La mañana del 1 de noviembre las calles de la normalmente tranquila capital del país, Nuku'alofa, estaban repletas de automóviles. Largas colas se formaban en los centros de vacunación, así como en los bancos y las tiendas. Las personas se apresuraban para prepararse para el primer lockdown de la pequeña nación.
El país insular de aproximadamente 100.000 habitantes, ubicado a unos 2.000 kilómetros al este de Australia, había logrado mantenerse libre del coronavirus a lo largo de toda la pandemia hasta el momento. En gran medida, el éxito en evitar la propagación del virus se dio gracias a que el país cerró sus fronteras internacionales.
El primer caso de COVID-19 en Tonga se detectó después de la llegada de un vuelo de repatriación desde Nueva Zelanda el pasado 27 de octubre. Un joven tongano que regresaba de Australia estaba contaminado con el virus.
El Gobierno, entonces, anunció un cierre de siete días en Tongatapu, la isla principal. Las restricciones impuestas prohíben las reuniones multitudinarias y detienen todo el trabajo, excepto el de los servicios esenciales. Las personas, además, deben quedarse en su casa por un total de siete días.
Desde la confirmación del caso, el número de personas completamente vacunadas aumentó de alrededor del 35% a un 62%. Esto se debió a que muchos ciudadanos habían recibido su primera dosis pero no habían regresado para su segunda inyección, pero con la noticia del caso se apresuraron a vacunarse. En total, un 88% de las personas había recibido su primera dosis en el país.
"Definitivamente hay más urgencia ahora para vacunarse”, dijo Amelia Afuha'amango Tu'ipulotu, ministra de Salud de Tonga.
En el vuelo que trajo el coronavirus al país se encontraban más de 200 personas, entre pasajeros y miembros de la tripulación de la aeronave. Todos los individuos se encuentran ahora bajo una cuarentena supervisada por el Gobierno tongano.