Cuando los revolucionarios de 1810 se alzaron contra la corona y daban inicio a la experiencia independiente de la actual Argentina —hasta entonces parte de un virreinato español— comenzaban los primeros fríos de la temporada.
La fiesta nacional es una buena excusa para recuperar las tradiciones y acercarse, aunque simbólicamente, a aquellos que de manera heroica se alzaron para dar vida al país tal como lo conocemos. Y qué mejor manera de hacerlo que con un buen almuerzo.
Entre los aromas de guisados y el sabor seductor de pasteles, en Sputnik te contamos todo sobre cómo festejan los argentinos esta importante efeméride y la importancia de la cocina en las celebraciones.
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En las escuelas, el último día de clase, los niños se disfrazan de personajes coloniales: vendedores de velas o de escobas, aguateros, lavanderas, pasteleras, faroleros… los pequeñuelos dan vida a hombres y mujeres con disfraces de antaño, en representaciones teatrales hechas después de actos escolares en los que se canta el himno y se explica la importancia del día.
Infaltables son los pregones: el canto que estos comerciantes (ya inexistentes) hacían en las calles de adoquines de la Buenos Aires española. Muchas músicas infantiles recuerdan estos versos que, según dice la tradición popular, se exclamaban hace 200 años.
"Velas y velitas, para alumbrar la casita… velas y velones, para alumbrar los balcones", en el caso de los que ofrecían candelas. O las pasteleras: "Vendo pasteles dorados para los hombres casados. Vendo pasteles caseros para los hombres solteros".
En todo caso, superada la emoción de ver a los hijos revivir a los próceres y a los habitantes de la Buenos Aires colonial, lo que jamás puede faltar —además de la escarapela con los colores de la bandera en la solapa— es un buen plato, nutritivo, humeante y reconfortante. Particularmente de locro. Ya hemos hablado en Sputnik al respecto y hemos compartido la receta de este plato "antiimperialista" por naturaleza.
Aquí tienes la receta: Cocina con Sputnik: locro, el plato 'antiimperialista' por excelencia
Es un guisado de maíz, que puede ser servido dentro de una calabaza. En él, se dan la mano las comidas de olla típicas de la herencia española (además de las carnes y embutidos traídas por los colonizadores) con la papa, el maíz y el zapallo que dieron los pueblos originarios.
Un poco más simple, pero igual de reconfortante es la carbonada: también servida en la calabaza, que obviamente se come. Aquí no hay tanta variedad de carnes, pero sí está el sabor del tomate y del arroz, también traídos de afuera.
Pero en Argentina, este platillo es un infaltable con variaciones regionales y tantas recetas como familias haya. Exquisitas son las del norte (la tucumana, con carne cortada a cuchillo y grasa de pella) o las del Cuyo (la mendocina, con ingredientes que abundan en la zona, como las aceitunas). Con la región cambia además el repulgue, es decir, la manera con la que se cierra la masa, que es una ciencia pasada de generación en generación.
Lo dulce no falta. Y qué mejor manera que revivirlo un postre colonial, como los pasteles de membrillo o batata. Así de históricos como suenan son una bomba calórica, que consiste en un hojaldre crocante (los más finos, hechos con mantequilla; los más populares, con grasa) rellenos de esos sabores. Todo frito en aceite o grasa animal, y espolvoreado luego con azúcar impalpable. Pero, ¿a quién le importan las calorías cuando se trata de la patria?