"Imagina lo que había allí dentro, que no les quedaba ni carne. ¡Han encontrado solo los huesos!", dice con resignación M., un trabajador de la empresa Excavaciones Jon, en una calle de Ermua. Esta localidad del País Vasco, al norte de España, linda con el vertedero de Zaldívar, al que se refiere este joven mientras amontona tierra con un tractor. "Se vertía de todo, sin control. No había separación y encima estaba mal cimentada, por eso pasó lo que pasó", argumenta quien más de una vez ha llevado un camión lleno hasta este espacio gestionado por Verter Recycling 2002. "Lees el nombre y crees que hacen algo por el reciclaje, pero solo les interesa el dinero", añade.
Todavía resuena aquel día en la región. Para ponerse en situación hace falta contemplar la singularidad del terreno. La loma donde se ubica el vertedero se encuentra en el límite de las dos provincias mencionadas. Un minúsculo cauce del río Bayas ejerce de frontera. Alrededor, entre montañas cubiertas por hayedos o robledales, se distribuyen varias localidades. Las tres más próximas a la planta, Eibar, Ermua y Zaldívar, se encajonan en la orografía entre lenguas de asfalto residenciales y carreteras con túneles. Solo desde un par de puntos donde clarea la vegetación es visible el vertedero. A lo lejos, las palas dentadas de las grúas mordisquean la ladera y amontonan desperdicios para recuperar los cuerpos ocultos.
Los familiares, compañeros y vecinos siguieron las protestas por las redes sociales. La Ertzaintza (policía autonómica vasca) se postró en la escombrera junto a miembros de la policía forense. Se contrató a una empresa de emergencias y se colocó una caseta de vigilancia en la entrada. A los cinco meses desde el desastre, detuvieron al dueño del vertedero, José Ignacio Barinaga, al ingeniero jefe, Juan Etxebarria, y a la gerente, Ainhoa Bilbao, por delitos contra el medio ambiente, homicidio imprudente y contra los derechos de los trabajadores. Aún hoy, el caso, dividido en dos juzgados de Durango, otra localidad próxima, sigue estancado.
Eso no indica que los cerca de 46.000 habitantes de estas tres localidades se hayan olvidado. A los mensajes colgados por las calles se les suman las ofrendas dispersas en plazas o caminos. Cada mes se ha avivado la llama con manifestaciones que partían desde distintos puntos estratégicos para juntarse en la base del vertedero, donde ahora hay muros colocados tras el derrumbe: dos paredes de roca suplen parte de la montaña y evitan posibles inconvenientes en la vías de tráfico. La plaza del barrio de Eitzaga, en Zaldívar, muestra dos ramos de flores con los nombres de los fallecidos. "Nos concentramos aquí", señala Mikel Saiz, estudiante de comercio internacional de 23 años, "porque no dan soluciones".
"Ya no son solo las condiciones de los trabajadores, sino el peligro para la zona", razona, apuntando con la mano un cielo que se empañó durante varias jornadas por el humo que desprendió la tragedia.
La existencia de amianto y otros elementos contaminantes entre los materiales depositados, junto a la liberación de gas metano, causaron varios fuegos e impidieron que los encargados de la búsqueda pudieran ejercer su labor. "Me llamó una compañera del curro y me dijo: 'Me voy, que no sé si me he quedado sin casa' y colgó", rememora un residente que tampoco quiere aportar datos personales. Él trabaja haciendo obras y recorre cada día las arterias que unen el intrincado entorno. Acompaña hasta una de las panorámicas del vertedero y suspira: "Parece una cantera. Antes era estrecha. Ahora la han ampliado para desescombrar. Están moviendo a los lados lo que se cayó, a ver si encuentran". "Aquí echaban más y más desechos sin fijarse en nada, como quien barre y lo mete debajo de la alfombra", lamenta, ilustrándolo con las manos.
El responsable tenía a seis personas contratadas que no han vuelto a su puesto. En la cuesta que asciende hacia el surco ya no hay trajín de camiones. Solo espera un vigilante en una silla de plástico. "Nos mandaron al día siguiente del desplome", recuerda, guardando el anonimato. "Hacemos turnos de siete de la mañana a once de la noche, somos dos personas y solo registramos a los trabajadores de empresas privadas", detalla, enseñando una lista con cerca de 20 nombres. "Ahora solo vienen docena y media de ertzaintzas, forenses… Y aquí –entre coches y conductores- entraban al menos unas 70 personas", suspira, sin dejar traspasar la línea imaginaria que delimita el suelo privado. Al otro lado, unos dibujos recuerdan a los fallecidos.
"El grupo que tenemos de Facebook se llenó de mensajes", asegura.
Y justo dos empleados de Moyua, un grupo dedicado a la construcción, saludan desde una furgoneta pick-up. "Somos del servicio de emergencia", afirman, especificando que son los que rastrillan y vigilan cada parcela escombrada. Sus compañeros descubrieron el 16 de agosto una tibia entre tela y varios objetos personales, como un reloj, bajo un alud del tamaño de un edificio. Las pruebas de ADN determinaron que pertenecían a Alberto Sololuze, según confirmó posteriormente el departamento de Seguridad del Gobierno Vasco. Hallazgo que sacudió a la zona. Lorenzo Guinaldo, un pintor salmantino de 65 años radicado en Ermua desde 1974, adelanta desde una plaza pegada al ayuntamiento cómo intuyó las novedades por el volumen de avisos en su móvil: "Había mucho revuelo", resume.
Uno de ellos era el de Helene Alberdi, sobrina de Sololuze, que publicó una fotografía con su tío y advirtió que "el dolor será para siempre" pero podrían "empezar a hacer el duelo como es debido". "Espero que pronto los familiares de Joaquín puedan decir lo mismo, y que se acabe haciendo justicia", sentenciaba. Otro era de los moradores del caserío Elotxo, situado enfrente de la escombrera. Ellos fueron desalojados por el peligro que corrían con el desprendimiento y han regresado recientemente. "Nos apañamos como pudimos, pero lo sentimos sobre todo por las familias de los desaparecidos", sostiene el yerno de los residentes, que evita dar su nombre.
El dolor será para siempre, pero desde hoy podremos empezar a hacer el duelo como es debido. Espero que pronto los familiares de Joaquín puedan decir lo mismo, y que se acabe haciendo justicia. Muchas gracias a todos por vuestro apoyo en estos meses tan duros. Te queremos tio ♥️ pic.twitter.com/uqF4lIyV4w
— Helene (@helene_alberdi) August 19, 2020
También secundó el homenaje. De todos estos actos de apoyo, destaca un par de jarrones con flores que reposa en el suelo de la plaza Unzaga, en Eibar. Al lado de la pancarta que acaban de desplegar los miembros de Zaldibar Argitu!. "Esperamos que encuentren pronto los de Beltrán y que se pongan en marcha para cerrar el vertedero", exclaman. Muchos se paran y miran este improvisado altar. Parece una pequeña muestra de cariño, pero esconde algo más: refleja cómo se han posicionado los ciudadanos contra un vertedero del que prácticamente desconocían su existencia.