La marcha se organizó debido a que los países aliados de la URSS en la coalición anti-Hitler, como el Reino Unido y Estados Unidos, cuestionaron la escala de la victoria del Ejército Rojo sobre el Grupo de Ejércitos Centro de Alemania en 1944, al liberar Bielorrusia. Stalin decidió mostrarles a los líderes de estos países cuántos alemanes prisioneros de guerra realmente había en Moscú.
Al llegar a la capital, los soldados alemanes fueron tratados de una forma bastante humana: recibían comida y agua, suficiente para beber, pero no para bañarse.
Según contaron los testigos, todo transcurrió en un silencio casi total, solo había ocasionales gritos de "¡muerte a Hitler!" y "¡muerte al fascismo!" por parte de los soviéticos. Algunos ciudadanos soviéticos incluso intentaron dar algo de comida a los soldados. Hubo muy pocos ataques agresivos contra los soldados nazis, lo que les sorprendió porque esperaban venganza de parte de los rusos.