Esa voz con efluvios del náhuatl, que en un principio designaba exclusivamente a quienes se dedicaban a la producción de 'huachicol' —una bebida alcohólica adulterada y de baja calidad con la que los cantineros engañaban a los consumidores etilizados—, pasó a designar después por extensión a quienes recolectaban los restos del combustible que cargaban los transportistas —diésel, gasolina, turbosina—, y lo vendían todo mezclado sin advertir al comprador final de la naturaleza bastarda de aquel producto. Hoy el vocablo designa a quienes se dedican al robo de combustible directamente de los ductos de la empresa Petróleos Mexicanos (PEMEX) para proveer al mercado negro.
Combustible ensangrentado
Es un negocio tan lucrativo que quienes se dedican a ello no dudan en enfrentar a las fuerzas del Ejército con tal de preservar una fuente de ingresos que se ha convertido incluso en objeto de interés de los narcotraficantes. El huachicolero tradicional que 'ordeñaba' ductos con métodos rudimentarios ha dado paso a bandas armadas y organizadas que conceden permisos para la extracción del combustible, los cuales pueden costar hasta 50.000 pesos —unos 2.640 dólares—.
A la fecha, las estrategias de PEMEX para enfrentar este flagelo a sus arcas, que son las del Estado mexicano, no han dado ningún resultado. Nunca se implementó la propuesta de distribuir a través de los ductos un producto sin procesar que careciera de utilidad para quien se lo robara; tampoco se implementó tecnología avanzada que detectara en tiempo real una caída de presión en los ductos, certidumbre de que en algún punto de la extensa red de tuberías de PEMEX se había conectado una toma clandestina.
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Lo más preocupante resulta, sin embargo, la necesaria complicidad de personal de la paraestatal mexicana para la ubicación de los ductos y, sobre todo, para la colocación de las válvulas con las que se extraerá el producto que circula por los mismos.
'Huachicolerías'
Si se asume por huachicolero no sólo al delincuente que se dedica al robo puntual de combustible, sino todo aquel que ha convertido en 'modus vivendi' el robo al Estado, el mismo describiría a buena parte de la clase política mexicana y a no pocos funcionarios públicos federales, estatales o municipales que no se arredran a la hora de usar recursos de beneficio público para su enriquecimiento personal.
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'Huachicolerías', pues, valga el neologismo, de quienes se entregan a tales 'artes medratorias' aguijoneados por el combustible de la pobreza extrema o por considerar que "sí merecen abundancia", como escribiera Karime Macías, la esposa del hoy detenido exgobernador de Veracruz, Javier Duarte de Ochoa.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK