Moscú es una ciudad que nunca se cansa de bailar

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Moscú es una ciudad de gente que baila: los habitantes de la capital no escatiman tiempo, ni fuerzas, ni dinero para su pasatiempo preferido.

Moscú es una ciudad de gente que baila: los habitantes de la capital no escatiman tiempo, ni fuerzas, ni dinero para su pasatiempo preferido.

Bailan todos sin excepción, periodistas e informáticos, comerciales y amas de casa, estudiantes y jubilados. Se disfruta del hip-hop, el swing, la rumba, los valses, el tango y la samba. Los bailes son como las personas, todos diferentes, pero unidos por el ritmo del movimiento que nunca para, como la vida misma.

Baile de tabernas, burdeles y salones de alta sociedad

Hay quienes prefieren baile individual y hay amantes de variedades en pareja. Éstos últimos son más numerosos, seguramente porque la sociedad actual es una sociedad de gente solitaria que busca compañía.

De año en año, en Moscú va aumentando el número de escuelas de baile de diferentes modalidades. Sería imposible abarcarlas todas, de modo que nos centraremos en los más populares.

En su momento, el tango se bailó en las tabernas portuarias, en los burdeles y en las chabolas de las afueras de Buenos Aires. Solemos referirnos al tango como argentino, mientras que los uruguayos lo creen perteneciente a su cultura. Dicho sea de paso, la melodía de tango más famosa, ‘La Cumparsita’, pertenece precisamente a un autor uruguayo, Gerardo Matos Rodríguez.

De estos barrios de emigrantes el tango fue llevado a principios del siglo XX a París. La 'tangomanía' se expandió pronto por toda Europa, llegando finalmente a San Petersburgo. Sin embargo, el baile estaba oficialmente prohibido en la Rusia zarista.

En 1914, el ministro de Educación, Lev Kasso, firmó una disposición que prohibía tajantemente mencionar en los centros decentes este baile. Pero, ¿acaso se puede impedir algo por vía de directrices?

El Tango mostró los rasgos de carácter de un superviviente y siguió siendo popular incluso en los años de la euforia revolucionaria, cuando era considerado una “danza burguesa”.

En 1937 apareció el disco con la canción ‘Quemados por el sol’ que se convertiría en la favorita para varias generaciones de la gente soviética. Muchos están seguros de que es una creación nacional, pero la melodía pertenece al compositor polaco Jerzy Petersburski.

El tango nunca ha pasado a ser un fenómeno retro y lo bailan millones de personas en todo el mundo.

Hace doce años, Alexander Vistgof decidió hablar a los moscovitas sobre el tango de una manera especial. “Quería enseñar una versión muy cercana a la auténtica, la argentina. Es un tango de estrecho abrazo, una danza emocional”, cuenta Vistgof, director artístico del club La Milonga. Lo más importante, en mi opinión, es que la gente pueda bailar, sin conocer siquiera los pasos complicados y disfrutarlo intensamente”.

Es la llamada categoría de bailes sociales: uno sale a la pista no por ganar concursos ni premios, tampoco por competir, sino por pasarlo bien. Y por escapar de la soledad.

Alexander Vistgof opina que lo imprescindible para el tango es saber oír a la pareja, sentirla y entenderla. Los papeles están definidos, el hombre siempre lleva y la mujer se deja llevar, él propone un paso y ella le saca partido. Una bailarina experta nunca dejará que su pareja, incluso si es un principiante, sienta su debilidad.

Muy a menudo las mujeres se traen a las clases a sus maridos, son parejas fijas. El informático Alexander Miquelin, de 50 años, llegó por la primera vez a la clase acompañando a su esposa. Y desde aquel momento, hace más de tres años, no puede imaginarse la vida sin el tango.

“De haber sabido cómo era este baile, habría venido antes. Después de este tipo de bailes cambian las relaciones en la familia, me dice mi mujer que me comporto con más atención, más ternura e incluso más responsabilidad”, explica.

La danza más antigua de la tierra

Las danzas orientales conquistaron la capital rusa, o más concretamente a sus jóvenes y mujeres, hace ya diez años. La danza del vientre es la más antigua de la Tierra, cuenta con más de 11.000 años y su origen se sitúa en el antiguo Egipto.

Algunos expertos en historia del baile consideran que inicialmente era un ritual de preparación para la concepción y la maternidad. Incluso en nuestros días en algunas tribus de beduinos las mujeres se juntan en torno a una parturienta y bailan. De esta forma palian sus dolores y celebran el nacimiento del bebé.

“Otra hipótesis asegura que las mujeres orientales aprendieron la danza del vientre de los gitanos nómadas”, cuenta la fundadora de escuela de danza oriental Feiruz, Feruza Raimerdíeva. Un día el jeque escuchó los palpitantes ritmos e invitó a las gitanas a que amenizaran la tarde. Y las odaliscas se dieron cuenta de que el jeque estaba embelesado por el baile.

Las odaliscas se quitaron las chilabas y dejaron al descubierto los vientres. El baile tradicionalmente estaba destinado a los ojos del marido o se bailaba en fiestas del harén.

En la actualidad se sienten atraídas por la danza del vientre de forma igual las mujeres de negocios y las amas de casa. En Moscú hay cerca de 7.000 escuelas que enseñan la danza del vientre.

Feruza Raimerdíeva abrió su estudio en 2005, al llegar a Moscú desde la capital uzbeka, Tashkent. No sólo aprenden sus alumnas a mover el cuerpo, sino que reciben conocimiento de la cultura oriental y de la historia del traje árabe. En opinión de Feruza, quien quiera dar clases de danzas orientales ha de hablar, por lo menos un poco, el árabe. Ella lo domina a la perfección.

“Ha habido casos de chicas rusas bailando en concursos y sonriendo y flirteando, mientras una canción en árabe narraba del dolor de una madre que ha perdido a su hijo”, explica.

Según la profesora, jóvenes y mujeres más mayores tienen motivaciones muy distintas: quienes tienen menos de 40 años, quieren cautivar a su pareja o marido. Mujeres de más edad, por supuesto que quieren gustar a los hombres, pero también curarse de dolores en la espalda. Sin embargo, estos objetivos iniciales se olvidan, al conseguir las alumnas los primeros resultados.

Elena Komarova tiene 40 años, es madre de tres hijos. Su hija mayor ya tiene 17 años y la menor, tan sólo tres. Elena es diplomada en psicología infantil, pero lleva muchos años dedicándose exclusivamente a las labores domésticas.

En un principio, su marido no veía con buenos ojos su afición a la danza del vientre. “Es uno de aquellos hombres que creen que, al tener hijos, la mujer sólo ha de circular entre los pañales y el horno, explica. Pero después de haber venido a nuestro concierto, quedó tan encantado que nunca más puso ninguna objeción a mis ensayos”.

Feruza Raimerdíeva cree que el interés hacia las danzas orientales en Moscú se irá intensificando. Lo único que hay que tener en cuenta es que la danza del vientre puede ejercer en el organismo femenino una influencia tanto positiva como negativa: “Es como si durante el baile se produjera una conmoción dentro del cuerpo de la mujer. Es por ello que antes de empezar de acudir a clases, una ha de consultarlo con un médico. Nunca hay que hacer caso a quien le diga que es una tontería. No es ninguna nimiedad. Para un profesor que no asuma la responsabilidad, las alumnas son únicamente una fuente de ingresos”.

La salsa, el verano eterno y una boda doble

A Francisco Miguel González Espinosa sus alumnos lo llaman Kito sin más. Es cubano, comparte Patria con salsa y enseña este baile en Moscú.

Los ardientes ritmos latinoamericanos hace algunas décadas  conquistaron Estados Unidos y Europa. Actualmente gozan de gran popularidad en nuestras latitudes más frías.

“Será porque siempre necesitamos algo de calor, más sonrisas. Y con esta música y este baile el ambiente es precisamente el deseado. Da la sensación de que estás bailando en un país caluroso, hasta se puede oír el murmullo de las olas”, cuenta la mujer y ayudante de Francisco Miguel, Olesia Shevchenko.

Se conocieron bailando: Olesia estaba veraneando con una amiga en Cuba, en la ciudad natal de Kito, Trinidad. Pensaban pasar en aquella ciudad solo un día, pero la dueña de la casa en la que se hospedaban les contó una leyenda.

“Nos dijo que en Trinidad había una cueva muy famosa, donde por las noches se bailaba. También había allí una fuente y quien probara su agua, se quedaría en aquella maravillosa ciudad para siempre”, recuerda la joven.

Las chicas rieron, pero decidieron ir a la fiesta de la enigmática cueva. Dentro sonaba la música y varias parejas bailaban salsa. Kito invitó a Olesia y se dieron cuenta de que seguían el mismo ritmo. Un año después celebraron una boda doble, en Moscú y en Trinidad. Se vinieron a la capital rusa y abrieron una escuela de salsa.

“Lo llevamos en la sangre, bailar para nosotros es algo completamente natural. Pero mis alumnos rusos son muy insistentes y siempre consiguen buenos resultados”, asegura Kito, quien dirige actualmente el centro Eterno Verano.

“Lo que a mí me encanta en la salsa es la música, su alegría coincide con nuestro estilo de vida, movido, urbano. Creo que muchos de los aficionados a la salsa son de la misma opinión”, asegura la dependienta Rimma Semiónova.

“No me atrae hacer deporte y levantar pesas sin mucho sentido, es mucho más interesante hacer ejercicio, bailando salsa con chicas guapas”, sostiene el informático Artiom Tkachov.

“Recientemente, leí en Internet que el baile hace que uno se sienta feliz. Diría que la salsa es una felicidad absoluta”, concluye la encargada de publicidad y relaciones públicas, Yulia Anshúnina.

Dice un refrán ruso: “Si quieres ser feliz, sé feliz”. Que no te lo impidan ni la edad, ni el peso, ni la profesión. ¡Baila y sé feliz!

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