El verano en Moscú

© Foto : Michael KauffmannEl verano en Moscú
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Ha llegado el verano. Tras una larga espera, por fin podemos afirmarlo con seguridad. Aunque el verano en Moscú es un fenómeno muy relativo.

Ha llegado el verano. Tras una larga espera, por fin podemos afirmarlo con seguridad. Aún pese a que tal frase no llega a ser del todo categórica. Porque el verano en Moscú es un fenómeno muy relativo.

Hay un chiste al respecto. El estudiante africano escribe a su familia: “Mientras duró el invierno verde, todavía era pasable. Pero cuando llegó el invierno blanco…”

¿Qué hace especial el verano en Moscú, acaso tiene sentido escribir sobre esto? ¿A quién interesaría un tema como este? Uno quisiera creer que nuestros lectores, además de inquietarse por los sucesos en Siria o Ucrania, las inundaciones en Serbia o las elecciones en Egipto, querrán saber cómo puede ser un verano en Moscú.

Y más que nada, es impredecible. Puede traer tres meses de lloviznas que obliguen a los transeúntes a caminar por la ciudad con capas y botas de goma, o puede traer un calor especialmente seco. O todo junto.

Lo cierto es que, sin importar cuál sea el clima, cada vez se torna más evidente que a los moscovitas no les gusta pasar el verano en la capital. Llega la temporada de las dachas (casas de campo). Todos los que tienen vacaciones se largan lo más lejos posible, desde la región de Moscú hasta el extranjero. Los menos afortunados en materia de vacaciones, de todos modos intentan abandonar la ciudad, rumbo a la dacha, con sus parientes o amistades. Salir de la ciudad una tarde de viernes o entrar un domingo después de almuerzo se torna un problema. En cualquier caso, resultan inevitables las largas esperas en las congestiones automovilísticas, silbando entre dientes Los atardeceres de Moscú, para espantar el aburrimiento…

Los moscovitas viajan gustosos a otros países. Especialmente a balnearios. Si el año es de esos raros en que las temperaturas se disparan hasta niveles cercanos a los 40 °С y por arte de magia desaparecen de las tiendas los ventiladores y los aires acondicionados, los habitantes de la ciudad prefieren volar a países “templados”, por ejemplo, Egipto o Israel. Por lo demás, a cualquier lugar, donde los lleven los pies, un tren o un avión.

Los veranos calientes se tornan un fenómeno cada vez más frecuente. El calor seco continental trae como consecuencia amplios incendios forestales. Cuando los esfuerzos de los guardabosques y los bomberos resultan insuficientes y los incendios se extienden por amplios territorios, la ciudad se cubre de espesas nubes de humo, lo ojos comienzan a arder, la respiración se dificulta y el alcalde de la ciudad decide inesperadamente tomarse unas vacaciones. En esos casos, la única salvación consiste en la llegada de las lluvias, que de modo natural ayudan a los bomberos a concluir su faena.

El verano en Moscú se revela de muchas maneras. Ante todo, la gente pasea gustosamente hasta tarde. Naturalmente, la vestimenta cambia de modo radical en consecuencia, alcanzando límites insospechables. El aire se colma de nuevos olores y aromas, desde los perfumes de los árboles en flor, el aroma de la cocina multinacional proveniente de los quioscos en las calles, hasta ciertos aromas corporales que aturden (en el peor sentido de la palabra), reforzados por el tumulto de los pasajeros de metro a la hora pico.

Pese a que hasta durante el verano más caliente los estanques de la capital continúan siendo bastante fríos, los moscovitas no desprecian la oportunidad de darse un baño en ellos. Determinadas zonas del rio Moskova y múltiples lagos se colma de bañistas desde temprano hasta bien tarde. Se ha tornado frecuente y curiosa la afición de los habitantes de la ciudad por sus fuentes, colmadas cada vez más de atenciones. Luchando contra los calores, la gente suele mojar las manos, los pies, y a veces, algo más. Bastante más. El día de las tropas paracaidistas, que se celebra por esta época, se ha tornado significativo por los baños colectivos en las fuentes de jóvenes que otrora pasaron el servicio militar en esas unidades. Valga decir que este tipo de baños no suelen concluir sin otras consecuencias.

Otra singularidad del verano moscovita que vale la pena señalar consiste en la aparición de nevadas inusuales. Los álamos florecidos comienzan a soltar una pelusa blanca, y todas las calles se cubren con una ligera capa nívea, que escarban las palomas, picoteando las semillas.

Y además, esta es una época de vigilia. Si amanece a las 4 de la madrugada y anochece alrededor de las 11 de la noche, por supuesto que se reduce el tiempo de sueño. ¿Y para qué dormir, con tanta belleza alrededor? Lugares donde pasear se sobran en Moscú: desde la calle Arbat en el mismo centro, hasta los múltiples parques. Tzarítsino, Kolómenskoye, el parque Filí, Izmailovo… hasta pasear por la ribera del río es todo un placer. Es obvio que estos ánimos poco o nada se conjugan con los deberes laborales, pero qué hacer, son gajes del oficio… Hay que trabajar a como dé lugar, porque Moscú no cree en lágrimas.

En general, los moscovitas aman el verano. Es una época intensa de la vida, en la que uno abandona el cascarón de la casa y los horizontes se amplían. Pero esa época es breve por definición. Y quizás ese sea un aliciente para amar y esperar la llegada de esta estación. A pesar de los caprichos del clima, de los embotellamientos en las carreteras, del insomnio. Porque dentro de tres meses, la espera se reanudará.

Por Andrés Mir

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