Japón se abstuvo de la pesca de la ballena a lo largo de 30 años aunque esporádicamente se podía adquirir carne de ballena en supermercados y restaurantes.
En septiembre Japón pidió a la IWC, el organismo que regula la caza y el comercio de ballenas a nivel mundial, que autorice la pesca en zonas en las que no hay peligro de extinción, pero la solicitud fue denegada.
La caza de ballenas es frecuentemente criticada por los defensores de los animales.
Debido a la caza incontrolada, la población global de ballenas disminuyó drásticamente en 1960.
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Japón continuó la captura alegando fines científicos hasta que en 2014 la Corte Internacional de Justicia (CIJ) desmanteló el argumento y ordenó a las autoridades japonesas poner fin a la actividad.
La caza se detuvo pero se reinició al año siguiente bajo el amparo de un nuevo programa científico japonés.
El movimiento ecologista Greenpeace condenó la inminente retirada de Japón de la Comisión Ballenera Internacional.
El representante de Greenpeace añadió "la sobrepesca en las aguas costeras de Japón y en alta mar como resultado de las tecnologías de la flota moderna ha llevado a la reducción de muchas especies de ballenas".
"Los océanos del mundo se enfrentan a múltiples amenazas, como la acidificación y la contaminación plástica, además de la sobrepesca. Es esencial que Japón trabaje para océanos saludables, tratándose de un país rodeado de océanos y en el que la vida de la gente depende en gran medida de los recursos marinos", destacó Annesley.
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El ecologista llamó a Japón, como presidente del G20 en 2019, a "retomar su compromiso con la CBI y priorizar nuevas medidas para la conservación marina".