Los propulsores nucleares son la alternativa más prometedora al combustible convencional para los vuelos interplanetarios.
Pero habitualmente se trata de motores pequeños, diseñados para satélites. Para llevar una nave espacial a otro cuerpo celeste, se requiere mucha más energía. Esta energía la pueden dar reactores nucleares adaptados para el espacio.
El principal problema consiste en cómo enfriar el sistema durante el vuelo espacial. El método clásico es dotar la capa exterior de la aeronave con radiadores: el líquido-intermediador pasa por los radiadores y se enfría antes de regresar al reactor. Pero son sistemas bastante grandes y poco protegidos, por ejemplo, contra un impacto de un micrometeorito.
En este caso, el líquido no pasa por las tuberías dentro de la aeronave sino que está en contacto directamente con el espacio exterior. Las gotas se enfrían rápidamente y se capturan por un dispositivo especial que las envía otra vez al reactor.
Este enfoque tiene varias ventajas: el líquido se enfría más rápido, todo el sistema resulta más ligero y será menos vulnerable a los choques de las partículas espaciales.
Desde 2010 las empresas espaciales rusas están desarrollando una serie de tecnologías para crear el llamado módulo de transporte y energía (TEM, por sus siglas en ruso), un tipo de planta motriz universal para una variedad de aparatos espaciales, de satélites grandes y bases autónomas a las naves espaciales tripuladas, entre ellas las que podrían volar a la Luna y Marte.
Más sobre los usos del módulo: Roscosmos, dispuesto a estudiar la cooperación estatal-privada en la órbita