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Siete décadas de desencuentros entre Pekín y el Vaticano

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La primera visita de un papa a Asia desde 1999 es vista como una oportunidad para estrechar los lazos con China.

La primera visita de un papa a Asia desde 1999 es vista como una oportunidad para estrechar los lazos con China.

El Vaticano y Pekín arrastran décadas de desencuentros, que empezaron poco después de que Mao Zedong y su laicismo innegociable llegaran al poder en 1949. Con el papado de Juan Pablo II, un reconocido enemigo del comunismo, las relaciones cayeron a su punto más bajo. Los posteriores Benedicto XVI y Francisco han intentado tímidos acercamientos, pero ambos países continúan separados por cuestiones elementales y sin relaciones diplomáticas.

"Tras entrar en el espacio aéreo chino, extiendo mis mejores deseos a su excelencia y sus ciudadanos, e invoco las divinas bendiciones de paz y prosperidad sobre la nación", ha dicho hoy el papa Francisco en un comunicado enviado al presidente chino Xi Jinping.

No es más que una fórmula protocolaria habitual de los papas cuando sobrevuelan el espacio aéreo de un país, pero que en el caso chino cobra una especial relevancia. La última vez que un papa pidió a Pekín atravesar su cielo fue en 1989 y recibió una negativa. No ha habido aun respuesta oficial china al mensaje papal.

China persiguió duramente a los cristianos hasta que aprobó cierta libertad religiosa y legalizó la Biblia en los años setenta del pasado siglo. Pekín permite cualquier culto, pero siempre bajo las iglesias oficiales, lo que ha derivado en un enconado conflicto por la gestión de los doce millones de católicos chinos. China no permite que ninguna organización sea liderada por personas fuera de China, como ocurre con el Papa desde el Vaticano.

En el país conviven la Asociación Católica Patriótica, dependiente de Pekín, y las comunidades clandestinas leales a Roma. Aunque la prensa occidental acostumbra a presentarlas como enfrentadas e incomunicadas, muchos fieles alternan misas de uno y otro bando por criterios de simple proximidad geográfica.

El problema sin solución reside en la aprobación de obispos que ambas reclaman. En los últimos años se ha conseguido cierto pacto tácito consistente en que los ordenados por Pekín buscan secretamente la aprobación de Roma. Esta sólo rechaza a los que manifiestamente se muestran más preocupados por defender el comunismo y la unidad nacional que por explicar la palabra de Dios. El último veto del Vaticano, en 2010, provocó la ira china. Las relaciones bilaterales volvieron a resquebrajarse cuando, dos años atrás, el entonces obispo de Shanghái, Thaddeus Ma Daqin, renunció públicamente a la iglesia nacional.

La diplomacia ha entablado algunos acercamientos durante el año y medio de papado de Francisco. El Vaticano ha desvelado que ambas partes se reunieron dos meses atrás y el papa argentino ha dicho que escribió a Xi y recibió respuesta.

El acercamiento de posturas se antoja difícil. La demolición de iglesias por vulnerar supuestamente la normativa de construcción en los últimos meses en Wenzhou, la llamada Jerusalén china, ha provocado enfrentamientos entre fieles y fuerzas del orden público. Las comunidades de activistas cristianas que operan en la frontera sino-norcoreana han denunciado la presión de las autoridades. El último indicio es la prohibición de viajar a la mitad del centenar de cristianos chinos que querían asistir a la visita del papa Francisco en Seúl, según ha informado un portavoz surcoreano.

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