Desde hace unos siglos los críticos comparan a las bailarinas rusas con ángeles y otras criaturas míticas e ingrávidas. El símbolo más asociado con la bailarina clásica es un cisne blanco, el ave más tierna y dulce. Y ya que el ballet clásico se considera un arte puramente ruso, 'cisne blanco' se convirtió en una metáfora de las bailarinas de este país.
Reconocidos fotógrafos hacen cola para tomar imágenes de las primeras bailarinas rusas.
Por ejemplo, el fotógrafo de moda francés, Patric Demarchelier, y el fotógrafo ruso, Vladímir Fridkes, que trabajan con revistas como Vogue, hicieron unas series de fotos de las estrellas Diana Vishneva, del teatro Mariinski, y Svetlana Zajárova, del Bolshói.
Los fotógrafos rusos, Serguéi Yákovlev y Darián Vólkova, crean imágenes muy sutiles de las bailarinas que poseen las líneas de cuerpo más exquisitas. Entre sus modelos están tales solistas como Ana Turazashvili y Ksenia Zhigánshina, del Bolshói, y Ana Ol, que ahora trabaja en los Países Bajos.
Este tipo de proyectos en el ámbito del ballet se hacen cada vez más populares por la belleza poco convencional de las bailarinas clásicas. Olga Smirnova, la primera bailarina del teatro Bolshói, es musa de muchos coreógrafos extranjeros e incluso de pintores populares.
Entre otras artistas inspiradoras se destaca Eleanora Sevenard, que acaba de graduarse de la Academia Vagánova de Ballet en San Petersburgo y ahora trabaja en el Bolshói. Entusiasma a sus seguidores no solo por su talento en la escena teatral, sino también por ser descendiente de Mathilde Kschessinska, la bailarina de principios del siglo XX que captó la atención de toda la sociedad por estar involucrada en una historia romántica con el entonces príncipe heredero Nicolás Románov.