A mediados del siglo XIX, una extraña plaga atacaba a los cultivos de tabaco europeos. El agroquímico alemán Adolf Mayer fue el primero en teorizar sobre el tema, argumentando que la plaga se transmitía de forma similar a la de las bacterias en los seres humanos.
Después, sin embargo, el biólogo ruso Dmitri Ivanovski realizó estudios de cultivos libres de la plaga, y encontró que el agente infeccioso continuaba allí, a pesar de no encontrarse activo.
Gracias a este punto de inicio, la ciencia moderna hoy sabe que los virus se encuentran en casi cualquier lado, y que algunos son terriblemente peligrosos, como el SARS-CoV-2, causante de la pandemia de COVID-19.
Historia del estudio de los virus
La botánica estaba bastante desarollada a finales del siglo XIX, y la idea de que los microorganismos podían causar enfermedades a las plantas no era nueva. Por 1840, el reverendo y botánico inglés Miles Berkeley identificó cerca de 10.000 especies de hongos, algunos que operaban como patógenos en ciertos cultivos, como el tizón de la papa (Phytophthora infestans).
Fue en los Países Bajos que, en 1857, los cultivos de tabaco empezaron a preocupar a los productores. Las hojas se tornaron más oscuras, a veces amarillas o grises, y los daños se extendieron rápidamente por el campo, ocasionando pérdidas de hasta el 80% de los cultivos.
"Si estás en un invernadero o en tu jardín y estás regando con una manguera y la manguera toca una planta afectada, puedes terminar dañando una planta cercana. Es muy fácil que (los virus) se muevan", explicó a la revista Smithsonian la viróloga de plantas Karen-Beth Scholthof de la Universidad Texas.
Casi una década más tarde, Ivanovski decidió investigar sobre el mosaico del tabaco en 1887. Filtró la savia a través de filtros hechos de porcelana sin esmaltar, un material tan pequeño que impide que las bacterias puedan pasar, pero este desconocido patógeno logró pasar sin problema.
Su conclusión, publicada en 1892, es que la enfermedad era causada por la toxina que pasó por el filtro, o por una bacteria más pequeña que lo habitual, con la capacidad de atravesar el filtro.
La tercera investigación finalmente fue la certera. El neerlandés Beijerinck, cuya técnica fue casi la misma que la del ruso, pero le agregó un sistema de filtración posterior parecido a una gelatina, llamada agar, para filtrar todo lo que pasara la primera filtración. Aun así, el agar no pudo con el extraño patógeno.
Contagium vivum fluidum fue como llamó a la sustancia filtrada: la primera vez que un virus fue nombrado. Fue, además, la primera vez que se utilizó la palabra "virus", del latín, para denominar a esa sustancia o fluido vivo y contagioso.
"Él fue el primero en traernos ese término en un contexto moderno, la forma en que usamos 'virus' hoy; le daría crédito por el comienzo de la virología", asegura Scholthof.