Las relaciones ruso-alemanas atraviesan un periodo delicado

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El presidente de Rusia, Vladimir Putin, ha visitado Alemania en un momento delicado pero interesante: el estado de las relaciones bilaterales deja mucho que desear.

El presidente de Rusia, Vladimir Putin, ha visitado Alemania en un momento delicado pero interesante: el estado de las relaciones bilaterales deja mucho que desear.

Las inspecciones realizadas en las delegaciones rusas de las Fundaciones Fridriech Ebert y Konrad Adenauer, muy cercanas a los dos partidos principales del país, lanzaron en los medios alemanes una campaña dirigida a la canciller, Angela Merkel. El mensaje es el siguiente: hay que dejar de priorizar los intereses económicos en vez de los valores democráticos, de modo que ha llegado la hora de mantener con el presidente ruso una conversación muy seria sobre la sociedad civil.

Ha ocurrido en más ocasiones, pero nunca con tanta intensidad. Los ánimos ya estaban calientes por las nuevas normativas rusas del año pasado  -la ley sobre agentes extranjeros entre ellas- y las auditorías en las oficinas de las fundaciones alemanas no hicieron sino echar más leña al fuego. No parece posible evitar hablar del tema, sobre todo, porque en otoño en Alemania habrá elecciones.

Sin embargo, la agenda de la visita de Putin era considerablemente más amplia y significativa. En primer lugar, por estar presente en estos momentos en la arena internacional una Alemania nueva cuyo papel a nivel europeo está cambiando. Y las perspectivas de los cambios en cuestión no pueden menos de importar al resto de los agentes políticos.

Una Alemania más fuerte en una Europa más débil

Recientemente el diario berlinés Die Welt publicó un artículo muy curioso del reputado politólogo francés Dominique Moisi, quien describe sus sensaciones durante la visita a Berlín, una ciudad que, según él, rebosa energía positiva. El autor llega a la poco alentadora conclusión de que, en comparación con la capital alemana, París está quedando cada vez más como un ámbito de museos, de costumbres pomposas e influencia menguante.

El criterio no deja de presentar interés, dado que refleja una llamativa tendencia Europea: Alemania, que siempre ha preferido mantenerse en la sombra, está pasando al primer plano, transformando su poderío económico en liderazgo político. El caso de Chipre, que tuvo la ocasión de sentir el ímpetu arrollador de Berlín, deja claro que Alemania ha procedido a aplicar su propio plan de saneamiento de la eurozona y que a los países comunitarios se les exigirá el cumplimiento de unas normas bastante más estrictas que antes.

El artículo firmado por Moisi casualmente estaba publicado al lado de otro que nombraba a las posibles siguientes víctimas de la crisis de la deuda pública, obligados a solicitar ayuda a los países más ricos. Eran Malta, Italia, Bélgica y, por muy inesperado que pueda parecer, Francia. Porque la alianza franco-alemana desde hace bastante tiempo ha representado el motor de la integración europea. Mientras que París asumía el liderazgo político, a Bonn y Berlín le pertenecía el económico. No obstante, la decidida postura de Alemania pone en duda el peso político de París, cambiando al mismo tiempo todo el perfil europeo. Estamos ante una nueva Alemania que por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial está agarrando al toro por los cuernos.

El riesgo es grande, porque los ánimos antialemanes se respiran por todo el espacio europeo. El rumbo hacia el saneamiento financiero exigido por Berlín supone la introducción de severas medidas disciplinarias y conlleva graves complicaciones económicas y políticas en los países con dificultades. Al mismo tiempo, nadie es capaz de proponer ninguna alternativa y el descontento general se vierte sobre los alemanes, promotores de medidas drásticas.

En estas condiciones Alemania necesita apoyo. Se lo ofrecen los países más acaudalados de la eurozona, Holanda, Austria y Finlandia, y sus socios fuera de ésta, en concreto los países escandinavos y parcialmente Polonia. Rusia es un país al que le unen a Alemania fuertes vínculos económicos y políticos y su respaldo, dadas las circunstancias, es especialmente relevante para Berlín.

Moscú es perfectamente capaz de entender lo delicada que es la situación de Alemania en el asunto de Chipre y, como muestra de ello, las primeras reacciones violentas del Kremlin dieron lugar a otras más sopesadas. Las autoridades rusas parecen haberse dado cuenta de que, pese a que los depositarios rusos sufrieron grandes pérdidas, no se trató de una acción contra Rusia, sino de un cambio sin precedentes del que depende el futuro de la eurozona y posiblemente de toda la UE. En realidad, el futuro de la Europa común debería despertar el principal interés en la conversación de Vladimir Putin con su homóloga alemana.

Valores éticos contra intereses comerciales

A menudo, al ser abordadas las relaciones ruso-alemanas, da la sensación de que los intereses pragmáticos de las grandes empresas y sus ganas de seguir trabajando en el mercado ruso son tan potentes que las cuestiones éticas no pueden con el deseo de ganar dinero. Y hasta hace poco dicha sensación parecía certera. Sin embargo, en la nueva situación podría haber cambios, precisamente por convertirse Alemania en el foco de atención a nivel europeo e incluso mundial.

Un país que asume el riesgo y se coloca al mando europeo en los momentos de transformaciones dolorosas, pero al mismo tiempo tiene un “historial crediticio desfavorable” ha de comportarse de una manera intachable, mostrando sumo grado de lealtad hacia los valores éticos y las alianzas existentes. Porque un Estado que impone a otros países sus reglas de juego se vuelve especialmente vulnerable ante las críticas. De modo que los acuerdos con los “que no son de fiar” llamarán enseguida la atención.

No en vano en los medios alemanes se ha desatado la polémica sobre lo que ha de ser primordial para la política interior, los intereses económicos o los principios. No sólo se refiere a Rusia, sino también a China, países de Asia Oriental y las monarquías del Golfo Pérsico.

Al igual que en muchos otros casos, Vladimir Putin representa un determinado rumbo que es asociado con las discrepancias conceptuales de la postura occidental. De allí que todo lo relacionado con el Kremlin permanece bajo una intensa atención y éste, por su parte, no cree necesario disimular las diferencias ideológicas, más bien todo lo contrario.

Mientras tanto, Alemania, en su calidad de país que promueve sin cesar las reformas del espacio comunitario, ha de ser un ejemplo del éxito económico, para lo cual son imprescindibles los mercados de la “dudosa” Rusia y de la poco demócrata China. Y las autoridades alemanas, tienen que nadar entre dos aguas, criticando a Moscú por sus fallos en la creación de la sociedad civil y buscando maneras de aumentar los volúmenes del intercambio comercial. Vladimir Putin señaló recientemente que el objetivo de los 100.000 millones de euros es bastante factible.

Relaciones de no paridad

Tanto Rusia como Alemania están en estos momentos en pleno proceso de búsqueda de identidad. Rusia es un país que se aleja cada vez más de los problemas de la época post soviética derivados de la desintegración de la URSS. Es evidente que se precisa un nuevo bagaje ideológico, una nueva agenda orientada al futuro. Pero todavía no se ha formado y tampoco se sabe en qué entorno le tocará vivir al país en las próximas décadas.

Alemania está recuperando su condición de país más influyente de Europa, pero lo hace de mala gana, porque hasta ahora se sentía a gusto ejerciendo influencia desde la sombra. Y ahora tendrá que compaginar la implacable actitud del líder con resignación y fidelidad a los ideales de una Europa única y de un Occidente único. Éste tampoco se sabe si sigue existiendo y en qué forma lo hace.

La combinación de todos estos factores augura una época difícil para las relaciones ruso-alemanas, en primer lugar a causa de la cada vez más prominente disonancia entre sus intereses políticos y económicos. Por otra parte, ello podría dar lugar a una nueva calidad de los vínculos. Entre Rusia y Alemania y también entre Rusia y la Europa transformada.

*Fiodor Lukiánov es presidente del Consejo de Política Exterior y Defensa.


LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

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