"Yo no puedo trabajar, [y] la mayoría de mis compañeros tampoco porque son adultos mayores, y sabemos que podemos contagiarnos. Uno ve las noticias y los viejos somos los que estamos muriendo, le hemos cogido miedo a la calle", dice Uscamayta, presidente de la Asociación de Recicladores Lima Norte.
Oficio de riesgo
La asociación agrupa a 36 personas que se dedican al reciclaje: caminan las calles de noche, cuando la gente ha puesto las bolsas de desperdicios frente a sus casas para que la baja policía las recoja. Ellos las abren y retiran los plásticos, metales, vidrios, papeles o cartones que ponen en sus triciclos y que luego venden a empresas recicladoras.
"Ahora tenemos un gran problema porque no sabemos si en una casa hay alguien enfermo que haya manipulado alguna botella, plástico o algún objeto que recogemos. Si recogemos eso, estaríamos recogiendo la enfermedad y sería bien fácil contagiarnos", explica Uscamayta.
"Este trabajo siempre ha tenido sus problemas, sus riesgos como le dicen, pero es peor no trabajar", dice el reciclador, acaso pensando que cuando crees que todo está mal, descubres que siempre puede estar peor. No existe cosa que no pueda ir a peor, ciertamente, y Uscamayta viene padeciendo esa verdad desde hace más de 80 días confinado en su casa.
Vencedores vencidos
Como pasó con la mayoría de peruanos, al inicio de la cuarentena, el 16 de marzo, el futuro se veía como algo complicado, pero de paso breve.
Ni bien la gente se metió a sus casas, los recicladores hablaron con la Municipalidad del distrito limeño de Los Olivos, que los tiene empadronados como parte de la cadena de eliminación de desperdicios, y esta les dijo escuetamente que debían conseguir trajes de protección para continuar trabajando.
"Todos hicimos un esfuerzo en comprar nuestros trajes. Algunos nos hicimos nuestras mascarillas y guantes porque no hay plata para más, pero luego hemos visto que la cosa ha empeorado y así no queremos salir porque estos trajes prácticamente no nos sirven de nada", cuenta el dirigente.
Uscamayta ha recibido un subsidio como trabajador independiente de parte del Gobierno. Dice que tuvo "la bendición" que muchos de sus colegas no han tenido, pero también cuenta que de los 380 soles que recibió (113 dólares) ya no le queda nada y es lógico: tiene una niña de 15 años a quien mantener. Así, es fácil advertir que su expectativa por una ayuda estatal extra es más un acto de fe que una idea aterrizada en un país pobre como el Perú.
"Yo levanto peso sin problemas", dice como si necesitara convencer a alguien, pero al virus le da igual el tamaño de su valentía. No lo puede desafiar y quizá esa sea la peor derrota para un luchador: no poder plantar pelea siquiera.