A primera vista, este artefacto de los 70 se parecía a cualquier libélula verde. Sin embargo, no era un insecto, sino un insectóptero que marcó un gran avance en la robótica en los tiempos de la Guerra Fría.
En aquel entonces, escuchar conversaciones con dispositivos electrónicos era una herramienta de espionaje poderosa y relativamente nueva, pero algunos lugares seguían siendo más difíciles de alcanzar que otros.
La CIA usó retrorreflectores, pequeñas cuentas de cristal que reflejan la luz láser a su fuente. Este rayo láser reflejado puede ser interceptado por cualquier vibración en el vidrio. La CIA podía entonces analizar el rayo devuelto y recrear las vibraciones que lo perturbaron, esencialmente extrayendo el sonido de la luz. En la práctica, estos retrorreflectores servían como un micrófono remoto para escuchar cualquier conversación.
¿Por qué fue elegida una libélula?
El desafío para los diseñadores consistía en desplazar pequeños retrorreflectores al lugar apropiado para escuchar las conversaciones. Los intentos de colocar los dispositivos a gatos o aves terminaron sin éxito. Entonces, fue propuesto crear un robot insecto que podría pasar desapercibido. Charles Adkins dirigió el proyecto.
Se pensaba que una abeja sería un buen candidato, pero su compleja mecánica de vuelo no se descifraría hasta finales del siglo XX. Entonces, uno de los colegas de Adkins, un entusiasta de las libélulas, propuso este insecto como prototipo. El animal tenía una aerodinámica estable, maniobrabilidad y capacidades de flotar, es decir, las cualidades necesarias para el futuro proyecto.
El equipo de diseñadores se enfrentó el problema de cómo replicar las alas de una libélula, que aletean hasta 1.800 veces por minuto.
Para lograrlo, los científicos utilizaron un pequeño oscilador fluídico, un dispositivo sin partes móviles que es impulsado completamente por el gas producido por los cristales de nitrato de litio. Cuando las pruebas iniciales mostraron que el prototipo no podía llevar la carga útil requerida de 0,2 gramos, los diseñadores añadieron un empuje adicional parecido a la propulsión a chorro.
El modelo final pesaba poco menos de un gramo. Sus brillantes ojos eran las cuentas de cristal retrorreflectoras destinadas a espiar a objetivos desprevenidos.
Una cosa es construir, otra cosa es manejar
No obstante, había otra aún más complicada tarea para la CIA: cómo controlar la libélula espía.
Esta libélula podría volar durante solo 60 segundos. Sin embargo, era suficiente para llevarla a un objetivo a unos 200 metros de distancia.
"Se ha investigado la viabilidad de un vehículo insectóptero controlado con una capacidad operativa limitada y se han alcanzado todos los objetivos del programa hasta este punto", escribió Adkins en su informe final de 1974.
Sin embargo, el prototipo era difícil de controlar en condiciones diferentes de las de laboratorio.
"Aunque las pruebas de vuelo fueron impresionantes, el control en cualquier tipo de viento cruzado fue demasiado difícil", destacó.
El programa costó 140.000 dólares, unos dos millones de dólares de hoy. Ninguna misión de la CIA nunca requirió el nuevo espía libélula, y finalmente el proyecto se cerró.