El protagonismo «inmerecido» de Rusia en el destino de Occidente

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La imagen de Rusia en el mundo está experimentando un periodo duro.

La imagen de Rusia en el mundo está experimentando un periodo duro.

La absurda, en esencia, historia con las feministas del grupo punk Pussy Riot, que subieron  al altar mayor de la Catedral de Cristo Salvador de Moscú para dar un breve concierto, no merecía más que un par de días de atención pública, y, sin embargo, se convirtió en causa de un conflicto ideológico a nivel mundial.

Una serie de leyes, sobre los mítines, las organizaciones no gubernamentales y demás fueron adoptadas en Rusia a principios de verano y dan la impresión de un endurecimiento del régimen político.  Al mismo tiempo, la intransigencia de Rusia en la cuestión siria provoca discusiones sobre el rumbo expresamente antioccidental y antiestadounidense.

El caso de Pussy Riot es el síntoma de que la postsoviética inercia psicológica, intelectual y cultural se ha agotado junto con el sistema de ideas, simpatías y antipatías  que se determinaron por aquella experiencia. El problema de autoidentificación de cara al futuro sale a un primer plano. Y las colisiones de posturas radicalmente diferentes, desde las ultraconservadoras hasta las ultraliberales, parecen un sondeo del terreno. Empieza el duro proceso de búsqueda de una identidad nueva, de una base de compromiso sobre la cual pueda desarrollarse la sociedad rusa.

Existe sin embargo una visión de la situación en Rusia un tanto simplificada, la que reduce la palestra de opiniones existentes en el país a solo dos. La primera dice que el regreso de Vladímir Putin a la presidencia significa la definitiva formación del modelo autoritario con estancamiento antimodernizador en la política interna y con expansionismo antioccidental en la externa. Todo esto, en una potencia en decaimiento con todo lo que implica: una conciencia inadecuada, población que se reduce drásticamente, corrupción que lo carcome todo y economía de recursos naturales desestabilizada y capaz de desmoronarse al no soportar el choque externo. Por si acaso, cabe tener cuidado con un país así, pero al mismo tiempo se lo puede ignorar, porque en realidad no tiene capacidades para hacer nada.

Según la segunda versión, pese a las numerosas deficiencias, Rusia realiza sus movimientos con habilidad, está desarrollándose más o menos exitosamente, sobre todo en comparación con la Europa en crisis. Rusia es un socio complicado pero importante para Occidente, sus recursos y capacidades pueden garantizar éxito a todo el mundo occidental en unas condiciones de la competencia cada vez más rigurosa. Los numerosos problemas de Rusia tienen, en opinión de los partidarios de la primera versión, un carácter fatal, pero los de la segunda versión creen que representan una norma admisible para un país que se encuentra en esta etapa de desarrollo. Y aunque muchos de ellos se apenan por la abundancia de los problemas, no ponen en duda el que Rusia se encuentra en el camino de la transformación.

Rusia es una sociedad muy complicada y polifacética, en la cual se pueden encontrar pruebas para cualquier hipótesis. Es interesante en qué medida tal o cual opinión se condiciona no por el análisis de la situación en Rusia, sino por las subjetivas sensaciones de Occidente.

En pocas palabras, la cuestión es si somos testigos de la transición histórica de la época del predominio occidental en el mundo hacia la formación de un sistema nuevo de relaciones internacionales en el cual Occidente no va a ser líder universal a nivel global, sino solo uno de los actores, aunque importante.

A las posiciones de Occidente las amenaza hoy no tanto la aparición de una alternativa sistémica (como lo intentó ser la URSS) como la expansión del espacio no occidental desde los puntos de vista demográfico, cultural y mental. Lo paradójico es que la occidentalización del mundo, empezada tras la caída de la URSS y el fin de la Guerra Fría  y percibida primero como el triunfo final de la única ideología correcta en el “mundo libre”, por poco resulta ser al contrario.

Los países del Tercer Mundo, a pesar de abandonar las formas no eficientes de economía socialista y experimentar un auge poderoso, ocupan ahora un lugar más importante en el mundo pero no llegaron a formar parte del sistema occidental.  Más bien al contrario, se convirtieron en un serio rival económico, del cual los líderes dependen cada vez más debido al carácter global de la economía. Aunque esta dependencia es recíproca, a los más fuertes les es más desagradable conformarse con ella.  

El fenómeno de Rusia consiste en que su relativa fuerza e influencia derivan no tanto de sus éxitos como de la crisis y decaimiento del modelo político-ideológico considerado como el único correcto tras la Guerra Fría. Sí, en los últimos 12 años Moscú estuvo realizando una política bastante exitosa y bien ponderada, cometiendo un número de errores bastante moderado. Sin embargo, este éxito relativo no fue merecido, supera varias veces los esfuerzos aplicados: sean transformaciones económicas, construcción militar, inversiones en la imagen, reputación, etc.

En parte, a Rusia le favoreció la coyuntura de las materias primas. Pero una importancia mayor la tuvo la creciente inestabilidad universal, que iba agravándose debido a las acciones de los líderes mundiales. Las campañas militares irresponsables, la aventura con la moneda europea común que amenaza con una nueva crisis financiera a nivel mundial, todos estos proyectos fueron lanzados como un medio para afianzar el orden mundial y llegaron a convertirse en un azote para este orden.

Rusia se convirtió en el beneficiario más grande de la mal pensada política occidental. Y precisamente a eso se debe la irritación que despierta. Más aún, ahora resulta que Rusia sigue siendo, pese a todas sus deficiencias internas, una de las tres potencias más poderosas (junto con EEUU y China) por la combinación de su poderío nuclear, recursos naturales, resortes políticos y habilidad diplomática.

Si Rusia se integrara en el mundo occidental, éste afianzaría sus posturas frente al creciente mundo “no occidental”. Y al revés, si Rusia opta por el polo no occidental, Occidente quedará debilitado, pues Rusia es la última potencia grande capaz de adherirse a este gracias a su historia y cultura. Como en el mundo se dan cuenta de que esta elección marcará un momento crucial, Rusia resulta en el centro de las numerosas discusiones, pero no porque lo haya merecido, sino por razones objetivas.

Este hecho abre ciertas posibilidades para Rusia, pero al mismo tiempo una gran responsabilidad para las autoridades del país. Primero, porque siempre es muy difícil elegir, tanto más cuando se trata de elección de carácter histórico y existencial. Y además es muy importante que la suerte y las circunstancias favorables no sean percibidas como algo merecido. No es hora para dormirse en los laureles. Las circunstancias y la coyuntura cambian rápido.

* Fiodor Lukiánov, es director de la revista Rusia en la política global, una prestigiosa publicación rusa que difunde opiniones de expertos sobre la política exterior de Rusia y el desarrollo global. Es autor de comentarios sobre temas internacionales de actualidad y colabora con varios medios noticiosos de Estados Unidos, Europa y China. Es miembro del Consejo de Política Exterior y Defensa y del Consejo Presidencial de Derechos Humanos y Sociedad Civil de Rusia. Lukiánov se graduó en la Universidad Estatal de Moscú.

 LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMETE CON LA DE RIA NOVOSTI

 

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