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La otra posible causa de la pandemia de feminicidios en América Latina

Desde que el confinamiento se impuso en los países latinoamericanos por la pandemia de COVID-19, la violencia contra las mujeres se ha recrudecido dentro de sus propias casas. Además de las desigualdades sociales y de género que imperan en la región, la historia colonial podría ser otra causa.
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América Latina es uno de los lugares más mortíferos del mundo para ser mujer: sean niñas o adultas, los datos sobre violencia de género evidencian que sus casas son lugares no seguros, y sus parejas, exparejas o familiares hombres, los principales perpetradores de las violencias que padecen. El problema precede a la pandemia, pero se ha intensificado por el confinamiento impuesto para evitar la propagación del COVID-19. 

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Las redes oficiales de los ministerios de la Mujer de Perú, Paraguay y Brasil así lo evidencian. Las noticias sobre casos de feminicidios y tentativas, violaciones y abusos sexuales, trata y desapariciones forzosas, se intercalan con las de COVID-19 y las recomendaciones de cómo usar tapabocas. En las redes de los ministerios homólogos de Chile, Argentina y México también; aunque allí priman los posteos sobre acuerdos y estrategias para denunciar y atender situaciones de violencia de género. 

El denominador común es claro: en todos los países de la región, las mujeres y niñas están condenadas a sufrir algún tipo de violencia sólo por tener vulva. Según publicó en The Conversation Lynn Marie Stephen, antropóloga de la Facultad de Estudios Indígenas, Raciales y Étnicos de la Universidad de Oregón (noroeste, EEUU), aunque "el patriarcado es parte del problema", la violencia de género en América Latina "no puede ser atribuida simplemente al 'machismo'". La historia colonial de la región y una "compleja red" de desigualdades sociales, raciales, de género y económicas, también podrían ser explicaciones de por qué se ha recrudecido la violencia.

​La antropóloga considera que el caso de Guatemala (donde cada año mueren entre 600 y 700 mujeres por violencia de género) sirve como ejemplo para explicar esta relación. El problema "tiene raíces profundas" que podrían haberse originado en el colonialismo español, alertó Sthepen.

El caso de Guatemala

Los asesinatos y violaciones en masa no le son extrañas al pueblo guatemalteco; durante los 36 años que duró la guerra civil en el país (1960-1996) las masacres fueron un instrumento de terror sistemático y generalizado: más de 200.000 guatemaltecos fueron asesinados, pero las mujeres indígenas fueron las más atacadas.

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Según datos recogidos por Sthepen, alrededor del 90% de las más de 100.000 mujeres que fueron violadas durante la guerra, eran indígenas mayas. Sin embargo, en Guatemala la población indígena representa entre el 44% y el 60% del total de la población. Los soldados "sabían que las mujeres mayas podían ser violadas, asesinadas y mutiladas con impunidad", escribió la antropóloga. "Este es un legado del colonialismo español", aseguró.

Sthepen explica que a partir del siglo XVI, los españoles esclavizaron a indígenas y afrodescendientes en toda América Latina, y que ese "sometimiento y la marginación continúa hasta el día de hoy", aseguró. Además, la antropóloga señala que el colonialismo español también dejó arraigadas en la región las enseñanzas morales católicas y evangélicas conservadoras, que sostienen que las mujeres deben ser castas y obedecer a sus maridos, "creando la idea de que los hombres pueden controlar a las mujeres con las que mantienen una relación sexual", explicó.

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Esa idea aún continúa vigente. Una encuesta de 2014 publicada por el Proyecto de Opinión Pública Latinoamericana de la Universidad de Vanderbilt (Tennessee, Estados Unidos) y citada por Sthepen, los guatemaltecos aceptaron más la violencia de género que cualquier otro latinoamericano, con el 58% de los encuestados diciendo que la sospecha de infidelidad justificaba el abuso físico. 

Las denuncias de violaciones, asesinatos y violencia doméstica durante la cuarentena han disminuido considerablemente en Guatemala, lo que según Sthepen indica que las mujeres tienen demasiado miedo de llamar a la policía para denunciar a sus parejas, o que han interiorizado tanto la idea, que deciden no hacerlo. 

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