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Uruguay tiene el reto de que sus jóvenes conozcan la historia del golpe de Estado de 1973

© Foto : Página personal de Juan Raúl FerreiraJuan Raúl Ferreira, político, escritor y periodista uruguayo
Juan Raúl Ferreira, político, escritor y periodista uruguayo - Sputnik Mundo, 1920, 23.06.2023
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El desafío actual de la sociedad uruguaya es lograr que los jóvenes se involucren más con la historia relacionada con el último golpe de Estado, anota en entrevista exclusiva con Sputnik el político y escritor Juan Raúl Ferreira, hijo del extinto Wilson Ferreira Aldunate, uno de los máximos opositores a la última dictadura cívico-militar.
"Creo que el desafío es que los jóvenes sean cada vez más parte. Considero que le erramos mucho a veces (…) Creo que tenemos que incorporar un lenguaje que los haga sentirse interpretados (…) No se la hacemos fácil (…) pero no quiere decir que compren el relato sino que se sientan parte. Hay que hacer lo posible para que la historia sea cercana a los jóvenes", afirmó.
Ferreira tuvo, junto a su padre —senador y líder histórico del hoy gobernante Partido Nacional (centroderecha)—, una destacada actuación en defensa de la democracia uruguaya. Desde el exilio denunció los crímenes cometidos por los militares. Residió en Argentina y en EEUU, donde fue integrante fundador de la Oficina en Washington para Asuntos Latinoamericanos (WOLA), centro de estudios para la promoción de los derechos humanos. Fue senador, diputado, embajador en Argentina y lideró la Institución Nacional de Derechos Humanos.
El último golpe de Estado en Uruguay se produjo el 27 de junio de 1973, cuando el entonces presidente Juan María Bordaberry (1972-1976), con apoyo de las Fuerzas Armadas, disolvió el Parlamento un año después de que se declarara "estado de guerra interno" en el marco de la lucha de las Fuerzas Conjuntas (policías y militares) contra la guerrilla urbana del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN).
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Bordaberry, del Partido Colorado (centroderecha), disolvió las cámaras con el argumento puntual de que estas se negaron a aprobar el desafuero del senador Enrique Erro, del Frente Amplio (centroizquierda), pedido por la justicia militar para investigarlo por sus supuestos vínculos con el MLN.
Para 1973, la guerrilla, que comenzó a operar a mediados de los años 60, había sido derrotada y sus principales líderes encarcelados, pero las Fuerzas Armadas redoblaron la persecución y detención de opositores políticos, dejando 197 desaparecidos, según cálculos de organizaciones de derechos humanos, además de numerosos casos de detenciones arbitrarias y torturas, y provocando el exilio de unas 380.000 personas.
A continuación, parte de la conversación que mantuvo Sputnik con Ferreira:
—Usted estuvo detenido antes de que se produjera el golpe de Estado. ¿Podría contar alguna anécdota sobre ese momento? ¿Qué sentía? ¿Cómo se dio la detención?
—Para mí fue un día absolutamente inolvidable. Yo después de eso, cuando me exilié, quizás sin tener en cuenta lo importante que era, empecé a hacer un registro día a día.
Era un mundo político en Uruguay distinto al de ahora. Los partidos estaban hipermovilizados. Yo era secretario de mi padre, tenía 20 años. Salíamos todos los fines de semana a algún departamento.
El 24 y 25 de junio, el fin de semana anterior al golpe, estuvimos en (el departamento de) Maldonado (este). La gira terminó con un acto en la capital y me acuerdo que ya había señales de que la situación estaba complicada. Funcionaba la Juventud Uruguaya de Pie (movimiento estudiantil anticomunista) que era un grupo de ultraderecha de jóvenes militantes, que no era una guerrilla, pero era un grupo violento, que empezaron a arrojar piedras al acto en la plaza de Maldonado.
Yo, como todo joven, un poco irresponsable, salí a enfrentarlos y veo que viene la policía y yo tenía los reflejos mal ubicados todavía. Pensé que venían a protegerme porque me estaban tirando piedras, pero marché preso. Esto fue la noche antes del golpe de Estado. Me acuerdo que de repente mi padre interrumpe el discurso y dice: "Se llevan a Juan Raúl preso". Yo pensé: "Me salvé". Él agregó: "Mejor, así se va acostumbrando porque se vienen tiempos difíciles". Y me dije: "Con ayudas como estas…"
Pero finalmente un diputado departamental fue a la jefatura. Habré estado preso un par de horas.
—¿Qué sintió?
—Más que ir preso, fue una detención. Me detuvieron como intimidación, pero estaba mi padre siendo senador a menos de 100 metros. Era una violación de derechos de una "dictablanda", no de una dictadura. Ya había denuncias de serias violaciones de derechos humanos. Había un par de muertos bajo la tortura, un par de estudiantes muertos en manifestaciones, Líber Arce (29 años), Susana Pintos (28 años)…
Meses antes, el 17 de abril de 1973, asesinaron a ocho militantes comunistas. Mi padre me llevó al lugar de los hechos. Yo creo que además familiarmente yo ya estaba viviendo un proceso del cual yo no era consciente pero mi padre sí. No tengo pruebas. Pero pienso que él me iba preparando porque se daba cuenta y que por eso dijo "que se vaya acostumbrando".
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Yo a veces me digo por qué me llevó a ver ocho cadáveres acribillados a tiros. Para mí fue un año lleno de sorpresas. Yo estudiaba en el colegio Seminario. Por abril, los tupamaros liberaron a Nelson Bardesio, un miembro del Escuadrón de la Muerte (grupo contrainsurgente que asesinaba a guerrilleros). Lo liberaron en el colegio en donde yo estudiaba.
Yo iba naturalizando los hechos. Estaba inoculado contra las sorpresas. Lo cierto es que la madrugada previa al golpe, la última madrugada en democracia, éramos conscientes de que la cosa estaba muy difícil pero creo que nadie sabía que era una cuestión de unas horas. (…)
—Horas antes de que Bordaberry disolviera el Parlamento, su padre dio un emotivo discurso en el Senado que es muy recordado en Uruguay por su rechazo al golpe. ¿Qué sintió cuando escuchó las palabras de su padre? ¿Dónde estaba?
—En el momento que él termina el discurso, yo me adelanto hasta su banca. Yo podía entrar a sala porque era su secretario. Le doy un abrazo fuerte. Ese discurso es el resultado de todo lo que vivimos el 26 de junio. No se logró hacer quórum para que se sesionara el Senado. Lo que hubo fue un pacto de caballeros entre los que estaban de que se iba a sesionar igual y permitir que el Senado se despidiera de la institucionalidad. Fue una noche de discursos muy épicos, muy sentidos.
Hay un par de hechos previos al discurso que son muy importantes. A las 10 de la mañana, mi padre se reúne con el general Líber Seregni, líder del Frente Amplio, adversarios, no se conocían mucho. Acordaron varias cosas. En primer lugar, procurar que Erro (que se encontraba en Argentina) no volviera. Todavía creían que podían ganar un poco de tiempo.
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En segundo, pedirle al senador Zelmar Michelini (también del Frente Amplio) -asesinado en mayo de 1976- que fuera a Buenos Aires para evitar que Erro volviera. Yo quedé con la impresión de que ambos creían que Michelini podría ser una persona eficaz para pararlo pero además querían sacarlo del país porque sabían que había una voluntad muy marcada contra él y contra (Héctor) Gutiérrez Ruiz (del Partido Nacional y presidente de la Cámara de Representantes). Mi padre también le pide a él que se vaya del país.
La otra cosa que acuerdan es que ambos partidos emitan una declaración contra el golpe de Estado cuando este ocurra.
Yo era testigo, mi padre me llevaba, no sé muy bien por qué. Yo registraba todo. En el momento no me daba cuenta, pero ahora con 70 años de edad me doy cuenta del privilegio que fue para mí poder estar presente en todos estos acontecimientos. Después de ahí, nos fuimos al Palacio Legislativo y se empezó a organizar la salida de mi padre y ya sobre la marcha se veía que los hechos se precipitaban.
—¿Cómo fue el plan de salida?
—Yo me fui en un auto con alguien que llevaba el sobretodo de mi padre deliberadamente. Mi padre se fue en un auto que estaba al costado inadvertidamente. Lo bien que hicimos, porque al llegar a la rambla, nos detuvieron y nos tuvieron hasta las siete de la mañana, preguntándonos dónde estaba mi padre. No hubo ningún abuso físico, simplemente estar parados a la intemperie hasta la madrugada. Por suerte, yo no sabía dónde estaba papá porque eso me dio una gran tranquilidad durante todo el episodio. Después de eso, empezó la larga noche de la dictadura…
—¿Cuándo cayó en la cuenta que se iba para quizás nunca volver?
—Buenísima pregunta. Yo recién me di cuenta que no iba a volver más cuando me asilo con mi padre en la embajada de Austria (en Buenos Aires) después de los asesinatos de Zelmar (Michelini) y del Toba (Héctor Gutiérrez Ruiz).
Mis padres tenían un tambo (lechería) en la provincia (de Buenos Aires). Teníamos un apartamento que era un monoambiente en la capital, que estaba enfrente al hotel donde vivía Michelini. Después del viaje que hicimos, donde conocimos a (Edward Ted) Kennedy (senador de EEUU), creo que después de eso era una locura pensar en volver. El 17 de mayo le digo a mis padres que me quiero ir (a Buenos Aires). Mi madre reniega, se molesta y me tomo el tren a las seis de la tarde para Buenos Aires y me voy a ver a Gutiérrez Ruiz.
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El Toba era optimista por naturaleza, era un romántico. Decía que me fuera a Montevideo. Me voy a ver a Michelini que vivía frente a casa, no pensaba encontrarlo despierto. Llegué a las 11:30 de la noche, era muy tarde para una visita, pero como estaba cumpliendo años, estaba en un lobby tomando un café. Me acerco, le digo que conversamos mañana porque me iba a ir a Montevideo. Michelini era muy pragmático, racional y de una ternura humana inconmensurable. Le pidió al hijo que nos dejara solos, fue muy tierno, muy humano. Yo creo que fue el mejor amigo de mi padre. Me dijo: "Tú no te vas porque yo no te dejo ir; mañana almorzamos con el Toba y contigo". Él murió el mismo día de su cumpleaños. Lo fui a visitar en la noche antes del secuestro. (…)
—¿Qué sentía en el exilio?
—Si yo lo relataba desde el exilio, lo contaría distinto que ahora. Lo que sentí fue mucho descorazonamiento, desazón, el refugio familiar era todo. Aparecieron amigos en Washington muy comprometidos con América Latina que me ayudaron mucho, de algunos sigo siendo amigo con un nivel de dependencia emocional tremenda, terminé trabajando en WOLA. Mientras que viví todo ese momento, era un peso demasiado grande. Era demasiado joven, no me daba cuenta de las cosas buenas, de las puertas que se abrían, del privilegio. Yo llegaba a la oficina de Kennedy y no pasaba ni por la secretaria, iba directo, eso no era normal, pero yo no lo sabía. Me pasaban cosas increíbles. Me parecía como normal todo eso.
Allí (señala) hay una foto con (el actual presidente brasileño) Lula (Da Silva) cuando él tenía 31 años. El mocoso que está al lado soy yo. Cuando vino a Uruguay se la regalé (el 25 de enero de este año). No me daba cuenta. Yo hoy hago una lectura distinta. A mí me pasó muchísimo el exilio, era como una herida abierta que no cicatrizaba. Además, lo de Buenos Aires (el asesinato a Michelini y a Gutiérrez Ruiz) fue un marronazo muy grande. Lo recuerdo como los días más tristes de mi vida.
—Según una nota publicada el 5 de septiembre de 2020 por el periódico uruguayo La Diaria, existió una red transnacional enfocada en poner fin al apoyo oficial de EEUU a la dictadura, conformada, principalmente, por usted y por su padre. ¿Puede contar un poco sobre eso?
—A fines del 1975, quedó planteado en la WOLA la idea de hacer audiencias en el Senado para plantear la situación de los derechos humanos. En ese primer viaje a EEUU quedó planteado lo de los audiencias, que papá quería ir con Zelmar y con el Toba. Pero luego que los matan, se precipita lo de las audiencias. Fuimos a París, Bruselas, estábamos a golpe de balde, donde nos llamaban, íbamos, no teníamos residencia ni echado raíces. Estando en Londres, nos avisan de que las audiencias podían realizarse.
Durante ellas, apareció el congresista (Edward Ed) Koch, fue después alcalde de Nueva York. No integraba la comisión donde declaró mi padre pero se hizo presente y dijo que quería que el Departamento de Estado (cancillería) diera explicaciones, y aseguró que estaba dispuesto a presentar una enmienda para que se cortara la ayuda a Uruguay. Presentó la enmienda. Era la enmienda de un legislador en 470 más o menos. Si no había un trabajo de seguimiento, no tenía ninguna posibilidad.
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En el aeropuerto de Nueva York, ya rumbo a Londres, le dije a mi padre: "yo me quedo acá". Papá era muy comprensivo, fue una cosa como mágica. El senador Kennedy se entusiasmó con la idea del Senado, Koch también.
Empezamos a hacer lobby. Esa fragilidad del tema uruguayo era su fortaleza, generaba empatía. Decían, "acá este pibe de 23 años está golpeando las puertas, porque no sabe a dónde ir". Creo que al Departamento de Estado lo tomó por sorpresa. Salió la enmienda. Yo planificaba mi vida, pero después las cosas tomaron un rumbo distinto…
—¿Cómo se vivió desde el exilio el plebiscito constitucional de 1980, en el que la mayoría de la ciudadanía uruguaya rechazó una iniciativa de la dictadura para perpetuarse legalmente en el poder?
—En esa etapa, el exilio estaba bastante más organizado, era más numeroso. En México había una comunidad. Hicimos toda una campaña internacional de denuncia del plebiscito como algo fraudulento. La primera noticia que yo tuve que no podía no ser así fue del periodista de una revista, acreditado en Washington. Vino a cubrir en Uruguay la campaña. Me dijo: "Va a ganar el No [a la dictadura]". Yo le contesté: "No lo van a reconocer". Me dijo que estaba muy metido en la burocracia de la Corte Electoral el tema de las garantías.
En el exilio fue un festejo tremendo. Yo estaba en EEUU, pero me fui a México para festejarlo, terminó con llantos, mariachi, murga... Creo que es la primera vez que pensamos que el camino podía tener un final. Lo otro era como una inercia. Hay que militar y luchar. Creo que a partir del plebiscito, todo el mundo sintió que empezaba el conteo regresivo.
—Al regresar a Uruguay en 1984 fue encarcelado por el Ejército, ¿qué sintió y pensó en aquel momento? ¿Por qué regresó a Uruguay?
Regresó mi padre y yo me moría de ganas de volver. Mi papá anunció el regreso. La noche antes, nos pasamos toda la madrugada caminando los dos, mamá quedó en el hotel, y volvimos como a las cinco de la mañana. Nos sacamos mucha cosa de adentro.
—¿Qué lección deja esta parte de la historia uruguaya a los jóvenes y ciudadanos en general?
Creo que el desafío es que los jóvenes sean cada vez más parte. Considero que le erramos mucho a veces. Yo mismo lo veo con mis hijos que utilizo lenguajes, códigos, como que tienen que saber de qué se trata y no lo saben. Creo que tenemos que incorporar un lenguaje que los haga sentirse interpretados.
Interés hay. Yo veo que la Marcha del Silencio (que se realiza cada 20 de mayo por verdad y justicia por los detenidos desaparecidos en la dictadura) todos los años es más grande que el anterior y cada vez hay más participación de jóvenes. Creo que hay que hacer un esfuerzo para que la narrativa de la historia reciente incluya más los códigos, valores, las áreas de interés de los jóvenes.
No se la hacemos fácil a los jóvenes. Ahora me parece que hay más consciencia de la necesidad de que los jóvenes se involucren, pero no quiere decir que compren el relato sino que se sientan parte. Hay que hacer lo posible para que la historia sea cercana de los jóvenes.
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