su país, aunque la oposición llame a la población a salir a las calles.

Parece que las autoridades del Sudán no temen que, tras Túnez y Egipto, estalle una revolución en su país, aunque la oposición llame a la población a salir a las calles.

El presidente del Sudán, Omar Al-Bashir, no teme dejar el país para asistir a la cumbre de la Unión Africana que se celebra en Etiopia justo el día en que se anuncian manifestaciones masivas en Jartum.

Por lo visto, Al-Bashir tiene razones para no temer que se repitan los sucesos de Túnez y de Egipto. Al parecer, está seguro del poder y la eficacia de su Ejército, de las fuerzas del orden público y del apoyo popular hacia su persona.

Está claro que las fuerzas de seguridad no se andan con chiquitas y rápidamente dispersaron a los pocos centenares de estudiantes que habían salido a la calle a exigir cambios en la subida de los precios de la gasolina y los productos alimenticios, justo el día en que el presidente participaba en la cumbre de la Unión Africana. Hay que decir que los manifestantes no profirieron ninguna crítica personalizada contra el gobierno.
Y parece que, de hecho, la policía les sacó de un apuro, ya que justo en el momento en que la multitud de jóvenes se dirigía al centro de Jartum, un grupo de gente con otras intenciones se acercaba hacia ellos. Eran partidarios del actual presidente.

Es decir, se mezclaron dos corrientes, una antigubernamental y otra progubernamental. De partidarios del gobierno había casi tantos como de opositores. La intervención de la policía previno posibles peleas entre unos y otros.
Está claro que la policía sudanesa está alerta por la cercanía de las “revoluciones”. El ejemplo de Egipto ha puesto bien a las claras que ni los disparos pueden detener a la gente cuando está la borde de desesperación.

El presidente del Sudán cuenta con muchos seguidores, a pesar de haberse negado en rotundo a bajar los precios de la gasolina y de los alimentos básicos, que en Sudán son muy caros y que a principios de este año subieron un 40% más. “No van a bajar los precios, pero subiremos los sueldos a los empleados públicos y se ayudará a la gente desposeída”.

Pero aun así, los sudaneses no han acumulado tanta ira ni insatisfacción contra el presidente y el gobierno como los egipcios, que dicen sin ambages que odian a su presidente, llamándolo “asesino”.

Por otra parte, el destino de Al-Bashir recuerda al de su homólogo egipcio. Este es mucho más joven que Mubarak que ya tiene 82 años. 
Al-Bashir tiene 67 años y, además, es militar. En 1966 se graduó en la escuela militar al norte de Jartum y fue nombrado teniente. El servicio militar lo hizo en las tropas aerotransportadas. Se diplomó en la Academia Naser (Egipto) como instructor de las tropas aerotransportadas, y formó parte del contingente sudanés que participó en la Guerra de Octubre de 1973 en el frente de Suez.

Por otra parte, Al-Bashir tampoco es un novato en el poder. Lleva casi tanto tiempo como el recién fugado presidente tunecino: 22 años. Siendo general de brigada, en junio de 1989, encabezó a un grupo de oficiales superiores y, al dar un golpe de Estado, apartó del poder al gobierno civil de Sadik Majdi.

Todos los medios de comunicación internacionales, a diferencia de las características dadas a Mubarak y a Zine el-Abidine, lo han tachado de dictador.

Sin embargo, en un país donde la gente es bastante más pobre que en Túnez (según un amigo tunecino, la mejor calle de Jartum es como la peor de Túnez) y que en Egipto (con sueldos parecidos, en Sudán los precios son mucho más altos que en Egipto), nadie tiene ninguna intención ni deseo de derrocar a su dictador. Y esto parece aun más raro, si tenemos en cuenta que en las últimas elecciones del pasado abril, Al-Bashir sólo reunió el 69% de los votos. En las elecciones de 2005, a Mubarak lo apoyaron más de un 88% de los egipcios, y a Ben Alí en 2009, más de un 89%.

Quizás, la diferencia más importante con estos países es que en Sudán hay más libertad política. “Si queremos, podemos quejarnos del presidente, del gobierno, o del partido gobernante, no hay problema”, me dijo tranquilamente un funcionario público. En Sudán tanto a los ciudadanos más sencillos, como a los periodistas y a los políticos les dejan expresar su opinión de manera abierta, tanto en contra del gobierno, como del presidente.
No hace mucho, cuando el partido de la oposición Al-Umma presentó un ultimátum al gobierno, amenazando con movilizar a la gente a las acciones de protesta, el mismo presidente se apresuró para entrevistarse con el líder de este partido para intentar estudiar las condiciones de un pacto y asegurar que las exigencias de la oposición se escucharían.

Que Al-Bashir es un dictador siempre ha sido vox populi en todo el orbe, pero que en Egipto y Túnez las calderas sociales estaban a punto de estallar, parece que nadie se había dado cuenta. Los gobernadores de Egipto y Túnez se han ganado la antipatía manifiesta de sus pueblos, seguramente merecida por las continuas alabanzas de otros países. Se les ha tildado de regimenes pro-occidentales, de tintes laicos y democráticos… y lo cierto es que no se entienden muy bien las razones de estos calificativos.

A diferencia de Mubarak y Zine al-Abidine, el presidente sudanés nunca se ha mostrado como un político con pretensiones a mantener una estrecha amistad con el bloque occidental. Nunca se ha esforzado en hacer que Sudán parezca un Estado laico, cosa que encantaba a los observadores exteriores de Egipto y Túnez, pero que, por lo visto, no gustaba tanto a los que viven allí.
Al-Bashir siempre se ha mantenido fiel a las tradiciones islámicas y no ha dejado de anunciar que en Sudán no hay una alternativa a los principios de la ley sharía.

Sólo a un habitante del mundo occidental le puede parecer que las pobres sociedades orientales se pasan el día intentando liberarse de las mordazas de la religión, y pensando que la religión es una carga terrible. De hecho, lo que en realidad es un castigo para la gente de fuertes convicciones religiosas, lo más abundante en la sociedad árabe, es vivir en un país laico o semi laico.
Intentar que en Sudán la sociedad se convierta en laica, que a la religión se le separe del Estado; que las mujeres dejen de taparse el cabello y que vistan minifalda y escote en vez del burka o que los jóvenes se junten sin contraer matrimonio en las mezquitas o iglesias; es algo inútil. La gente misma se negará rotundamente.

Porque estas son sus tradiciones, su historia, la vida de generaciones enteras. Hasta aquellos que temporalmente se ven alejados de esta atmósfera, teniendo que ir a estudiar o trabajar a otros países con un modo de vida diferente, acaban volviendo a sus orígenes y se niegan a vivir de otro modo, a pesar de los estereotipos impuestos por la globalización, Internet y las películas de Hollywood.

Da la sensación de que Mubarak durante todo su mandato no se ha dado cuenta de que su país ha cambiado, que él es el único que todavía conserva ideas pro occidentales y laicas, pero a su alrededor vive gente de otro talante. Únicamente a los turistas les parece que los egipcios no son muy religiosos y les encanta la forma de vida occidental.

Durante el mandato de Mubarak, un gran número de mujeres ha cambiado su estilo europeo de vestir por las abayas y los pañuelos, y en el país se han popularizado los cursos de religión. Con todo, la mayoría de gente expresa un deseo perseverante de estudiar su propia religión y vivir según sus leyes.

A diferencia de Egipto, en Sudán no hay una fuerte oposición religiosa que goce de un fuerte apoyo entre la gente, no sólo por su ideología espiritual. Los partidos islámicos y sus fundaciones en los países árabes son los que ayudan a la gente necesitada cuando las autoridades se olvidan de ellos. O sea, como la iglesia.

En Sudán, el mismo Estado mantiene estas posiciones, y digan lo que digan los observadores, la mayoría de los ciudadanos de este país apoya esta política.

Sí, en Sudán la gente tiene menos libertades personales que en Egipto y en Túnez. Allí no se vende alcohol ni en los hoteles. No hay bares, ni clubes, ni discotecas.

Todas las fiestas, incluidas las bodas, si se celebran fuera de casa, tienen que terminar antes de medianoche y, en general, a las 11 horas de la noche. En cambio, toda la gente lee la prensa, pero no porque se hable sobre la vida de las “estrellas” sino porque en ella pueden encontrar diferentes opiniones sobre la situación de su país. Por eso, el presidente se puede permitir abandonar el país en un momento que podría parecer algo inoportuno.

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE OBLIGATORIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

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