Sin embargo, el coronavirus sigue siendo un gran desconocido. Los técnicos todavía no se han puesto de acuerdo en sus características básicas: ¿Con qué facilidad se propaga por el aire? Los misterios del coronavirus nos dejan perplejos. ¿Por qué la incidencia de la enfermedad está siendo baja en África si todo hacía presagiar lo contrario? ¿Por qué la segunda ola está poniendo en riesgo a países que gestionaron bien la pandemia en marzo-abril? El caso más claro de esto último se da en la República Checa.
El número de casos creció, el viernes 9 de octubre, hasta 8.615 en este país habitado por 10,7 millones de personas, frente a los 3.000 casos registrados el día anterior.
Comparaciones
A modo de comparativa, España, otro país europeo en cabeza en la lista negra, y con una población de 47 millones, documentó 12.788 infectados nuevos ese mismo día. Con esas cifras en la mano, la República Checa ha llegado a los 451,2 casos por 100.000 habitantes en los últimos 14 días en comparación con los 308,1 de España, según las estadísticas del Centro Europeo para la Prevención y el Control de Enfermedades, con sede en Estocolmo (Suecia).
Esta aparente victoria motivó que el Gobierno del primer ministro Andrej Babis fuera reduciendo paulatinamente las fuertes restricciones impuestas, antes de levantarlas casi por completo a finales de junio. Mientras el país recuperaba el pulso de antaño al arrancar el verano, los contagios regresaron en agosto y se dispararon en septiembre, lo que desató un fuerte debate público.
La oposición denunció la "complacencia" de Babis, un multimillonario que abrazó el mundo de la política en 2012.
"Hemos sido víctimas de nuestro propio éxito. Gestionamos tan bien la primera ola del coronavirus que nos creímos invencibles", reconoce la socióloga Dana Hampilova, de la Universidad Carolina de Praga.
África
África es otro punto extraño en este relato. Ya en febrero de este año, antes de que se declarara la pandemia, los expertos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) temieron que su expansión por el llamado continente negro se descontrolaría, alegando las deficiencias de su sistema sanitario y la falta de recursos. Se equivocaron de parte a parte, porque emplearon patrones europeos.
A fecha de 11 de octubre, la cifra de muertos en toda África asciende a 38.396 y el de infectados a 1,5 millones. Sólo en España han fallecido 32.929 personas (861.000 infectados) y en Estados Unidos, 215.000 (7,8 millones de infectados).
"África ha tenido su propia epidemia… He trabajado muy de cerca con la epidemia en el Reino Unido y también en Europa y son diferentes. Tienen diferentes características", afirma el doctor Mark Woolhouse, director de TIBA (que en suajili significa "curar una infección"), un programa de investigación que trabaja en Ghana, Sudán, Kenia, Tanzania, Uganda, Zimbabue, Botsuana y Sudáfrica para extraer y compartir lecciones de las formas en que los diferentes sistemas de salud africanos abordan las enfermedades infecciosas.
El legado de otras enfermedades
Años de experiencia en pasadas epidemias, como la terrible del Ébola, también han contribuido a que la reacción africana haya sido más rápida y más ajustada a las capacidades y necesidades locales. La tendencia descendente de casos queda indudablemente vinculada a la adopción de medidas sanitarias robustas y decididas por los gobiernos africanos.
🦠 El vínculo entre el zika, el ébola y el COVID-19 va más allá de que las tres enfermedades son causadas por virus y han sido clasificadas por la Organización Mundial de la Salud como "Emergencia de Salud Pública de Importancia Internacional"
— Sputnik Mundo (@SputnikMundo) August 12, 2020
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Además, la cultura africana integra más a las personas de la tercera edad que suelen vivir con sus familiares y mucho menos en centros geriátricos, convertidos en entornos extremadamente peligrosos. Los contagios entre la población de más edad han contribuido a aumentar el índice de letalidad en todo el mundo. Por ejemplo, en Estados Unidos, en un momento dado, uno de cada tres fallecimientos procedía de residencias de ancianos.
La movilidad reducida dentro del continente africano también ha ayudado a entorpecer la propagación del virus SARS-CoV-2 y bajar así su incidencia.
"Los factores para los bajos índices de transmisión y gravedad de la enfermedad incluyen, por ejemplo, una población más joven, una posible inmunidad inherente, la temperatura y la altitud [la geografía], una mejor respuesta de la población porque tenemos mucha experiencia con el Ébola y otras enfermedades", resume a la perfección el doctor Sam Okuonzi, presidente de la dirección del Hospital de Arua, en Uganda.